—Hijo, no... no quiero que mueras —sus ojos se estaban inundando de lágrimas—. Debe haber alguna otra forma de hacer esto.

—Créeme madre, no la hay. Lo he pensado y... no la hay —se encogió de hombros—. Soy la persona más incompleta del mundo cuando estoy sin ella. Quiero decir... ¿Qué sentido tengo yo, si mi razón de existir está fuera de mi alcance? ¿Cómo puedes decirme que me quede aquí, sabiendo que mi alma está lejos de mí?

»Cuando me dijiste que yo no era el mismo hijo que abrazaste el domingo pasado, tenías razón. He cambiado. Tengo veintidós años amando con locura a una mujer que no puede ser mía, a menos que haga algo para cambiarlo.

Hubo una larga pausa, pero al final, Saúl rompió el silencio.

—Hijo, tienes razón. Tu madre y yo hemos sido felices juntos todos estos años, pero estoy seguro de que si ella se hubiera casado con el Pelafustán, nada de esta felicidad sería posible para mí —se volteó a ver a su esposa—. Ser hombre es difícil, Dalia. Una vez que a un hombre le entra el amor, es difícil que vuelva a ser el mismo. Yo nunca fui igual, antes tenía un gran ego y sentía que todo lo podía, pero luego de conocerte y ver que estabas comprometida, me juré a mí mismo que mi vida la hacía contigo o con nadie.

—Y aquí estoy, a tu lado —añadió Dalia con ojos llorosos y una gran sonrisa.

—No puedes culpar al chico de que persiga lo que más ama en la vida. Tampoco puedes evitarlo. Si fuera tú, le daría mi bendición y pediría a Dios por su vida, porque más no podemos hacer —Saúl le tomó la mano a su esposa y depositó un casto beso en sus labios.

Ella pareció pensarlo un poco.

—Más te vale seguir saliendo con vida, Zaid Díaz —dijo Dalia levantando el dedo índice.

Su hijo sonrió.

—¿Sabes, má? Hay algo que debí decirte, pero que nunca te dije... —Dalia esperó— Eres la mujer más especial que conozco. Ahora entiendo por qué papá te persiguió hasta separarte de Sebastián.

—Otra vez Sebastián —dijo Patricia rodando los ojos.

Sebastián —«Pelafustán» según Saúl— había sido el prometido de su madre antes de casarse con su padre. Dalia estaba prometida a él porque sus propios padres la presionaban a verle cualidades, no porque realmente las tuviera. Solían decir cosas como: «Dalia, mira qué guapo y educado es Sebastián», o «Sebastián viene de una buena familia», refiriéndose a su dinero. Gracias a Dios nada de eso le había importado a Dalia a la hora de cancelar su compromiso, porque a cambio se había ganado a este esposo de risueños ojos pardos que tan feliz la había hecho durante veintiocho años.

—Bueno, dejemos al Pelafustán en paz —dijo Saúl—, yo también creo que tu madre mereció cada esfuerzo para estar a su lado. Por eso te entiendo, hijo.

—Bueno, vámonos a la cama—concluyó Dalia cambiando de tema—, que ya es muy tarde y madrugaremos.

Los dos hermanos recogieron los platos como siempre, aunque para Zaid había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo había hecho.

Dalia y Saúl habían guardado en el refrigerador los restantes de comida y se acercaron para besar las mejillas de sus hijos.

—No tarden mucho en acostarse —pidió Dalia.

—Los amo, hijos —dijo Saúl sonriendo y dándoles un abrazo.

—Y yo también los amo —añadió la madre, repartiendo besos y abrazos por igual.

—Descansen —dijeron los hermanos a sus padres.

Los esposos subieron las escaleras tomados de la mano para ir a su habitación, como solían hacer siempre.

RETROSPIRAL © (Terminada) ( #PGP2021 )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora