El incidente de la carta

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El notario encontró bastante satisfactorio el tenor de esta carta, que ponía la relación entre los dos bajo una luz más favorable de lo que hubiese imaginado; y se reprochó haber nutrido algunas sospechas.

-¿Tienes el sobre? -preguntó.

-No -dijo Jekyll-. Lo quemé sin pensar en lo que hacía. Pero no traía matasellos. Fue entregada en mano.

-¿Quieres que me lo piense y la tenga mientras tanto?

-Haz libremente lo que creas mejor -Fue la respuesta-. Yo ya he perdido toda confianza en mí.

-Bien, lo pensaré -replicó el notario-.

Pero dime una cosa: ¿Esa cláusula del testamento, sobre una posible desaparición tuya, te la dictó Hyde?

El médico pareció encontrarse a punto de desfallecer, pero apretó los dientes y admitió.

-Lo sabía - dijo Utterson- ¡tenía intención de asesinarte. ¡Te has escapado de buena!

-¡Ya me he escapado, Utterson! He recibido una lección... ¡Ah, qué lección! dijo Jekyll con voz rota, tapándose la cara con las manos.

Al salir, el notario se paró a intercambiar unas palabras con Poole.

-Por cierto -dijo-, sé que han traído hoy, en mano, una carta. ¿Quién la trajo?

Pero ese día no había llegado otra correspondencia que la de correos, afirmó resueltamente Poole.

-Y sólo circulares -añadió.

Con esta noticia el visitante sintió que reaparecían todos sus temores. Han entregado la carta, pensó mientras se iba, en la puerta del laboratorio; más aún, se había escrito en el mismo laboratorio; y si las cosas eran así, había que juzgarlo de otra forma y tratarlo con mayor cautela.

"¡Edición extraordinaria! ¡Horrible asesinato de un miembro del Parlamento!", gritaban mientras tanto los vendedores de periódicos en la calle.

Es la oración fúnebre por un amigo y cliente, pensó el notario. Y no pudo no temer que el buen nombre de otro terminase metido en el escándalo. La decisión que debía tomar le pareció muy delicada; y, a pesar de que normalmente fuese muy seguro de sí, empezó a sentir la viva necesidad de un consejo. Es verdad, pensó, que no era un consejo que se pudiera pedir directamente, pero quizás lo habría conseguido de una forma indirecta.

Poco más tarde estaba sentado en su despacho, al lado de la chimenea, y delante de él, en el otro lado, estaba sentado el señor Guest, su oficial. En un punto intermedio entre los dos, y a una distancia bien calculada del fuego, estaba una botella de un buen vino añejo, que había pasado mucho tiempo en los cimientos de la casa, lejos del sol. Flujos de niebla seguían oprimiendo la ciudad sumergida, en la que las farolas resplandecían como rubíes y la vida ciudadana, filtrada, amortiguada por esas nubes caídas, rodaba por esas grandes arterias con un ruido sordo, como el viento impetuoso. Pero la habitación se alegraba con el fuego de la chimenea, y en la botella se habían disuelto hacía mucho tiempo los ácidos: el color de vivo púrpura, como el matiz de algunas vidrieras, se había hecho más profundo con los años, y un resplandor de cálido otoño, de dorados atardeceres en los viñedos de la colina, iba a descorcharse para dispersar las nieblas de Londres. Insensiblemente se relajaron los nervios del notario. No había nadie con quien mantuviera menos secretos que con el señor Guest, y no siempre estaba seguro, bueno, de haber mantenido cuantos creía. Guest había ido a menudo donde Jekyll por motivos de trabajo, conocía a Poole, y era difícil que no hubiera oído hablar de Hyde como íntimo de la casa. Ahora habría podido sacar conclusiones. ¿No valía la pena que viese esa carta clarificadora del misterio? Además, siendo un apasionado y un buen experto en grafología, la confianza le habría parecido totalmente natural. El oficial, por otra parte, era persona de sabio consejo; difícilmente habría podido leer ese documento tan extraño sin dejar de hacer una observación: y quizás así, vete a saber, Utterson habría encontrado la sugerencia que buscaba.

-Un triste lío -dijo- lo de Sir Danvers.

-Triste, señor. Y ha levantado una gran indignación dijo el señor Guest-. Ese hombre, naturalmente, era un loco.

-Querría precisamente vuestra opinión; tengo aquí un documento, una carta de su puño y letra -dijo Utterson-. Se entiende que este escrito queda entre nosotros, porque todavía no sé qué voy a hacer con él; un lío feo es lo menos que se puede decir. Pero he aquí un documento que parece hecho aposta para vos: el autógrafo de un asesino.

Le brillaron los ojos al señor Guest, y un instante después ya estaba inmerso en el examen de la carta, que estudió con un apasionado interés.

-No, señor -dijo al final-. No está loco.

Pero tiene una caligrafía muy extraña.

-Es extraña desde todos los puntos de vista -dijo Utterson.

Justo en ese momento entró un criado con una nota.

-¿Es del doctor Jekyll, señor? Me ha parecido reconocer la caligrafía en el sobre -se interesó el oficial mientras el notario desdoblaba el papel-. ¿Algo privado, señor Utterson?

-Sólo una invitación a comer. ¿Por qué? ¿Queréis verla?

-Sólo un momento, gracias -dijo el señor Guest.

Cogió el papel, lo puso junto al otro y procedió a una minuciosa comparación.

-Gracias -repitió al final devolviendo ambos-. Un autógrafo muy interesante.

Durante la pausa que siguió, Utterson pareció luchar consigo mismo.

-¿Por qué los habéis comparado, Guest? - preguntó luego, de repente.

-Bien, señor -dijo el otro, hay un parecido muy singular; las dos caligrafías tienen una inclinación distinta, pero por lo demás son casi idénticas.

-Muy curioso -dijo Utterson.

-Es un hecho, como decís, muy curioso - dijo el señor Guest.

-Por lo que yo no hablaría de esta carta.

-No -dijo el señor Guest-. Ni yo tampoco, señor.

Aquella noche, apenas se quedó solo, Utterson metió la carta en la caja fuerte y decidió dejarla allí. "¡Misericordia! -pensó-. ¡Henry Jekyll falsario, a favor de un asesino!" Y la sangre se le heló en las venas.

El Extraño Caso del Dr.Jekyll y Mr.HydeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora