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Un día para recordar

Luke tenía hora con el médico, él necesitaba algún tipo de relajante muscular para su espalda, aun le dolía debido a los golpes que había provocado su hermano, así que pasó por uno al laboratorio de farmacia.

Robert siempre lo atormentaba, y Luke sentía que pronto colapsaría. Tenía miedo con respecto a lo que vendría más adelante. Pero hoy, hoy Luke se sentía feliz. Su hermano no estaría en casa y eso significaba que estaría en armonía, que era lo que necesitaba en ese momento.

Mientras Luke se dedicaba a buscar algo para entretenerse Michael caminaba hacía el hogar del rubio como el día de ayer. Hoy no traía dulces para Luke, quizás no debió decirle que su madre los había enviado, de ese modo tal vez pudo haber comido alguno, pero Luke ni siquiera les tomó importancia y los hizo a un lado.

Cuando el muchacho de pelos pintados llegó, dio tres golpecitos a la puerta y escuchó cómo dentro de la casa bajaban las escaleras. La puerta dejó ver al pequeño Luke con su pijamas y el cabello alborotado igual que el día anterior. Michael sonrió ante la divertida y dulce escena que tenía frente a sus ojos y rió un poco.

— ¿Puedo saber de que te ríes? —preguntó Luke sonriendo.

Michael negó con la cabeza y lo miró amorosamente.

—Espero que no me dejes aquí afuera esperando —dijo, mientras frotaba sus brazos con las manos—, hace mucho frío.

Luke se percató y se hizo a un lado. Una vez dentro del cálido hogar Luke toma la mano del teñido, arrastrándolo a lo que era su habitación. A Michael no le llamó para nada la atención el desorden que había, ya que anteriormente también estaba hecho un desastre. Michael se sentó a un lado de la cama, entretanto Luke buscaba algo en su clóset.

— ¿Luke? —preguntó Michael, mientras se levantaba a mirar los libros del estante que había en la habitación.

— ¿Sí?

— ¿Ahora... te encuentras bien?

Michael tomó un libro que ahí había y observó la hermosa ilustración de la portada. Luke se dio la vuelta para observar al chico de cabellos pintados y le arrebató el libro. Michael se lanzó a la cama, dedicándose a ver el blanco cielo del dormitorio, esperando una respuesta de parte de Luke.

—Estoy mejor que nunca, Mike —dijo, dándole una cálida sonrisa. Su cabeza se había atorado en el cuello de la camiseta y solo se podían ver mechones rubios de pelo.

Michael se rió de la situación, ¿realmente le gustaba ese chico torpe que tenía enfrente? ¿realmente sentía todas esas revoltosas mariposas por ese chico? Era increíble.

— ¿Quieres que te ayude con eso? —Michael se sentó en la litera mirando a Luke nuevamente.

—Por favor, no te me quedes ahí viendo.

—Está bien —dijo, tirando la camisa hacia abajo.

Luke sintió la mirada de Michael sobre él cuando acabó, y sin antes pensar se abalanzó sobre el chico de pelos teñidos.

—Mike, quiero hacer algo...

— ¿De qu- e?

En aquel momento, Luke comenzó a tocar el borde de los labios de Michael, como si estuviese dibujando en ellos. Michael lo mira, lo mira de cerca, cada vez de más cerca, ambos respirando confundidos y sus bocas de pronto se encuentran. Es un beso tierno que solo roza la piel suave de los labios, probando el sabor de su respiración, un beso dulce que se deja caer poco a poco, tomando todo el tiempo del mundo para conocer cada milímetro de sus boca.

Aquel beso le robó el alma, detuvo su respiración quemando con fuerza por dentro. Michael sentía que algo estallaría pronto en su pecho y un extraño hormigueo de repente comenzaba a recorrer todo su cuerpo, los labios de Luke acariciaban los ajenos, con dulzura, y cuando se separó de él, Michael se comenzaba a sentir débil.

—Mi primer beso contigo quisiera guardarlo en una cajita para siempre —dijo Luke, sonreía sabiendo que el mejor regalo que le había dado el mundo era Michael y un universo en sus brazos.

ROBERTOnde as histórias ganham vida. Descobre agora