Baile de Brujas

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Introducción

 

El cielo se tiñó de carmín cuando una marea de gente armada con espadas, hachas, antorchas y guadañas irrumpió en las calles de la ciudad de la noche eterna.

El matrimonio formado por Lord Harley y Lady Kassandra Muerte siempre había sospechado que aquel día llegaría, pues en las aldeas del Reino de Reyes Muertos los rumores se extendían con rapidez, pero hasta entonces habían tenido la esperanza de que pasaría el tiempo suficiente como para que sus tres hijos pequeños hubiesen alcanzado la mayoría de edad.

Lamentablemente, se habían equivocado.

La columna de guerreros avanzó por las calles hasta alcanzar la pequeña casa de piedra y madera en la que vivían. Muchos eran los ciudadanos leales a la familia que se enfrentaban a los guerreros; gentes nobles y valientes que no temían a la muerte. Pero a los guerreros no parecía importarles su presencia. Los combatían y mataban, y así la marea humana de hierro y acero seguía adelante, implacable.

Cercaron la casa formando distintos grupos de ataque. Tras varios tensos segundos de refriega contra la resistencia, uno de ellos, el elegido por su majestad Solomon Blaze, alzó la voz por encima del ruido y los gritos.

Leyó el comunicado.

La voz del heraldo resonó con fuerza en el corazón de madera de la casa familiar, pero ni Lord Harley ni Lady Kassandra le prestaron la más mínima atención. Reunieron a sus tres hijos en una pequeña sala que hasta entonces habían empleado como bodega, y tras darle unas cuantas indicaciones al mayor de ellos de cómo debía escapar con sus hermanas pequeñas, apartaron una gruesa alfombra del suelo para abrir la trampilla que se ocultaba debajo.

Symon nunca había sido un niño que vertiera lágrimas fácilmente, pero aquella noche sus ojos estaban tan llenos de ellas que apenas veía cuando su padre abrió la trampilla. Su madre le secó las lágrimas y le mostró el interior; el niño se asomó y más allá de la madera no vio más que oscuridad. Symon escudriñó las sombras, pues sus ojos eran capaces de ver en la misma noche, pero no encontró más que un estrecho camino a seguir. Era un lugar tan lúgubre y silencioso que empezó a temblar de puro miedo. Estaba tan asustado que ni tan siquiera los llantos de la más pequeña de las niñas, Elaya, lograban ahogar el latido desbocado de su corazón.

-    Debes cuidar de ellas. Protegerlas y darles un buen futuro, Symon.- le dijo la madre al niño de no más de ocho años mientras acunaba al ruidoso bebé entre brazos.- Son tus hermanas Tu vida depende de las de ellas. Tómala.

El bebé se adecuó a la perfección en sus brazos, como si hubiese nacido para ocupar aquel lugar. Symon sonrió nervioso a su hermana; inmediatamente después, el bebé cambió las lágrimas por una sonrisita divertida.

-    Sí madre.- respondió el chico con la voz temblorosa.

El niño dedicó una última mirada a sus padres. Los ojos de su madre siempre habían tenido un brillo especial que solía asustar a la gente, pero que a él siempre le había entusiasmado. Su padre, en cambio, era totalmente distinto. Su mirada era tan bondadosa que a veces resultaba difícil incluso acostumbrarse a ella teniendo en cuenta con quien estaba casado.

-    Kassandra...- susurró Harley con pesar.- Kassandra, van a entrar.

La mujer asintió lentamente con el rostro contraído en una clara mueca de amargura. Deslizó con suavidad la mano sobre la mejilla embadurnada de lágrimas de su hijo y le besó la frente. Después hizo lo mismo con la pequeña que tanto se negaba a abandonar la casa, y el bebé que lloraba.

-    Os quiero, niños. Os quiero.

-    Mamá.- dijo la mediana con la mirada sombría.- ¿Por qué tenemos que irnos? ¡No quiero irme!

-    Cariño.- se apresuró a decir su padre. Se arrodilló junto a la niña de larga cabellera azabache y la estrechó entre sus brazos. Ella se apresuró a corresponderle vertiendo las primeras lágrimas.- Obedece a mamá, tesoro.- le dijo al oído. Le besó la frente y a continuación repitió la misma operación con su hijo mayor.- Symon, llévatelas y no volváis jamás. Olvidad este lugar, olvidadlo todo. No existís, ni tú ni ellas... ni nosotros. Nunca hemos existido.

Y tras decir aquellas palabras, estrechó entre sus brazos a los niños por última vez. Besó sus mejillas de nuevo, y tomó de la mano a su mujer. Esta pareció desear resistirse a abandonarles. Quería escapar con sus hijos y dejar atrás aquel lugar, pero no lo hizo.

No podía.

Besó los labios de su marido, desenfundó la espada que portaba en la cintura, y sin volver a mirar atrás, salió a enfrentarse a la turba rugiente que con tanto desprecio y odio exigían su presencia mientras chillaban una y otra vez la palabra bruja.

Baile de Brujas - BorradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora