CAPÍTULO 16 | La cámara que sólo ella puede usar

En başından başla
                                    

—¡Mierda!—grito.

Y es aquí cuando lo aclaro para no dejar dudar a dudas: yo no suelo decir palabrotas. Es sólo una costumbre, no salen de manera natural, al menos no si no me siento en un lugar cómodo. Sólo me permito pensarlas o murmurarlas en voz baja para que nadie pueda oírme.

Gritarla como lo estoy gritando rompe por completo con todo eso.

Pero, ya que estamos, ¿qué no está rompiendo con mis ideas desde que estoy aquí?

—Es mi... es mi...—estoy diciendo sin apenas darme cuenta, y al escucharme a mí misma me siento inútil por estar explicando qué hay en la caja. Sin embargo, al alzar la mirada, veo que alguien más acaba de unírsenos. Stephen se está posicionando justo entre Brenton y Freddie, observándome directamente a los ojos, esperando a que termine de hablar—. Es mi cámara polaroid. La usaba cuando era pequeña, pero se rompió y... mi mamá dijo que iba a arreglarla, pero no volví a verla.

Mis dedos se escurren para tomar el aparato, dejando caer la caja completa. Ahora ellos pueden verlo y yo puedo volver a tocarlo, a sentirlo como cuando tenía nueve años y estaba enamorada de todo lo que esta cámara podía hacer. Se siente tal y como se sentía en ese momento, el peso es el mismo y la sensación de tener la capacidad de detener el tiempo, capturarlo y guardarlo conmigo, todo vuelve a mí como una nube de recuerdos cargada de felicidad. Felicidad y nostalgia, porque la verdad es que esta cámara ya no debería de poder funcionar y, en definitiva, se supone que no debía volver a verla jamás en mi vida.

Está rota.

O eso creía.

—Intenta tomagnos una foto—escucho que propone Stephen.

Vuelvo a observarlo. A los tres, en realidad. Sigo sintiéndome nerviosa, pero casi por instinto, o quizás volviendo al pasado, me siento de repente como esa niña con la típica sonrisa implantada en la cara, el cabello suelto y largo, los dedos largos y escurridizos, la energía y la emoción, todo eso sosteniendo un simple aparato, alzándolo para enfocar.

Mi dedo índice presiona el botón. Ahora es negro, como la cámara en sí. El flash se dispara, la foto es tomada. Entonces escucho el ruido, ese que tanto extrañé, ese que indicaba que la foto estaba ahí y sólo tenía que tomarla, agitarla, para poder observarla.

Tomé el papel con la esperanza de encontrarme una simple foto de tres tíos, pero en lugar de eso, me encuentro con otra cosa diferente. No lo que esperaba, para nada.

Al ver mi expresión, Brenton, Freddie y Stephen no tardan en acercarse para contemplar conmigo la fotografía. Es oscura, a penas se puede ver qué hay en ella, pero al mismo tiempo se puede visualizar un cuerpo femenino, un par de ojos observando directamente la lente, como si supiesen que estaban a punto de ser capturados. La persona está cruzada de brazos. En la parte inferior de la fotografía, aún con mí caligrafía—detalle que me aseguro de pasar por alto o, al menos, de no reaccionar ante él—se lee el nombre.

«Joey».

Antes de que alguien alcance a hacer al menos una pregunta, Stephen se inclina para tomar de nuevo la caja y, cuando la alza, veo que dentro de ella hay una nota.

Pero esa ya no es mi letra. Qué alivio.

«Y recordad: esta es la cámara que cualquiera puede tomar, pero sólo ella puede usar. Tenéis diez fotografías libres, usadlas con precisión, porque si llegáis a necesitar otras diez vais a tener que sacrificar algo para mí. Joey».

—Joder...—murmura Brenton, justo en mi oído.

Me alejo de todos ellos, y dándoles la espalda, comento:

PerfidiaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin