«De acuerdo, tracemos un plan, pero... ¿sí iremos hoy?», preguntó Francisco.

«Claro que sí, en cuanto lleguen mis papás», aceptó Sanja.

Patricia colgó la llamada. Sentía un poco de náuseas y miedo. Su cabeza estaba llena de preguntas y ninguna respuesta. ¿Por qué Francisco le ocultó a ella algo tan importante como que su hermano había desaparecido? ¿En qué líos estaban metidos? ¿Por qué Sanja sabía más que ella? Estaba enojada también, porque se sentía demasiado traicionada por Francisco, a quien veía como a un primo, y porque le había mentido sobre algo tan indispensable. ¿Por qué se lo callaban y no iban a la policía a denunciar su desaparición? No parecía que Francisco tuviese algo qué ver, o su novia no estaría diciéndole que le prometía que lo encontrarían. «Sin embargo, algo malo ocurre, porque están actuando a escondidas, sin decirle a nadie que Zaid está perdido», reflexionó.

«¡Oh, por Dios! Si algo le pasó a mi hermanito...», pensó Pato, pero fue incapaz de concluir la frase. Tenía que buscarlo ella también. No era justo que la excluyeran en esto y esos dos estaban locos si creían que podían engañarla así nada más.

En ese momento, decidió actuar. Sólo había un problema...

Sanja vivía en un exclusivo fraccionamiento de Guadalajara y para entrar tenías que precisar el domicilio al que ibas y el nombre del habitante de la casa. Los vigilantes de la caseta, llamaban entonces por teléfono al residente para corroborar la información que el visitante daba y luego, sólo tras la autorización, te dejaban pasar. De modo que, Pato no podía sólo ir y espiar desde fuera, pues si ella decía a los vigilantes que visitaría a Sanja, no había forma de que ella no supiera que estaba ahí.

Repentinamente, recordó que tenía una conocida cuyo nombre era Alejandra Ponce, quien también vivía en el mismo fraccionamiento. Habían ido juntas a la secundaria y en aquél tiempo eran allegadas, pero su relación se había distanciado luego de que ambas se habían inscrito a preparatorias diferentes y comenzaron a tener distintos círculos de amigos. En aquellos tiempos, Alejandra siempre estaba dispuesta para un buen chisme y Pato esperaba que no hubiera cambiado eso en ella, pues ahora le sería de mucha utilidad. Rogó al cielo por que estuviera en su casa y le llamó por teléfono.

«¿Hola?», respondió Alejandra con voz insegura, desde el otro lado de la línea telefónica.

—Oh, ¡hola, Ale! Soy Pato... de la secundaria, ¿me recuerdas? —Patricia tenía los dedos cruzados para invocar a la suerte y que su ex compañera realmente se acordara de ella.

«¡Oh, my God! ¿Pato?», gritó la chica. «¡No inventes, han pasado siglos enteros!», exageró.

Patricia estaba agradecida, pero no tenía tiempo que perder.

—¡Lo sé! Me estaba acordando de ti y me entraron ganas de visitarte...

«¡Claro que sí!», volvió a gritar entusiasmada. «¡Tienes que venir! ¿Cuándo?»

—Esperaba que hoy me pudieras recibir en tu casa. Tengo dos cosas que hacer en el fraccionamiento y una es verte, pero como contigo me tardaría más para contarte todo el chisme —recalcó la palabra chisme, esperando que le dieran ganas de verla—, pues decidí hacer lo otro primero... Sólo necesitas dar autorización cuando llegue al fraccionamiento preguntando por ti, ¿qué dices?

«Oh... Ay, Pato, no puedo hoy...», comenzó a decir. A Patricia se le encogió el corazón, era su última esperanza. «¡Ash, si quiero! Tenemos que ponernos al día, pero mis papás me quieren llevar con ellos a una conferencia aburrida sobre el amor». Pato casi se rió, podía verla rodando los ojos. «¿Sabes qué? Voy a hablar con mi mamá. A ella le caías muy bien en la secundaria; le voy a decir que vendrás y así seguro me libro de la conferencia y podemos echar el chisme a gusto, ¿qué dices?»

RETROSPIRAL © (Terminada) ( #PGP2021 )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora