—¿Crees que podremos ver un delfín?— pregunté al recordar al hermoso cetáceo que había en la fuente de la academia y el cual me encantaba observar.

—Es posible... nunca se sabe.

Frente a nosotros encontramos una enorme fosa que se veía muy oscura. Me estremecí, ya no sólo por el frío que empezaba a sentir, sino porque había algo que no me gustaba.

—¿Tenemos que entrar ahí?— pregunté desconfiada.

—Ahí es donde sospechamos que está. Vamos.

Seguí a Dareh, sin embargo, mi sexto sentido me decía que tenía que tener cuidado. Nos introdujimos en la oscura fosa y la temperatura y la luz fueron disminuyendo paulatinamente.

—Tengo frío— me quejé.

—Tranquila, no puedes tener frío. No estás aquí. Relájate. —Apretó mi mano transmitiéndome la confianza que necesitaba y continué nadando.

Dareh encendió una linterna que tenía en un bolsito de su cinturón y seguimos descendiendo. Aquel lugar no tenía final. Era como un abismo eterno de frío y oscuridad. A nuestro alrededor, los bellos animales marinos comenzaron a dar paso a horribles monstruos de ojos blancos y largos dientes. Nunca había visto semejantes criaturas. Ni siquiera las habíamos estudiado en la clase de biología.

No sería capaz de decir durante cuánto tiempo estuvimos bajando. Mis músculos estaban entumecidos y me dolían los pulmones, como si realmente estuviera realizando ese esfuerzo físico. Me sentía desfallecer y de un momento a otro, mi cuerpo colapsaría y perdería el conocimiento. 

—Vamos, Ada. Aguanta un poco más.

—No... puedo...

La abrumadora oscuridad me envolvía como un velo. Casi podía sentir que era sólida y me impedía avanzar. Dejé de agitar mis manos y pies para ser, literalmente, arrastrada por Dareh. Había tanta oscuridad que ni siquiera era consciente de si tenía los ojos abiertos o cerrados.

—Vamos, Ada. No me falles. Tienes que aguantar despierta, ¡te estoy perdiendo!— Dareh agitó mi brazo y yo desperté de mi adormecimiento. 

—¿Qué es eso?— pregunté señalando un pequeño destello que reflejaba el brillo de la linterna de Dareh. Él volvió la mirada y sonrió animado.

—¡Ahí está! ¡La hemos encontrado, Ada!— Me abrazó. —Mi padre era un genio. Un genio loco y estúpido, pero brillante.

En cuanto me soltó volvimos a la nave del capitán Hurit, si es que alguna vez habíamos salido de ahí. El viaje había durado varias horas y yo estaba extenuada, sin embargo, ni siquiera parecía estar mojada y seguía de la misma postura en la que había estado antes de salir. Me sentía confusa. A diferencia de mí, Dareh salió disparado de su asiento para ir a encontrar a Hurit.

—¡La hemos encontrado! Está ahí, en la fosa, justo donde indican las coordenadas del cuaderno de mi padre.

—¿Qué?— Hurit estaba adormecido. Mientras esperaba una respuesta se había recostado en un sillón y ahora estaba completamente desubicado. Se frotaba la cara para poder despertarse. —¿Hablas de la nave madre? ¿Dónde diablos habéis ido, Dareh?

—Escúchame, hemos encontrado la nave madre. Está en la fosa de las Marianas. 

—¿Cómo lo sabes?

—Es una larga historia...

—Hazle caso— intervino Esaú, respaldando a Dareh. —Él tiene un don especial que, junto al de Ada, es capaz de grandes maravillas.

Engel (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora