—Oh, vaya, ¡por fin ha llegado!

—¿El qué?

—Mi pedido.

Al llamar Arturo salió una decrépita anciana de ojos raramente amarillos, como si hubiera tomado café o quizás se hubiera drogado. Esta le gritó un par de cosas a un fornido caucásico que le entregó la caja a Arturo, no sin antes exigir un raro panfleto que probaba el pago por ello.

Antes de entregar el paquete la anciana nos advirtió con su ronca voz:

—Este collar fue credo por Samanta, la líder de la célebre familia de brujos Leica. Ella creó este guardapelo hace ya muchos siglos antes de ser capturada y condenada a la hoguera. Encerró aquí al primogénito de la obscuridad para seguir con su legado. Bajo ninguna circunstancia debe abrirse.

Arturo pareció no importarle puesto que los ojos le brillaban cual quinceañera.

El viaje de regreso fue menos frustrante puesto que tomamos un taxi.

Al llegar a casa Arturo inmediatamente desgarró la caja que contenía aquella maldita cosa. Un guardapelo en forma hexagonal, color dorado con detalles negros y una rara piedra de cristal color esmeralda en medio, tirado de una argolla con una cadena del mismo tono dorado. A pesar de parecer lujoso desprendía un aura poco tranquilizadora.

—Vaya, es... ¡genial!

—Amigo, no piensas abrirlo, ¿o sí?

—¿De qué hablas? ¡Claro que sí!

—Pero la vieja dijo que...

—Eso te lo dicen todo el tiempo para asustarte. Vamos míralo, si es verdad lo que dicen de esta hermosura tendré en mis manos al mismísimo Necronomicon.

—Pero...

Después de una larga discusión me fui a mi casa, no podía estar ahí cuando esa cosa fuera abierta.

Durante los cuatro días siguientes no tuve noticia alguna de él. Los maestros estaban preocupados pues él no era de esos que faltaban muy a menudo, así que decidí ir a visitarlo.

Al llegar su madre me gritó «hereje» y me cerró la puerta en la cara, pero poco después salió mi amigo con un aspecto descomunal. Ojos rojos, semblante nervioso, sin afeitar, despeinado y bastante ansioso.

—Anda, pasa.

En su habitación se encontraban bastantes mantas negras tapando todo aquello que pudiera reflejar la luz, como lo son pantallas, vidrios, espejos, metal y un sinfín de otras cosas. No pude más y le pregunté qué ocurría.

—Amigo ¿todo bien?

—No, esa maldita Keira me vuelve loco.

—¿Keira?

—Tenías razón, no debí abrir ese collar, ahora ella quiere entrar aquí. Dios si ella lo lograra...

—Wow, espera, ¿cómo?

—Debes irte, casi ha anochecido. Ella te verá ¡y estarás severamente jodido!

Esa noche no pude dormir, las preguntas me acosaban.

«Esa maldita Keira me vuelve loco».

¿A qué se refería? ¿Keira? ¿Qué o quién era Keira? Lo único claro es que no podía dejarlo solo, por lo que durante los diez días siguientes fui a verlo. La sorpresa que me llevé fue impactante, aquel aseado y buen amigo mío se había convertido en un decrépito y pestilente ser humano. Todo fue muy duro pero el dieciseisavo y diecisieteavo día retumban en mi mente una y otra vez. Como de costumbre lo visité, pero en esta ocasión lo encontré tirado en posición fetal y con una cobija en su cabeza gritando y llorando: «¡No pasaras! Maldita sea, ¡vete de una jodida vez!».

Como pude lo tranquilicé, su madre no estaba así que fue algo difícil. Para cuando se tranquilizó menciono algo que jamás olvidare.

—La dejaré entrar, ¡no me importa si me mata, será mejor que esto!

Sus desorbitados ojos me miraban agonizantes, casi doy un brinco cuando su madre entró en la habitación. De nueva cuenta me llamó «hereje» y me sacó a patadas.

Al siguiente día lo que encontré en su casa fue muy impactante. Luces de patrullas y ambulancias, un par de policías interrogando a la madre de Arturo y lo peor, una bolsa para cuerpos con lo que algún día fue mi amigo dentro de ella. Su expresión mostraba terror, su cara estaba toda arañada y su ojo que no estaba desecho estaba totalmente en blanco. Al verme, su madre estalló contra mí intentando golpearme en repetidas ocasiones.

—Tú, maldito hereje, ¡tú mataste a mi Arturo! Le advertí que se alejara de personas como tú, le advertí que esos monitos chinos lo acabarían matando. ¡Tú hijo de la prostituta de Babilonia! ¡Es por ti que ese demonio mató a mi Arturo! ¡Toma tu objeto del Diablo y lárgate de aquí!

Su madre me arrojó el guardapelo, el cual recogí. Durante dos horas la policía me interrogó y aunque les dije lo sucedido ellos no me creyeron (vaya sorpresa).

Una semana pasó desde la muerte de mi amigo. Lo único que los forenses dijeron fue que murió alrededor de las 00:17. Esto no me aclaró nada y decidí ir a ver a esa vieja decrépita que le había vendido el guardapelo al difunto Arturo.

Para cuando llegué el lugar estaba desierto, ni un alma habitaba en esa plaza comercial del cuarto círculo del Infierno. Los guardias me dijeron que esa extraña gente llegaba una vez por año, vendían sus cosas raras unas cuantas semanas y se marchaban a infortunar a otros.

Tres días más pasaron y, desesperado, cometí el peor error de mi vida.

Como no encontré otra causa de la muerte de Arturo, me vino a la cabeza el guardapelo, y tras mucho meditarlo finalmente lo abrí... Nada ocurrió.

—Maldita sea, no fue por eso enton...

Me vi súbitamente interrumpido por un fuerte golpe en la ventana, seguido de una ronca y poco clara voz que me susurraba al oído. No recuerdo mucho de lo que decía, pero era algo como:

«Has liberado a Keira [...] El castigo por esto es la muerte [...] Tu vida cesará en un máximo de diecisiete días».

No le tomé mucha importancia y me fui a dormir.

Esa misma noche desperté de súbito con un fuerte golpe en la ventana. Tras ella una horrible figura femenina, de cabello largo con la piel putrefacta y sin un ojo golpeaba fuertemente mi ventana. Yo solo me aparté a un rincón muerto del miedo.

—¡¿Q... Qué es lo que quieres?!

—¿Déjame... entrar?... Déjame entrar... ¡¡Déjame entrar!!

Esa noche solo pude taparme hasta la cabeza escuchando «déjame entrar» una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez...

Al quinto día comenzaron esas horribles voces en mi cabeza gritando, golpeando, hablando en lenguas que solo se escucharían en el mismísimo Infierno, pero sobre todo, ¡déjanos entrar!, ¡déjanos entrar!

Desde ese día no puedo mirar a ningún tipo de cristal puesto que ella está ahí, con su horrible mirada golpeando tan fuerte que me sorprende que no se haya roto ya mi ordenador. Golpeando y gritando: «¡Déjame entrar!».

Ella está ahora mismo aquí, mientras escribo esto. Creo que le dejaré entrar.

Si tú que estás leyendo esto encuentras aquel maldito guardapelo, te pido que lo destruyas, pues a mí no me queda valor ni fuerza suficiente.

El día diecisiete se aproxima, mi hora está por llegar pero no se la dejaré fácil, ¡pelearé y me resistiré todo lo que pueda!

Te imploro que tengas cuidado con aquello que sea seductor, pues es una daga de doble filo. Por favor destruye el collar y acaba con Keira, pero sobre todo, ¡no la dejes entrar!

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