1. Persecución

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La joven corría entre las subterráneas calles que formaban las alcantarillas de la ciudad. Apenas había salido de la biblioteca cuando, nada más salir del edificio más antiguo de la cuidad, el frío le azotó en la cara. Su largo pelo castaño estaba recogido en una coleta alta de caballo, y sus ropas eran las de un típica adolescente normal que no seguía modas.

Sin embargo, aunque hiciera una preciosa tarde de invierno, la muchacha parecía más preocupada de costumbre y, como cualquier joven de su edad, intuía que algo podría pasar en cualquier momento, por lo que escondió el libro que llevaba debajo de su abrigo. Siempre fue una lectora ávida, ya que sabía que nunca podría ser como las demás chicas de su edad, adictas a la moda y a temas estúpidos y poco ortodoxos. No, ella era una rosa sagrada y virgen, una especie en extinción por así decirlo.

Ella era creyente, no en el sentido pleno, pero había sido educada en un colegio de monjas desde que tenía memoria y sabía que toda la diversión de su generación era un pecado, por lo que la muchacha decidió pasar sus ratos libres divagando en la biblioteca de su ciudad, para así adentrarse en un mundo imaginario que su mente creaba mientras sus ojos leían las páginas de los libros que apenas soltaba.

Pero su instinto le decía que aquel tomo que se acababa de llevar no era normal, no sólo por su aspecto medieval, sino que ese libro escrito en latín narraba una historia que podría poner patas arriba los cimientos de la civilización humana. Ese libro podría ser una nueva Biblia y ello significaba una sola cosa: destrucción.

La chica sujetó el libro con fuerza y, mientras se ajustaba las gafas, sintió como el frío golpeaba secamente su cara, mientras que algo o alguien parecía estar observándola desde una distancia prudente. Ella sentía estar acechada y vigilada por una sombra misteriosa, pero, su instinto la llevó a alejarse lo antes posible de aquel lugar poco frecuentado y llegar a casa antes de que surgiese algún tipo de problemas. Para su suerte o desgracia, la chica escuchó un extraño sonido y sus ojos se abrieron como platos al ver que un sonoro golpe devastó una farola entera. Sus ojos no se lo podían creer; estaba en peligro.

Como cualquier presa perseguida por su depredador, nuestra joven lectora comenzó a correr como alma que la lleva el diablo. No era buena en los deportes y eso lo sabía muy bien, pero su vida estaba en peligro y, si una simple bala pudo destruir un mástil de hierro, no se quería ni imaginar si la hubiese alcanzado a ella.

Miró hacia atrás y sentía cómo su corazón latía con fuerza, mientras su pecho subía y bajaba por el esfuerzo, vio cómo de la hilera del casco antiguo de la ciudad, un grupo de perseguidores salían corriendo tras ella, todos llevando como mínimo, un arma en sus manos. Unos disparaban como locos, mientras otros gritaban a pleno pulmón que se parase, pero ella no les hizo caso y, sintiendo el miedo en sus venas, decidió escabullirse por el lugar más inesperado posible: las alcantarillas.

Aprovechando que nadie la veía, la universitaria abrió una de las rendijas que abrían hacia los pasadizos sucios y subterráneos que daban acceso a los lugares más lúgubres de la ciudad y, como era una mujercita que apenas rozaba los 160 centímetros de estatura y era lo suficientemente delgada como para entrar por ese agujero, no dudó en deslizarse y, una vez se hubo colado, cerró con fuerza la rendija y bajó lo más rápidamente posible. Pero, para evitar que la viesen, saltó de la escalera y, nada más caer al agua que surcaba ese pasillo, sintió los huesos de su tobillo derecho crujirse:

— Mierda— susurró mirando su pie inválido y se agachó para comprobar si estaba bien— espero que los haya despistado.

Pero, ¿quiénes eran esos tipos? ¿Y por qué la querían a ella? No, no la querían a ella, sino al libro que tenía entre sus manos. Caminó en silencio, aun sabiendo que tenía que forzar su pierna para poder seguir entre las turbias aguas, maldiciendo así su suerte. No le importaba mojar su ropa, más bien, unos tejanos, zapatillas de deporte y una sudadera, pero temía más por su vida que por todos los reproches que debían de hacerle sus padres en cuanto volviese a casa. Ahora era momento de escapar lo más discreta y rápidamente posible de esos pulpos armados.

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