2. Una melodía llena de rosas rojas

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Amor, ¿qué es el amor? Simplemente decir que el amor es mágico. Y eso Sarah lo sabía muy bien, sólo que, a través de los libros que leía desde que era una adolescente treceañera. Y ese día de primavera, no era una excepción que ella saliera al parque de la ciudad a leer debajo de la sombra de un árbol, mientras muchas personas que pasaban corriendo delante de ella, generalmente parejas, disfrutaban de un precioso día de inicios de la primavera para así recargar sus energías. Muchos niños estaban jugando alegremente con sus padres, mientras que los jóvenes se quedaban tumbados en la hierba, observando cómo las blancas nubes surcaban el cielo y formaban figuras que se regían a través de las imaginaciones más inocentes e infantiles. 

Pero la joven estaba allí con un propósito único. Desde que tenía memoria, su vecino Robert le regalaba una simple rosa en un día especial, no un ramo de flores como ocurría en muchas parejas. Pero a ella le gustaba ese gesto tan sencillo y tan romántico a la vez. Como el hombre no venía, decidió apoyarse en el tronco de un árbol y esperar hasta que cayesen las estrellas si era necesario. Se entretenía leyendo las páginas de su libro y, recordando todos los momentos que pasaron juntos.

Ambos se conocieron cuando ambos tenían ocho años, justo en el primer día de septiembre, cuando se mudó junto con sus padres y hermanos en la ciudad de Viena, justo en un apartamento cercano al parque, ya que venían de un pueblo cercano a la gran ciudad y Sarah sabía muy bien que sus padres amaban los lugares más recónditos y naturales. Cuando llegaron, sus vecinos, que eran amigos de sus padres, los recibieron con la mejor de las bienvenidas. Pero ella no se fijó en la conversación que efectuaban los adultos y, como era curiosa desde que salió del cascarrón, vio que, detrás de la puerta, se encontraba un niño de más o menos su edad que la miraba con sus ojos azules y, parecía bastante asustado. La niña lo observaba cada vez más curiosa y sus avellanas brillaron al ver que ese diminuto ser emanaba tanta ternura:

— Hola— dijo acercándose a él—, soy Sarah. ¿Quieres ser mi amigo?

Alentado por su madre, el niño consiguió salir con algo de esfuerzo, pues se veía que era muy miedoso, y, sonrojado, escondía algo a sus espaldas:

— Bienvenidos a Viena, señores McLaren — y, curiosamente, le dio a ella una rosa roja—. Mi madre dice que hay que regalar algo a los vecino y, pensé que...

La pequeña se sonrojó y sonrió, aceptando gustosamente el regalo que le ofrecía. Aquel fue su primer recuerdo juntos. Desde entonces, siempre estuvieron uno al lado de la otra, pero, a medida que estaban creciendo, Sarah descubrió que su mejor amigo le regalaba una rosa roja en cada ocasión especial en la que se encontraba, ya fuese una celebración, un evento para recordar de por vida, o, simplemente, un regalo de cumpleaños. Conforme pasaba el tiempo, tanto Robert como Sarah parecían ser los mejores amigos, pero, parecía ser que ambos ocultaban algo y no se atrevían a decirlo. Según él, Sarah estaba viviendo entre las estrellas del cielo, completamente con la cabeza en las nubes, aunque procuraba decirlo de la forma más sutil posible.

Por ello, mientras eran unos adolescentes de dieciséis años, él procuraba bromear lo máximo posible sobre los extraños gustos de su amiga:

— ¿No te parece costoso el esfuerzo que tienes que hacer para poder leer esos tochacos sin sentido?

— Son historias de amor, bobo— la chica reía gustosamente ante el comentario de su amigo—. Además, no ligarás nada si sigues viendo esas películas de elfos y dragones.

— ¿En serio? Pues parece que conozco a una que le encantan— ante su mueca de fastidio, Robert levantó una de sus cejas y se echó a reír—. ¿Estás celosa, Sarah?

— ¡Qué va!— dijo girándose y cruzándose de brazos.

Aunque, ella sabía quién podía ser aquella chica y, obviamente, no tardó en sonrojarse. Robert se colocó un hilo de hierba en la boca y se apoyó en el tronco del árbol que les estaba haciendo sombra en pleno día de verano. Los dos estaban en el parque, disfrutando de la compañía del otro, mientras charlaban tranquilamente, especialmente de la excursión que tuvieron de niños, más bien, la visita a la granja de los abuelos de Sarah, donde no hicieron otra cosa que coger los huevos frescos que depositaban las gallinas. Sin embargo, eran completos polos opuestos, una pelirroja completamente extrovertida y un castaño que era justo lo contrario que sobresalía una cabeza y media sobre la chica, pero, a pesar de sus diferencias e imperfecciones, lograban compaginar bastante bien, pese a que la sociedad parecía mirarlos con desdén, puesto que todo el mundo criticaba a Sarah, la chica más bella y esbelta del campus, por haber elegido al tipo gordito y empollón en vez de alguno de los deportistas más populares del instituto al que ambos iban. Pero ellos tenían que perder, ya que a ella le importaba más el hecho de que su vecino era dulce y cariñoso a todos aquellos musculitos que usaban al sexo opuesto para satisfacer sus huevos.

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