El viajero había regresado para dejarse asesinar, pero su instinto de supervivencia lo impulsó a escapar. A su lado izquierdo, como a unos quinientos metros, estaba la aldea. Rápidamente bajó del cadalso con un salto. Las personas que le lanzaban piedras, al ver a Zaid cerca de ellos, retrocedieron espantados y algunos incluso se santiguaron para evadir «al brujo». Él usó eso a su favor para correr por el camino que conducía a la aldea.

Detrás de él sentía pasos provenientes de los guardias, que, aunque aún no podía verlos, estaban cada vez más cerca. Tenía el corazón muy agitado, no sabía si la razón era que estaba corriendo mucho o si era por el miedo que le producían los guardias. Aceleró aún más. Ya tenía la aldea a unos doscientos metros, el camino estaba rodeado de árboles. Divisaba las chozas, cuando sintió una mano que jalaba su brazo. Estuvo a punto de caer, se giró inconscientemente para ver quién era y vio a una mujer canosa, con algunas arrugas en el rostro y ojos verdes.

—¡Ana! —Exclamó Zaid.

¿Qué hacía ella ahí? Ana le hizo una seña para que la siguiera, introduciéndolo al bosque. Estaba cada vez más oscuro, ella continuaba caminando en silencio, sin hablar, pero estaba bien, puesto que si hablaban, los guardias podrían escucharlos con facilidad. Zaid alcanzó a escuchar las voces y los pasos presurosos de los caballos que pasaban por ahí en dirección al pueblo y suspiró, un poco aliviado.

Algo líquido le cayó al ojo derecho, y al sentir ardor, lo cerró para continuar con su camino. No muchos minutos después, se encontraron frente a una depresión en el relieve, Ana comenzó a bajar con cuidado. Él la siguió. Había menos árboles que allá arriba, así que continuaron bajando y de vez en cuando se sostenían de los troncos y las ramas para evitar caerse. Pronto, a pesar de la oscuridad que se extendía sobre ellos, Zaid alcanzó a divisar una pequeña cabaña allá abajo, supuso que pertenecía a Ana.

Finalmente terminaron de recorrer la pendiente y llegaron a un claro, donde mullida hierba y musgo crecía entre las piedras húmedas. Después del traqueteo al que se vio sometido, Zaid agradecía pisar tierra más firme y suave.

Cruzaron un pequeño arroyo que caía desde la elevada cuesta por la que ellos habían bajado.

Se acercaron a la casa y Ana abrió la puerta de madera con confianza.

—Pasa —dijo ella.

Él obedeció.

La casita consistía en una sola recámara, donde estaba el lugar en el que dormía ella, y del lado izquierdo, el fogón sin encender aún, opuesto a donde estaba situada la cama de madera y mantas.

—Bienvenido a mi humilde hogar —añadió Ana.

—Gracias —respondió con un montón de preguntas en la cabeza.

¿Qué hacía ella ahí?, ¿cómo estaba Gracia...? ¿por qué ya no vivía con Sir Payne en Inglaterra?

Zaid continuaba guiñando por el líquido que le había entrado antes al ojo y que no había tenido oportunidad de limpiarse.

—¡Dios Santísimo! Tienes una herida ahí —dijo ella señalando su frente.

Él recordó que alguien le había lanzado una piedra a la cabeza, el simple pensamiento hizo que le doliera el golpe.

—No te muevas, traeré lo necesario para curarte.

Él tomó su brazo para detenerla.

—Primero cuéntame cómo me has encontrado.

Ella sacudió la cabeza.

—No, primero deberé lavar la herida para que no se infecte —rehusó ella con ojos risueños, pero autoritarios.

RETROSPIRAL © (Terminada) ( #PGP2021 )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora