Capítulo 7.

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El tiempo paso más rápido. De un momento a otro la puerta del closet se deslizó y otra vez esa mujer estaba parada frente a mi, me tomo de los brazos y me levanto con belicosidad.
— ¿Has estado llorando? — pregunto limpiando de mi rostro las lágrimas.
— No — Negué, aunque las lágrimas secas de mi rostro decían lo contrario.
Ella giro los ojos con fastidio — Bueno, sal ya, el está aquí
Levante la cabeza con miedo y pregunté — ¿Quien?
Ella suspiro — Ya lo verás.

Me tomo de la muñeca y salimos a toda prisa, pasamos por el mismo pasillo lujoso hasta llegar a la estancia, ella daba pasos seguros y firmes, yo, sentía que dando uno hacia a delante daba dos para atrás, mis pasos eran torpes y tambaleantes, aún dolía la palma del pie. Había sofás de lujo con tela obscura con vista triste, las paredes eran de mármol color arena ella me soltó y camino hasta la esquina de la habitación donde había un umbral con una puerta de madera caoba color acre con acabados muy finos, esta se abría en dos, ella tocó con delicadeza un par de veces de pronto contesto aquella voz áspera y profunda que me hizo estremecer de terror — ¡Entra!
Mi respiración comenzó a agitarse pero ella no lo noto, me paralice y quise dar media vuelta. Ya era tarde ella me había gritado — ¿A donde vas? Es por acá
Entonces, ella se acercó a mí y volvió a tomarme de la muñeca con brusquedad, me estaba oponiendo a entrar con la poca fuerza que aún había en mi, pero fue inútil, ella dio un jalón fuerte y atravesamos el umbral, mis pies se enredaron y ella me dio un empujón para que entrara de lleno y fui a caer de bruces frente a el, el azote de mis rodillas se escucho por toda la habitación, la alfombra fina y de color marrón oscuro, sorprendentemente me raspó las rodillas, tenía tanto miedo que aún no subía la cabeza al enfrentarlo, mis brazos temblaban y estaba por comenzar a llorar. El dio unos pasos hacia adelante y sus botas se hicieron presentes en mi vista.
— Creo que estoy destinado a verte desde abajo — Dijo con la voz segura de si — Como la escoria — Entonces mi cabeza comenzó a proyectarse de que estaba haciendo ahí, porque me vistieron de esa forma  y porque el me estaba hablando de esa manera. Una de sus criadas. Una de sus putas.

«No llores Amara, levanta la cara»

— Levántate — Ordenó con tranquilidad.

No podía, así de sencillo.

«Levántate Amara, hazlo, por favor»

El soltó un golpe con el puño en la mesa de lado de el. — ¡Agnes! — Bramó con furia, salte de  pavor — ¿Que estas esperando? ¡Levántala! ¿A caso quieres que me ensucie yo las manos haciéndolo?  — Grito aún más molesto, la mujer se acercó a mí.

— Vamos, Levántate — Ella me murmuró al odio
— No puedo — susurre con la voz entrecortada y con las lágrimas al tope. Ella me levanto con belicosidad y me puso de pie con intento  forzado.  Sentía que si me soltaba me caería de nuevo. Pero no sucedió. Ya estaba de pie, ella me soltó y dio unos pasos atrás. Subí la cabeza lentamente por miedo de encontrarme con un rostro que me estremecería de terror. Terminé con eso de una vez y lo mire a los ojos. Ojos azules tan azules como el cielo de la mañana, con piel blanca y limpia, y con el cabello rubio, dorado que este brillaba con la luz, labios gruesos y una expresión en la cara de altivez. El me soltó una bofetada ardiente y cortante. Apreté los ojos de dolor y gire a mirar hacia otro lado, el se acercó a mí, apretó mi brazo con violencia — Jamás me mires a los ojos — me dijo tan cerca de mi oído que era indescriptible el terror que sentía hacia el. Y me soltó dándome un pequeño empujón.  Giro en si mismo y tomo unos  papeles del escritorio, comenzó a leerlos en voz baja.
— ¿Es ella? — Pregunto con una mueca en la cara. Trataba de mirarlo con cautela
— Si, señor, es ella — Dijo Agnes.
— ¿No pudiste hacer que se viera menos judía?

— Puse todo mi esfuerzo, señor.
— ¿Ese es todo tu esfuerzo, Agnes? — Soltó una carcajada — Huele a basura. 

— Se ve bien ¿No lo cree?
— Pues si, pero no es suficiente. ¿Cual es tu nombre, judía? — Pregunto dirigiéndose a mi, baje la miraba rápidamente y gire a mirar a Agnes.
— Responde.

— Amara — Titubee.
— Amara Astor — Afirmó el mirando los papeles de su mano. Asentí con la cabeza.
— ¡Vaya! — Exclamó con los ojos bien abiertos — Al parecer tienes unos padres ricos — Soltó una carcajada — Digo, tenías porque quien sabe en donde estén ahora. Podrían estar haciendo zapatos o cuidando conejos.

El sonrió sin lamento, yo seguía llorando. — O muertos.
Volvió a sonreír de medio lado. Suspiro y fue directo a sentarse en su silla frente al escritorio. Siguió leyendo — Si, parece que todo encaja con lo que estamos buscando, Agnes. Se queda.

Gire a mirar a Agnes confundida y miedosa. Ella revoloteo los ojos y miro al hombre sentando frente al escritorio. — Ella quiere saber que va hacer con ella.

— Primero que nada tengo que admitir que el terror que sientes hacia a mi me gusta, eso quiere decir que pronto aprenderás quien es el que manda aquí. Tu estas aquí para ser...— Pensó un poco las palabras correctas mirando hacia arriba — Como una puta y una criada a la vez. Mi criada, y mi puta. — Fue como si hubiese leído mi mente. Aterrador.

— Pero...
—¡No te di permiso de hablar! — Grito levantándose de la silla — Desde hoy, me pedirás permiso para hablar, para comer, para mirarme, para hacer cada cosa aunque esta sea la más insignificante, si por mi fuera ni siquiera te daría permiso para respirar. Contaminas el aire. — Mi pecho se estaba haciendo mas pequeño, se acongojaba cada  que me hablaba — Vas a hacerte pasar por lo que yo diga, quiera y mandé; Mi esposa si yo quiero. Tu frase  favorita desde ahora será "Si, señor" ¿Entiendes?

Mis palabras bailaban, ahora tenía más miedo que nada  y el lo sabía y Le encantaba. — Si, señor.
— Todos tus documentos están rotos, tu paradero en los campos despareció junto con las listas de judíos por buscar,  prácticamente ya no existes. Nadie sabrá que eres una judía más del montón. Tu ahora no eres nadie.

— Necesito saber si mi familia murió.
— Ese no es mi problema, judía. Ni siquiera tuyo lo es ya.
— Es que...

— Agnes te dirá  cual va hacer tu primera labor, donde dormirás y que harás en el  tiempo que estarás aquí. No puedes salir, no puedes tocar nada,  no puedes hablar con nadie, ni siquiera por teléfono, porque lo sabré. Agnes me dirá todo.
— No entiendo  nada, Señor.

El suspiro. — Agnes te explicará todo después. Espero que hayas  escuchado bien las cosas.

— Si señor, lo escuché  — Y sin querer me solté en llanto. El bufo con fastidio.

— Después que dejes de servirme, tienes que morir, no puedes decir nada a nadie y esa es la mejor manera.
— ¡No diré nada señor se lo juro! — Exclame en llanto, seguido sentí su mano impactarse  con mi mejilla, caí al suelo de sentón. La comisura de mi boca sangraba.

— Si fuese por mi; estuvieras en este momento colgada de los tobillos en un gancho para reses.

El dolor era impactante, pesado y ardiente, sacudió todos mis pensamientos y me dejó quieta unos minutos ahí sentada en el suelo, lo mire con desprecio y el se puso en cuclillas enfrente de mi, el me tomo de la mandíbula y la apretó con fuerza, lastimándome aún más.
— ¿Que te dije sobre mirarme a los ojos? — Su piel blanca, era tersa y combinaba a la perfección con sus ojos azules. Mi sangre se combino con mis lágrimas al morir estás en mi boca. El era apenas un muchacho joven, con uno o dos años más que yo, su juventud y su porte era algo inefable como también era inefable el Miedo que me provocaba. Deje mirarlo. Mire hacia el suelo pero él no me soltaba, cuando por fin lo hizo sentí que mi mandíbula iba a caerse de su lugar, tomo un pañuelo y se limpio las manos con expresión de asco  — Vas a tener que teñirla, Agnes.

— Si, señor.
— Llévatela ya. No quiero verla hasta mañana — El se colocó la boina en la cabeza y salió.

Agnes se apresuró a mi, tomo el mismo pañuelo con el que se limpio y limpio mi sangre.
— ¿Quien es el? — Pregunté.

— Se llama Wilhelm — Dijo ella. Yo estaba un poco atontada por el golpe.

— Wilhelm Goldschmidt y es un teniente de la SS .

Cenizas En El Cielo (PAUSA)Where stories live. Discover now