El ladrón del giratiempo

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Le dije que podía hablar con Kingsley para que asignara a otro, pero Draco se negó, decía que no tenía porqué intervenir en su trabajo. En su momento pense que lo unico que queria era poder estar a solas con Zabini. Me enfurecí, y su condescendencia no había hecho más que avivar mi ira. No habíamos discutido así desde Hogwarts.

—No va a perdonarme, Hermione. Lo sabes.

Ella abrió la boca, pero las palabras no salieron. Sabía que tenía razón. Draco siempre había sido obstinado, e increíblemente orgulloso.

—Harry, no está bien...

La tome de las manos.

—Por favor —le rogué, así como lo hice con Draco, sólo esperaba que ella tuviera más piedad—. No puedo perderlo.

Ya lo hiciste, dijo aquella cruel voz en mi cabeza. Pero me negaba a aceptarlo, aún quedaba una esperanza. Le implore a Hermione con la mirada, hasta que ella suspiró y se deshizo de mi agarre. Observé con el corazón en un puño como ella caminaba hacia su librero y empujaba hacia afuera con sus dedos un libro color bordo mediano. Miré sin llegar a creer que mi teoría fuera cierta, como el estante de madera se abría como una puerta revelando un podio que sostenía un pequeño cofre.

Con un movimiento de varita de parte de Hermione, el cofre se abrió. Hermione lo tomó suavemente de larga cadena de oro, y camino de vuelta hacia mí. Me dió un mirada resignada, antes de depositar con cuidado el giratiempo sobre la mesa.

Era de los pocos, si no era el único, que quedaba. Hermione nos había contado a Ron y a mí que se le había encomendado el trabajo de proteger el artefacto, ya que tenía experiencia utilizándolo y había sido ella quien había ayudado a mejorar sus funciones.

Los giratiempos de antes retrocedian horas. El que se encontraba sobre el escritorio, retrocedía días.

—Es muy importante que no te vean.

Asentí con la cabeza.

—No tienes idea de cuanto te lo agradesco.

—La tengo —dijo ella, su tono volvía a ser duro—. No volveré a prestarlo de nuevo, en dos días será transferido a Gringotts, así que hazlo bien.

—Lo haré.

—Bien —dijo Hermione, destensando sus hombros—. Iré por un café.

Cuando ella se fue, dejándome solo en su oficina, me apresuré a tomar el objeto entre mis temblorosas manos. Cerré los ojos, el rostro sorprendido y dolido de Draco se apareció tras mis párpados. La imagen de aquella mirada de profundo odio que me dirigió hizo que mis tripas se retorcieran.

Iba a arreglarlo.

Según me había dicho Hermione, tenía que tener en mente las horas añadidas a los días, para un resultado más específico. El pánico me invadió al darme cuenta que no sabía las horas exactas. Haciendo un rápido cálculo y esperando que estuviera bien, giré el reloj de arena cinco veces.

La oficina de Hermione desapareció, y la ya olvidada sensación de estar volando hacia atrás me invadió de nuevo. Miles de formas y colores se emborronaron a mi alrededor, y sentí mis oídos palpitar.

Cuando volví a sentir el suelo firme bajo los pies, la oficina de Hermione estaba iluminada, pero vacía. Cosa de suerte. Mire el reloj colgado sobre la pared, eran las nueve y media pasadas. Maldije sabiendo que a esa altura Draco ya se había ido furioso de mi departamento. Ya habíamos discutido.

El sonido de unos tacones acercándose a la puerta me alertó. Desaparecí antes de que aquella Hermione me encontrara allí.

Aparecí en el pasillo de mi edificio, justo fuera de mi puerta. Saqué la capa de invisibilidad de mi bolsillo y me la puse antes de que alguien me viera. Las puertas del ascensor se abrieron, y de allí salió un fornido chico. McLaggen.

El ladrón del giratiempo (Drarry)Onde histórias criam vida. Descubra agora