♣ Capítulo 5: Meiosis, mitosis y otras calamidades

Comenzar desde el principio
                                    

Quise argumentar algo en mi favor pero justo la chica de informaciones la llamó para que pasara a ver al doctor. Me besó la mejilla y se despidió con una amabilidad tal que imaginé que la habían cambiado de un segundo a otro. No pude hacer más que seguirla hasta la consulta, aun en contra de su voluntad, y acompañarla. Me arrastró hasta allá lo mínimo que podía permitirme era saber como estaban mis sobrinos.

Nos sentamos frente a un tipo con sonrisa de ardilla y muy poco cabello. Probablemente había asistido el parto de Jesús, de Caín y el del primer dinosaurio. Viejo le quedaba corto, el tipo tenía todos los años. Asintió complacido por algo pero sin decir palabra, y luego soltó una cantidad infinita de aire. Por un momento pensé que era su último suspiro, pero no, volvió a respirar y a asentir. Vaya hombrecillo raro.

—Lorena

—Sí—ella se sobresaltó probablemente también esperaba que el doctor muriera después de botar esa cantidad de aire.

—¿Cómo van esos chiquititos? ¿Patean ya?

—No, nada.

—¿Nausea, vomito, estreñimiento?

—No, me dan ganas de comer atún a veces pero nada más.

—Maravilloso—dijo siseando entre dientes. Fijó la mirada en mí y entrecerró los ojos—y tú que opinas Alex ¿Mucho cambio de humor?

—Casi desde que nació…—respondí alegre de que me confundieran con Shomali. Sí, eso fue sarcasmo.

El médico miró intrigado a Lena, quien solo se limitó a sonreír con tranquilidad.

—No es Alex doctor, es mi hermano Gabriel, Alex ha tenido que atender a su trabajo.

—Ya me parecía que había cambiado mucho el muchacho—soltó una risotada de ardilla. No, ese hombre no iba a traer al mundo a mis sobrinos, definitivamente no.

Cuento corto, él no las trajo a este mundo, las trajo Dena en mi cuarto siendo asistida telefónicamente por el hombre cara de ardilla. Recuerdo que pensé que todo era como un mal chiste, realmente no quería que él asistiera el parto, así que en vez de que eso sucediera mi hermana terminó dando a luz sobre mi colchón. Maravilloso. Pero no nos adelantemos.

Después de unas cuantas preguntas de rigor la subió a la camilla para revisar a los bebés, que hasta ese minuto todos suponíamos eran varones, y se sentó a su lado. Colocó el gel azulado en su barriga y prendió una de esas cosas en negro y gris, esas que parecen una pelea de hormigas blancas contra hormigas negras.

—Mira que lindo el milagro de la vida ¿No te lo parece Gabriel?—preguntó el hombre ardilla, pero yo no veía más que manchones.

—No veo nada—respondí sincero. Lena me dio en un costado con su cara de “Coopera” ¿Qué se suponía que hiciera? No entendía ni un carajo.

—Mira aquí está su cabeza—dijo conciliador—acá su cuerpo…

—¿Eso que se parece a Rusia?—tanto el hombre ardilla como Lena giraron sus cabezas ¿Cómo podía ser que encontraran a un bebé en la imagen y no vieran Rusia?

—Sí, eso que se parece a Rusia.

—Claro ¿Y el otro?

—La otra querrás decir. Son niñitas, noventa porciento de seguridad.

—Dios no ¿Dos como tú? Ha iniciado el apocalipsis—y de nuevo mi costado se vio atacado por el codo de mi hermanita.

Hubiésemos seguido en aquel pequeño conflicto si no nos hubiese interrumpido el interno de turno, quien, para la buena suerte de los secretos de mi hermana, era nada más y nada menos que…

La casa de puertas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora