La Cajita dorada

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Llovía toda la noche en medio de la ciudad y el resonar de las gotas de lluvia que golpeaban en el tumbado me mantenían más alerta y despierto.

Las imágenes de los sepultureros estaban ahí, presentes, y era capaz de revivir cada historia en la penumbra de las sombras que se reflejaban en las pálidas cortinas.
En ocasiones le temía a la oscuridad y al silencio. A la oscuridad como la magia capaz de envolver los trucos más inverosímiles y crear acertijos nunca descubiertos.
Oscuridad-como cómplice de la soledad, de la intriga, del amor-
manto de neblina, en la que yo, Abel Cruz, anhelaba visualizar el silencio de la vida y de la muerte.
Prefería, en ocasiones, que en la creación del mundo, cuando se pronunciaron las palabras de "hágase la luz" quizás la tierra  hubiese quedado por siempre  iluminada, radiante como los destellos de un universo insospechado y más aún, que aquella  luz  pura y celestial jamás se hubiera extinguido de todas las almas .

Los sepultureros cavaban la tierra y preparaban la morada postrera o escarbaban en el lodo  para retirar lo que un día fue un cuerpo robusto o escuálido, cuerpos con formas o deformes, troncos y talles; todos los torsos, sin excepción, finalmente, sumidos en un puñado de polvo que
se perderían en el polvo y en la añoranza de recuerdos que se irían difuminando en las frágiles memorias.

Me acurrucaba en la cama y- con cierta impaciencia- esperaba que pasen los días hasta que llegase el sábado. Sábado de encuentros con mis amigos exhumados, días anhelados para mí y que para otros niños debieron ser de espera para divertirse en los parques.
No solo me agradaba jugar con mis amigos en lugar de siempre; les invitaba a jugar a las cogidas, a las escondidas y hacíamos competencias. Nos retábamos a llegar rápidamente a la pileta que se hallaba a un costado cerca de la jardinera de rojos geranios.
¡A la una! , ¡a las dos!, ¡a las tres!, les gritaba con euforia. "!Corre Abel! ,corre y a ver quién llega primero a la pileta".
Gritaba Samuel, el más ancianito.
Y todos los seres sin color volaban por encima de mi cabeza, mezclándose con muchos más seres que se divertían contagiados de nuestras risas en el aire.
El viento soplaba mi cabello, me cubría los ojos y aquella sensación de libertad es la que extraño algunas veces.
Escuché un grito: "¡Abel te lastimaste la rodilla, otra vez!" me recriminaba mi tía y mi abuelita limpiaba la sangre que chorreaba la sangren que chorreaba del pantalón roto.

- ¿Qué te ocurre Abel?
-¿Por qué corres de esa manera? ¿quién te persigue "mijito" ¡venga a rezar!
Me hablaba dulcemente mi abuelita.
-Actúa así porque ¡no está bautizado! decía mi tía moviendo la cabeza mi tía .
-¡Por esto se deberían bautizar a los niños cuando nacen... !
Repetía con cierta amargura y preocupación, mi preocupada  abuela.

-Nadie, nadie me persigue, no es por no bautizarme, contestaba de mal humor-.

Y todos mis amigos ,sin color, me esperaban ansiosamente en la pileta.
La Pileta estaba deteriorada, pero imponente, que por lapsos y a medias, nos regalaba el exquisito sentir del agua pura y fría, luego se tornaba verdosa y flotaban en ella residuos de ramitas y pétalos de todos los colores e insectos navegantes náufragos.
Algunos insectos luchaban por sobrevivir, yo sentía una gran tristeza, los levantaba de sus transparentes  alas y los ponía a salvo en barcos de papel periódico que los ponía a navegar en la fuente.
Hoy creo firmemente, que estas imágenes, hubieran conformado un cuadro perfecto de Dalí.
Con jarros, fundas o tarros viejos los deudos llenaban de agua los floreros para que adornen, en vano, las lápidas que los muertos ya no deseaban mirar y que los seres ,sin color, se burlaban al ver el espectáculo magnánimo, sobre todo, cada 2 de noviembre.
Vamos a la pileta les decía a mis aliados, a Samuel, a Jeremías, Isabel, Mariana; ellos nunca se negaron a jugar conmigo, fueron los cómplices y son hasta el día de hoy los guardianes de mi vida.

Un sábado me trepé en el lugar más alto de un mausoleo y comencé a jugar con la tierra de una jardinera.
Sacaba la tierra con mis manos y la lanzaba hacia abajo, miraba cómo caía hacia el cemento, mezclada  con piedritas y escuchaba:
-Abel... ¡bájate de ahí!, te vas a caer
Y repetía: "ruega por él, ruega por él". Replicaban :

La Cajita DoradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora