17.1 Hasta los ángeles se equivocan.

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Por última vez, miré hacia el agua del lago. Grité asustada. El agua reflejaba detrás de mí unas alas gigantes. Unas gigantes alas de ángel. Pero no eran unas alas comunes. No eran alas de hielo. Tampoco eran alas de fuego. Un ala, era del mismo pálido de la nieve que tan aborrecida tenía. La otra, era negra, negra como el carbón, negra como la oscuridad de la noche. Giré sobre mis propios pies para ver las alas, como un perro jugando a perseguir su cola. Dirigí mi vista hacia el agua, pero cuando quise volver a mirar las alas, estas ya habían desaparecido para siempre. No creí que tuviese importancia ver cosas donde no las había, el frío me estaba empezando a afectar al cerebro, así que, mejor que me marchase antes de que comenzase a hablar sola con gente imaginaria.

—Acercaos chicos, por favor —rogó en profesor de gimnasia—. Como bien sabéis, para aprobar tendréis que bailar en el concurso de baile anual que organiza el colegio. Bien, pues el concurso será este viernes. —La clase empezó a murmurar desaprobatoriamente—. No os quejéis, que el plazo para tener la coreografía montada y ensayada ha acabado el jueves pasado, por lo que qué sea este viernes no debería suponer ningún problema para vosotros —dijo rebuscando entre los papeles que tenía entre sus manos—. Estupendo, como también deberíais saber, ya que supongo que será lo que más os interesa, las tres parejas ganadoras y una persona más que elija cada pareja, es decir, un total de nueve personas, se irán una semana a Nueva York. El viaje a Nueva York también tiene fecha y hemos acordado que será a finales de julio, principios de agosto. —Cogió un bolígrafo—. Por lo tanto, ahora examinaré el baile de cada pareja para poneros una pequeña puntuación que también contará para la nota final, pero obviamente, no tanto como la del viernes. —Vuelve a rebuscar entre sus papeles—. Perfecto. Los primeros serán Leonard y Elisa.

Fantástico. Perfecto. Maravilloso. Estupendo. Increíble. Genial. La vida es bella. No teníamos nada. Absolutamente nada preparado. Lo que me preocupaba no era que aquella pequeña estupidez de olvidarnos de la fecha límite no me preocupaba, lo que me preocupaba es que nos enviara a dirección. Pero con un poco de suerte la cosa se quedaría en un pequeño sermón “amistoso” después de clase.

Leo y Lisa lo habían hecho increíblemente bien, a pesar de que se notaba que estaban bastante incómodos tan cercanos el uno al otro, con las manos apoyadas en el hombro o en la cintura y la mano que le quedaban libres, firmemente agarradas. Se evitaban mirar a la cara, por lo que mantenían la mayoría del tiempo la vista puesta en sus pies o manos. Su increíble, aunque fría actuación, dio paso a otras no tan increíbles. Las actuaciones no tan increíbles dieron paso a pisotones. Los pisotones dieron paso a los gritos histéricos de Stella por lo fallos de James. Los gritos histéricos de Stella dieron paso a la risa ahogada de Sarah. La risa ahogada de Sarah dio paso a la sonrisa triunfante e injustificada de algunos chicos. Finalmente la sonrisa triunfante e injustificada dio paso a mi perdición.

Devian se levantó rápido, para intentar justificarse antes de que lo hiciese yo:

—Verá profesor, me duele mucho la pierna izquierda, creo que tengo un desgarro muscular —justificó poniendo la mejor cara de cachorro abandonado de la que disponía.

—¿No me digas? Qué raro que justo hoy te duela la pierna, ¿no? —Sonrió triunfante—. Entonces, ¿cómo justificas que antes estuvieses jugando al baloncesto?

—No le preste atención. —Ahora era cuando Roxy metía todavía más la pata—. La culpa la tengo yo, me está intentando justificar. El problemas es que me encuentro terriblemente mal —intenté justificar a la vez que tosía con fingido disimulo.

—Vaya, ¿no me digas? Qué casualidad, ¿no creéis? —preguntó abriendo los ojos como platos—. Lo mejor será que vayáis contarle vuestras penas a la orientadora y agradeced que no os mande a dirección, porque sería mucho peor. —No estaba yo muy convencida de que eso fuese cierto—. Rapidito hacia orientación, ¿o queréis que os lleve hasta allí en mi regazo? —preguntó al ver que nos mostrábamos reacios a abandonar el gimnasio.

—No estaría mal que me llevara como si usted fuese el novio y yo la novia, en realidad estaría muy bien. Me ahorraría subir un montón de escaleras. ¿Qué me dice? —susurró Devian mientras abandonaba el pabellón.

—¿Roxana? ¿A qué esperas? —Maldita sea él y su manía de llamarnos por el nombre completo.

Fuimos hacia orientación, él unos pasos por delante, yo unos pasos por detrás. Así estaba mejor, evitaba que me sintiera incómoda de más. Siempre que nos cruzábamos por los pasillos evitábamos mirarnos a los ojos. No había asistido al religioso entrenamiento de todas las noches un poco antes de medianoche. No habíamos cenado en la misma mesa. Es decir, desde el día anterior no nos habíamos dirigido la palabra.

Antes de que yo llegase a su altura, Devian comenzó a golpear la puerta de orientación. Nadie respondía desde el interior, por lo que golpeó la puerta insistentemente durante varios minutos. De repente, desde el otro extremo de la sala, alguien abrió la puerta con una fuerza sobrehumana. Nos miró con su rostro aguileño, como si hubiese descubierto el tesoro del que había estado detrás durante tanto tiempo. Nos sonrió e hizo una seña para que entráramos y nos sentáramos en un diminuto sofá que había delante de su escritorio. Un enano sofá para los dos. Nada mejor para superar la incomodidad. Si yo ya presentía desde un primer momento que aquella visita a la orientadora no acabaría bien.

La primera en sentarme fui yo. Me apretujé hacia la zona del apoyabrazos para que él se sentara de forma que no estuviésemos en contacto. Él se sentó haciendo exactamente el mismo gesto que acaba de hacer, por lo que quedó una barrera de aire diminuta, que nos separaba, mientras le relataba todo lo que había sucedido omitiendo cuando le rogó al profesor que fingiesen ser novios en la noche de bodas dirigiéndose hacia la cama matrimonial, pero en su caso hacia orientación.

—Vaya. Pues no veo por qué no lo habéis hecho a tiempo. Es un trabajo en equipo, los dos sois muy trabajadores, al menos, tú sí Roxy —dijo alargando la mano hacia donde estaba sentada—. Aquí hay un problema más grave que no querer bailar. —Claro que lo había. Teníamos memoria de pez. Bailábamos que daba pena. No éramos humanos. Éramos ángeles. Pasábamos la mayor parte del tiempo entrenando para matar, no ensayando un baile para hacer el ridículo—. Pero no acierto a saber cuál es el problema que os atañe a ambos… O quizás sí lo sepa —dudaba, frotándose el mentón—. Mm, creo que ya sé lo que pasa entre vosotros dos. ¿Os lleváis mal? No, no, eso no es. ¿Una ruptura amorosa? Quizás. ¿Una reciente declaración de amor? ¿Os gustáis? Mm… —Hizo una larga e irritante pausa—. ¡Ya sé! —clamó victoriosa—. Ha sido una declaración de amor, os lo noto en la mirada. ¿Quién ha sido el valiente? —preguntó poniendo los brazos en las caderas—. ¿Has sido tu Dev? —Al ver que Devian miraba hacia otro lado dijo—: ¡Sí, has sido tú! Pero hay algo que no entiendo, ¿por qué estáis tan incómodos si os gustáis? Porque está claro que tú también le gustas a Roxy —Pude ver por el rabillo del ojo que Devian sonreía disimuladamente mordiéndose los labios—. Explicadme, soy toda oídos —concedió apoyando los codos sobre el escritorio y la cabeza entre sus manos—. Mi misión es ayudaros para…

—¡Ya está! ¡Son nuestras cosas! ¡Venimos aquí por el baile que no está hecho, no por lo que sentimos! —prorrumpí irritada.

La amplia sonrisa que tenía la orientadora dibujada en su rostro dio paso a una mirada pensativa. Mientras tanto Devian soltó un soplido, claramente aliviado.

—Tienes razón. Lo siento. Me he desviado un poco del tema. Es que los temas amorosos entre adolescentes me emociona, son mejores que leer una novela empalagosa entre hombres lobo y vampiros, aquí los sentimientos son tangibles, son palpables, se respiran en el ambiente… —Observó nuestras caras de asombro, de nuevo—. Y otra vez me vuelto a desviar. Lo siento. —Carraspeó varias veces—. Vale, lo que haremos será lo siguiente, los días que quedan hasta el día del concurso, os quedaréis ensayando aquí, en el gimnasio o en una sala de estudio cualquiera, yo me encargaré de que quede abierta alguna aula… —Se levantó para echarnos, con poco disimulo de su despacho. Cuando ya estábamos fuera, justo antes de que nos cierre la puerta delante de nuestras narices, soltó—­: Ya sabéis, os quedaréis solos… También tendréis tiempo para otras cosas —Dicho esto, nos guiñó un ojo y cerró la puerta con la misma fuerza que la había abierto.

Sabía que ir a orientación era una idea terrible. Lo sabía.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora