Prólogo

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La habitación estaba iluminada gracias a las velas aromáticas que se encontraban dentro de unas cajas de cristal con algunos orificios para que el aroma inundara la habitación. Además, la chimenea también iluminaba gran parte y le daba a la habitación una especie de ambiente hogareño.

Dentro de la habitación había 3 personas, dos varones y una mujer, todos sentados en los grandes sillones que estaban acomodados en un círculo.

Los varones vestían camisas, y pantalones de tela que los hacían ver muy elegantes. La mujer estaba con un vestido largo que le cubría hasta los tobillos. Estaba sentada junto al hombre más joven y le tomaba de la mano. El hombre que parecía mayor, sentado en el sillón frente a la pareja, se veía ansioso y desesperado.

— ¿Dónde está el muchacho? — preguntó con una ronca voz. Su voz era gruesa pero melodiosa, debía sobrepasar los 50 años.

-— Ya llegará. — respondió la mujer con un dulce tono. Ella estaba tranquila, como si nada le molestara.

— Le dijimos a una hora, debería cumplirla. — volvió a insistir el primer hombre.

— Está trabajando. — habló el otro hombre, con el mismo tono que usó la mujer.

— Este también es su trabajo…

— Como sea, yo le dije que primero debía ocuparse de esos deberes. — respondió la mujer con tono autoritario. El otro hombre no se atrevió a seguir insistiendo.

Pasaron unos cuantos minutos hasta que la puerta de la habitación se abrió.

— Ya era hora…

— No empieces, Jake. — reprochó la mujer al hombre. — Querido, muchas gracias por venir.

— ¿Y  la niña? ¿No nos falta la niña para empezar? — preguntó de Jake.

— No, la niña ya sabe su parte. — habló de nuevo el hombre que sostenía la mano de la mujer.

— Pero…

— Ningún pero, Jake. La niña ya sabe cuál es su deber y cómo lo va a hacer, no tiene por qué involucrarse aún más.

— Es una niña, no estoy seguro de que sepa lo que tiene que hacer…

— Por favor, Jake, es mi hija. Tiene mis genes. — defendió la mujer, aunque sin sonar molesta, no lo consideraba una especie de insulto.

— Entonces, ¿qué vamos a hacer? — intervino el joven recién llegado.

— Tenemos que traerla aquí. — respondió el más anciano, como si fuera algo obvio.

— De hecho, tenemos que hacer que ella venga aquí, que quiera lo que vamos a ofrecerle, que se sienta parte de nosotros. — respondió la mujer.

— ¿Qué tiene de especial la chica? — preguntó el más joven.

— A veces olvido que eres un Sahumer. — dijo la mujer aún con su tono dulce. — Tú sólo encárgate de hacer que ella entre en el plan y esté como queremos que esté.

— Quiero saber qué tiene de especial ella.

— Tiene un poder. — volvió a hablar el anciano.

— Sí, controla un Elemento…

— No sólo controla un Elemento. — dijo el otro hombre. — Tiene un poder que va más allá de su Elemento, sólo que no lo sabe, probablemente nadie más lo sepa además de nosotros.

— ¿Y por qué no la traemos inmediatamente y hacemos que use ese poder para nosotros?

— Porque no lo hará. Ese poder, a medida que lo vaya descubriendo y usando, la va a consumir. Ella se dará cuenta de eso y no lo usará, por eso debemos convencerla de que es necesario que lo use, por el bien de todos.

— Y es necesario. — dijo Jake.

— ¿Y cómo lo vamos a usar si ella aún no sabe que tiene ese poder?

— Vamos a ayudarla a que lo descubra ella sola y para que lo haga ya les distribuí sus tareas.

— No entiendo cómo esto va a hacer que ella descubra su poder. — dijo el joven, dudando.

— No dudes de mis planes. — le dijo la mujer, un tanto irritada pero con una mirada dulce. — Yo no dudo de las cosas que haces cuando improvisas.

—Nunca he metido la pata…

— Y espero que sigas así. — lo felicitó la mujer. — El plan saldrá bien mientras todos cumplan con cada una de las cosas que les pedí que hicieran. Al final, en unas cuantas semanas, ella estará aquí, usando su poder al máximo para nosotros. En unas cuantas semanas, se dará cuenta que es aquí donde pertenece y luego ya no se irá.

— ¿Y si algo sale mal?

— Confío en la capacidad de todos para hacer que el plan siga su curso tal y como debe ser. Si algo cambia, arréglenlo.

— ¿Y la familia que tienen aquí? — preguntó el joven.

— Los tenemos manejados, no harán ni dirán nada. Ellos están en este edificio y saben lo que les conviene. No te preocupes por ellos, los tenemos donde queremos y harán lo que nosotros queramos.

— ¿Por qué está tan segura de eso?

— Nunca subestimes las cosas que se podrían hacer por quienes amas. 

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