Nuevos inicios

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Llovía con suavidad el día de su vuelta a clase, para variar. Era extraño que en el Reino Unido no lloviera un día, mucho menos cuando además era un evento importante. Volver a clase tal vez no era algo tan dramático, pero sí que lo parecía. Emily desvió la vista del las gotas de cristal de la ventana para volver la vista a la luna frontal justo en el momento en el que atravesaban la verja del internado Queen Elisabeth. Tenía curiosidad por ver los cambios en la escuela que habían anunciado en una carta poco antes del comienzo de clases.

La fachada del edificio principal, aquel destinado a la administración y las clases de los cursos inferiores, estaba renovada. Habían cambiado los ventanales en las clases, haciéndolos más amplios y cubriendo por completo la pared con solo unos pocos toques de color en el metal azulado. Emily entrecerró los ojos, buscando algún cambio también en el mobiliario de las clases, pero enseguida el vehículo siguió avanzando y acabó por perder el interés. Soltó un suspiro, volviendo la vista hacia el interior del vehículo.

El vehículo acabó por detenerse en la entrada de su residencia. Emily bajó del asiento del copiloto con una sonrisa nostálgica al despedirse de su madre. Era el momento más duro de los que vendrían, incluso más que llevar sus cosas a la habitación sin ayuda. Parte de su ropa la dejaba directamente en la residencia y se encargaban de moverla a su habitación cuando acababan de distribuirlas, pero aún así llevaba un par de bolsas consigo. Cogió las cosas del maletero y cerró tras revisar que no se dejaba nada y, de nuevo, se acercó a la puerta del conductor.

— Avisa cuando llegues a casa.— Comentó con aire responsable, lo que hizo que su madre riera con suavidad y acariciara su mejilla. La lluvia empezaba a empaparle el pelo y la ropa y unos pocos mechones castaños se pegaron a su mejilla nada más apartar el contacto.

— No te preocupes, la lluvia no es tan fuerte como para preocuparme.— Bromeó la mujer, subiendo hasta la mitad la ventanilla del conductor.— Entra antes de congelarte del todo.

— No olvides de avisarme cuando sepas cuándo publicas nueva obra— Sonrió Emily, aunque no recibió respuesta de su madre en el interior del coche, que solo esperó a que su hija se hubiera apartado para iniciar la marcha. Emily suspiró, recogiéndose el cabello ondulado y empapado en una coleta y cogiendo sus cosas en un intento de no desequilibrarse demasiado. El curso comenzaba de nuevo.

La recepción de la residencia todavía no estaba saturada, aunque sí había unos cuantos estudiantes pidiendo las llaves de su habitación. Mientras esperaba, la joven revisó su teléfono móvil con algo de ánimo. Empezaba a recibir mensajes de compañeros de clase que ya habían visto las listas del curso y de amigos más íntimos pidiendo quedar para amenizar su último día de libertad. Ella los ignoró todos menos el de Sam, su compañera de habitación. "¿Has llegado ya?" había preguntado hacía quince minutos. Estaba a punto de contestar cuando vio que ya era su turno para recoger la llave de su habitación y cerró el teléfono con la respuesta a medio enviar.

Subir hasta su habitación tal vez fue lo más complicado, cargando con dos maletas de ruedas y con el ascensor saturado. Algo impaciente ya, acabó por subir por las escaleras, llevada por la energía de los reencuentros. Se detuvo en el cuarto piso y tras mirar de nuevo a la llave de su habitación caminó hacia el ala sureste. Ante la puerta recordó el mensaje que no había llegado a enviar y con algo de diversión contestó "", llevando la mano al tiempo al picaporte.

No llegó a abrir ella, sin embargo, antes de que su compañera abriera de golpe y se colgara a su cuello con tanta euforia que retrocedieron un par de pasos.

— ¡Quita, bicho!— Se burló Emily, entre risas. Aunque dijera aquello acabó por estrechar con más fuerza a su amiga, notando que olía a un perfume floral nuevo y muy agradable.

— ¿Nunca vas a saludarme como corresponde, patito?— Le correspondió la joven, apartándose. Se notaba que acababa de volver de vacaciones: su ropa todavía era veraniega pese al clima otoñal de Ingaterra, y además tenía la piel morena por el viaje.— Me debería sentir ofendida, pero incluso echaba de menos que me ignorases en whatsapp hasta el último segundo.

— Perdona, es difícil maniobrar con tanto cacharro.— Se disculpó la chica, aunque era cierto que bien podría haber contestado hacia tiempo.

— Ya, claro. No me quieres.— Dramatizó la joven, fingiendo secarse una lágrima de la comisura de sus ojos verdes.

— Ni una pizca, Sam.— Contestó Emily, tirando de la maleta más grande y cogiendo la bolsa de su portátil del suelo.— ¿Has estado colocando cosas ya?

— Solo un poco. Me he pedido la cama apartada de la ventana porque eres un ser horrible que no baja las persianas y prefiero vivir alejada de esa aberración.— Explicó Sam, dejando la segunda maleta a los pies de la cama de su amiga y caminando hacia su parte de la habitación. Siguió hablando mientras se recogía la corta melena negra en un moño bajo, y segundos después se ponía a ordenar sus cosas.— Y por tanto he cogido el armario más pegado a mi cama, pero nada más.

Emily no puso pegas al reparto de la habitación, cerrando la puerta a su espalda. Había un espejo tras la puerta que seguramente sería de su compañera, pero en el que se quedó mirando. Tenía la ropa pegada al cuerpo, mostrando su figura más bien recta, con apenas las caderas marcando por encima de su blusa a cuadros. Sam contrastaba un poco con ella, ya no solo por su piel, sino por el cuerpo más tonificado y una altura mayor. Normalmente no le daba importancia a ese tipo de cosas, pero era la primera vez que notaba tanto la diferencia entre ambas.

— ¿Pasa algo?— Preguntó la joven, desconcertada al ver que Emily no parecía reaccionar.

— No, nada. Estaba distraída.— Confesó ella, volviendo a sus cosas y deshaciendo las maletas.— ¿Dónde has estado en vacaciones?

— Nueva Zelanda.— Comentó Sam, soñadora, antes de tirarse sobre su cama con las camisas sobre su pecho.— Ha sido un viaje de ensueño, Em. El mar, los ríos, los bosques...

— Los chicos...— Continuó su compañera, sabiendo por dónde iban los tiros de la otra joven.— ¿Así que eran guapos?

— Bastante. Pero no encontré a nadie digno de mención. Sigo buscando a mi príncipe azul...— Hizo un pausa en la que Emily estuvo a punto de hablar, consolar a su amiga y asegurarle que había más peces en el mar, cuando, como si acabara de recordar algo de suma importancia, Sam se incorporó sobre la cama y pegó un chillido emocionada.— ¡Ay, Em, tienes que ver al nuevo!

— ¿Qué nuevo?— Preguntó Emily, casi temiendo la respuesta. Sam se puso en pie, ignorando su maleta a medio deshacer, mientras comenzaba la descripción del que ella creía que sería el hombre de sus sueños.

— Es bastante alto, tiene el pelo castaño revuelto con un tupé, adorable, te lo prometo.— Comenzó, haciendo una pausa para suspirar, ensoñadora.— Creo que tiene nuestra edad, pero solo le vi mientras hacía el registro. ¡Y sus ojos, Emily! Son negros, que puedes pensar que no tienen nada de especial, pero al verle... casi se me escapó el aire de los pulmones, te lo juro.

Emily siguió recogiendo mientras Sam detallaba cada momento desde que se habían visto, a veces deshaciendo su maleta y otras pasando a sentarse o bien sobre su escritorio, o en el pequeño sofá que había entre ambos escritorios, o sobre la cama. Emily, mientras tanto, acabó de colocar sus maletas y las guardó bajo la cama como de costumbre. Todavía tenían que llegarles los muebles como la televisión o pequeños electrodomésticos para cuando tenían algo de hambre por la noche, pero posiblemente tendrían que esperar hasta el fin de semana para que todo estuviera en su sitio.

— ¿Pero os visteis solo en la recepción o congelaste el tiempo para verle mejor?— Bromeó Emily, recibiendo una mirada amenazante como respuesta. La joven puso los ojos en blanco, pero acabó cediendo.— Vale, venga... vamos a cenar y me sigues contando sobre el hombre de tus sueños.

— ¡Está bien! ¡Y luego me cuentas tu! Te he echado de menos.

Emily sonrió, agarrándose al brazo de su amiga al salir. Le costaba a veces despedirse de su familia cuando comenzaba el curso, pero Sam era también parte de ella, y era su último curso e instituto. Las emociones no habían hecho más que comenzar.

Llama oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora