Giovanna siguió a Isabella con una ligera idea de a quién se refería. ¿Cómo había pasado por alto la más reciente conexión establecida por Isabella? ¡Su prometido, Tristán Blackwood, duque de Benfield!

–Ya lo has adivinado ¿verdad? –conjeturó Isabella con una sonrisa.

–Creo que tendré el gusto de visitar a tu prometido.

–En efecto. Sígueme –guió Isabella en un edificio de departamentos en los que estaba residiendo Tristán. Giovanna saludó al prometido de su amiga, sorprendida de la inmediata felicidad que los invadía al estar juntos. Sí, confirmado, Isabella estaba locamente enamorada. Y no dudaba que el duque también lo estuviera. Sonrió, porque se sentía muy satisfecha por su amiga. Isabella merecía ser feliz y por muy asombroso que fuera que esa felicidad dependiera de Tristán, a un tiempo tenía una lógica contundente: se complementaban.

Aquello fue más evidente al avanzar la reunión que mantuvo con ellos. Ahí donde Tristán lucía intransigente y frío, Isabella se mostraba risueña y segura, con una tendencia diplomática innata. Sí, sin duda se hacían mucho bien el uno al otro.

–Entonces, Tristán, ¿estás interesado en el proyecto? –inquirió Giovanna obligándose a aparentar una serenidad que estaba lejos de sentir. Él cruzó sus manos, pensativo, antes de asentir.

–Sí. Nunca he mantenido negocios con la Corporación Sforza pero tengo referencias extraordinarias sobre ustedes, más aún desde que estoy en Italia. Y por si eso no fuera suficiente, el proyecto tiene potencial –murmuró mirando nuevamente los documentos que Isabella había llevado del escritorio de Giovanna–. Además, si Isabella lo recomienda, estoy seguro de que será un éxito.

–¿Estás insinuando que lo haces por mí? ¡Vamos Tristán, tú sabes que no es cierto! –rió Isabella mirando a su amiga–. Él jamás se involucraría en algo que no creyera factible, ni siquiera por mí.

–Ahí está el éxito de nuestra relación, Isabella. No podemos perder la cabeza.

Isabella sonrió burlona hacia Tristán. Él seguía luciendo seguro, frío e imponente, pero había un haz de humor reflejado en su mirada además de una gran ternura poco disimulada al contemplar a Isabella.

Reprimió un suspiro de pesar al pensar en su problemática relación con Luke. No solo no sabía en qué punto se encontraba con él, sino que la inquietaba las fugaces imágenes que había estado teniendo en esos días sobre Adriana y Kyan. Una despedida. Una dolorosa despedida.

–¿Giovanna? ¿Estás bien? –preguntó Isabella cuando Giovanna no respondió la pregunta de Tristán. Clavó sus ojos dorados en su amiga, quién seguía sin responder. Parecía perdida en recuerdos.

–¿Se encuentra bien? –inquirió a su vez Tristán, mirando alternativamente a Isabella y Giovanna.

–No lo sé –musitó Isabella con preocupación. De pronto, Giovanna se puso pálida y perdió el equilibrio. Tanto Tristán como Isabella se apresuraron a sostenerla–. ¡Cielos, Giovanna!

Giovanna parpadeó repetidamente al sentir el agarre firme en sus brazos. Los miró con curiosidad, como si esperara una explicación de por qué la sostenían.

–¡Giovanna! Nos asustaste. ¿Has comido bien en estos días? ¡Parecías a punto de desmayarte! –soltó Isabella rápidamente. Tristán la contuvo con una mirada–. Lo lamento, es que...

–Sí, yo... ¿Parecía que fuera a desmayarme? –indagó Giovanna confusa. Isabella asintió–. Lo siento, estoy bien. Supongo que es el agotamiento.

–Sí, has intentando llevar demasiado a cabo –concordó eficaz Isabella, sabiendo que había algo muy importante que Giovanna se estaba guardando.

–¿Te gustaría descansar un poco? –ofreció Tristán solícito. Giovanna agradeció la oferta pero se negó–. Al menos permítenos que te acompañemos a tu casa.

–De acuerdo –accedió Giovanna y miró a Isabella con una leve sonrisa–. Tu Tristán es todo un caballero ¿eh?

–Tiene que serlo ya que es una parte importante de sus obligaciones –rió Isabella. Tristán señaló algo por lo bajo–. ¿Dijiste algo, querido?

–En absoluto. Ideas tuyas, cariño –sonrió Tristán encantadoramente. Isabella bufó y continuaron sus intercambios, para alivio de Giovanna, que solo quería estar sola con sus pensamientos.

Sí, sabía que había perdido la noción de la realidad por un momento. Era consciente de lo que eso significaba cada vez que sucedía. Solo que nunca antes había sentido un dolor tan intenso, una sensación de pérdida tan palpable... y aquellas palabras que había escuchado como si se dirigieran a ella y no a Adriana. ¡Por Dios, aún pendían sobre ella, como una sentencia!

"Adriana no quiere aceptarlo pero es evidente que tendrá que hacerlo tarde o temprano. ¿Cómo podría ignorarlo por más tiempo? Tiene obligaciones inherentes a su posición social. No pueden ser postergadas, ni siquiera con la excusa de ser una joven viuda. Diecinueve años es edad suficiente ¿no?"

Marcas del ayer (Sforza #1)Where stories live. Discover now