—¿Tía? ¿Estás aquí? Soy Ann, yo... La puerta estaba abierta.

Aunque la casa era la misma, Ann percibía que algo había cambiado. Estar allí no le provocaba la misma sensación que cuando era pequeña y acompañaba a su madre durante las visitas a su excéntrica hermana, ese típico sentimiento de extrañeza y vulnerabilidad que uno tiene cuando siente que no encaja. No, esta vez se sentía sorprendentemente cómoda.

Avanzó uno, dos, tres pasos, pero nadie apareció. Su tía no estaba ni en la cocina, ni en su cuarto, ni en el baño. Y patio trasero no tenía.

—No lo entiendo —murmuró, de vuelta en el pasillo—. Si ella no está aquí, entonces, ¿quién abrió la puerta?

Lo sintió. Como si se tratara de un suspiro en su nuca, un rápido escalofrío le recorrió con velocidad la espina dorsal, impulsándola a erguirse. Había sido una correntada, y estaba casi segura de que provenía de la única puerta que no fue capaz de cruzar. Tras dar media vuelta, avanzó contra la corriente de emociones que ella misma se provocaba y cayó, enredándose con sus propios pensamientos.

♪ ♫

Había olvidado la existencia de esas escaleras. De hecho, había olvidado la existencia del sótano en su totalidad. Cuando era pequeña no tenía permiso ni siquiera para acercarse, y como toda niña buena, obedecía. El ahora estar allí, rodeada de una nostalgia que de cierta manera tenía prohibida, le emocionaba de una manera que hasta rozaba lo estúpido.

Antes de que pudiese comenzar a husmear debía levantarse. Inhaló y exhaló, observando la oscuridad que la rodeaba. La adrenalina disminuyó, pero el palpitante dolor en su tobillo izquierdo, no. Se masajeó un poco antes de utilizar al piso como herramienta para ponerse de pie, pero la puntada que sufrió fue muy difícil de ignorar. Si no hubiese sido por el enorme mueble frente a ella, no sería capaz de seguir parada. Aprovechó aquel infortunio para tantear en búsqueda del interruptor de la luz, y lo encontró. La desesperación de no ser capaz de ver con exactitud de por sí ya era agobiante, pero que el foco no funcionara solo empeoró las cosas. La única opción que le quedaba era utilizar su celular. Tecleó en busca de la linterna, con la incertidumbre de no saber dónde se encontraba.

—¡Lo que faltaba, me queda poca batería! —bufó, esperando no haber llegado demasiado lejos con la privacidad de su querida tía.

Ann dudó en volver arriba, a pesar de que desde un principio hubiese sido lo más sensato. Pero ya estaba allí, echar un vistazo no le hacía ningún mal a nadie, ¿cierto?

Aprovechó la cercanía del mueble que tenía frente a ella y, con la linterna en mano, observó una exagerada cantidad de libros que a simple vista no le parecieron la gran cosa. En su lugar, se llevó una gran sorpresa al encontrarse con títulos en un idioma imposible de reconocer. Nunca había visto nada como aquello, ni siquiera en sus más densas clases de latín. Giró, apoyándose sobre su talón sano, para observar la habitación con mayor detenimiento. No se sorprendió al toparse con imágenes bastante similares. Al parecer, el lugar era utilizado como una biblioteca. Pero, ¿qué tenía de especial eso? ¿Por qué su tía se esforzaba tanto en mantener el cuarto cerrado?

Casi había olvidado el por qué de su interrupción al sótano cuando una tenue luz iluminó parte del fondo. Una vela. Y alrededor de ella, un pequeño juego de sillones color escarlata. ¿Cómo no lo había visto antes? Se acercó, a paso lento, quizás Ághata sí estuviese por ahí. La vela se encontraba encima de la mesita más transparente y lujosa que Ann hubiese visto jamás, y el candelabro que la sostenía tampoco se quedaba atrás. Lo más extraño no era el hecho de que se había prendido sola, ni tampoco el que de repente se pudiese sentir un exquisito aroma a té; sino que era la tarjeta. Una minimalista y refinada tarjeta con caligrafía impresa, donde se podía leer claramente:

Mágica confesión [Lysandro ─ Corazón de Melón]Where stories live. Discover now