Capítulo único

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El momento que Ann tanto anhelaba estaba a la vuelta de la esquina, y aún así, le parecía que faltaba una eternidad. San Valentín. La chica suspiró al recordar lo romántico que todo su instituto —y el resto del mundo— se pondría el día siguiente. Y suspiró aún con más fuerza cuando aquel deslumbrante rostro atravesó sus pensamientos.

No era novedad lo nerviosa, sensible y ridículamente cursi que se ponía cuando pensaba en Lysandro; y sin embargo, cada vez que esas traviesas mariposas se alojaban en la zona baja de su vientre, las disfrutaba como si fuese la primera vez.

El chico tenía ese poder sobre ella, esa fuerza, hasta podría decir... esa magia. Por supuesto que ya no era ingenua como para creer en ella como cuando tan solo era una pequeña mujercita, pero se mantenía fiel a su creencia de que si existiese algo cercano a ella, definitivamente sería la sensación de mirar a su amado a los ojos.

Y ahí estaba de nuevo, perdida entre sus pensamientos adorables. O así los llamaba Rosalya, porque para ella no eran más que bobadas.

❝Bobadas que hacen acelerar tu corazón —recordó las palabras de su amiga—. No debes avergonzarte de tus sentimientos, Ann, tienes que expresárselos al mundo. Tienes que expresárselos a él. ¿No crees que es un poco egoísta guardártelos para ti sola?❞

La chica tuvo que contener un bufido, su amiga no era ninguna tonta. Sabía que el punto débil de la muchacha era sentirse una mala persona, y es que la bondad que Ann poseía era una de sus mayores virtudes. Pero ella tampoco era fácil de manejar, y estaba preparada para no caer en ninguno de sus jueguecitos mentales. Además, ¿qué podría hacer? ¿Declararse? No, claro que no, ¡no sería capaz! Tan solo de pensar en cuál sería el resultado de aquella confesión provocaba que un nervioso escalofrío le recorriese hasta la punta de los pies, sin mencionar al inmenso calor que suele extenderse por sus mejillas cuando se tocan temas tan sensibles.

Ella era perfectamente capaz de imaginarse a sí misma junto a él, como una auténtica pareja, y a pesar de ello no lo hacía. No le parecía correcto el alimentar sus ilusiones de una manera tan cruel. ¿Qué sucedería si le dijese que no? ¿Que a pesar de todo, él no tenía la misma sensación que ella tanto atesoraba con tan solo mirarlo a los ojos? No podía evitarlo, pero pensamientos como esos la perseguían día tras día.

Miradas de reojo.

Despedidas a lo lejos.

Encuentros casuales entre clase y clase.

¿Podré continuar sintiéndome satisfecha con tan poco?

—¡Ugh! —Tomó una almohada entre sus manos y enterró su rostro en ella, arrojándose sobre la cama. Unos instantes después la retiró, y dirigió sus ojos hacia el marco encima de su cómoda. Una mueca adornó sus facciones antes de suspirar con pesar—. Si no fuese por ti, Rosa, él ni siquiera me hablaría... ¡¿Cómo quieres que haga semejante cosa?!

Almohadazos y pensamientos cursis más tarde, terminó hartándose de la soledad que la rodeaba y decidió salir a tomar aire fresco. ¿Acaso tenía algo mejor que hacer un lunes por la tarde?

♪ ♫

No sabía cómo había llegado hasta allí, pero que sus pies la hubiesen impulsado hasta la casa de su tía no podía significar nada bueno. Estaba a punto de dar media vuelta cuando la puerta de la entrada se abrió y, a pesar de que nadie se asomó, una extraña fuerza le impedía irse. Esperó inmóvil durante varios minutos antes de convencerse a sí misma de que debía entrar; por lo menos para decir:

—¿...Hola?

Pero nadie contestó. Asomó su cabeza por la entrada y reconoció de inmediato al característico pasillo que diferenciaba aquella casa de las demás. Sin embargo, se extrañó al encontrarlo vacío.

Mágica confesión [Lysandro ─ Corazón de Melón]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora