Prólogo.

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La abuela puso los dos tazones en la mesa de centro, y luego se sentó en el sofá. Había preparado dos té caliente de esos que tanto le gustaban a su nieto; era sábado por la noche y siempre habituaba a complacer al pequeño Chittaphon maleducandolo como toda abuela honorable.

La anciana miraba al niño dibujar. Observaba con ternura el auto que pintaba cuidadosamente sin pasarse de las líneas.

—¿Qué estás haciendo? —se dirigió al niño de pelo negro mientras tomaba su tazón casi rebalsado en té y se lo llevaba a la boca

—Dibujando —respondió Chittaphon tomando un lápiz azul y llenando de color la puerta de lo que parecía un auto deportivo.

—Dibujas muy bien —sonrió la abuela mientras seguía hipnotizada viendo subir y bajar el lápiz verticalmente, que a su paso dejaba pintada la hoja blanca.

El niño soltó el lapiz azul y siguió con el gris. Pintó en la parte de abajo de la hoja algo que debía ser la carretera, ya que se podian notar las líneas amarillas que estaban al medio de dos líneas perpendiculares.

Chittaphon se giró haciendo contacto con los ojos hundidos de la anciana.

—Abuela, quiero un auto como el de mi dibujo —confesó y en respuesta su abuela dió una ligera sonrisa.

—¿Para qué lo quieres? Eres muy pequeño aún.

El niño volvió la mirada a su dibujo. —Mi madre no puede salir si no es con auto, ¿no es así?

En un segundo, la sonrisa de la abuela desapareció. Estaba orgullosa de que su nieto tuviese tal corazón para tener ese deseo; de tener un auto sólo para sacar a su madre a pasear.

Pero por otro lado la entristeció. La hizo recordar y volver a recalcarse que su vida no era la misma de antes; le dolía que el niño soñara con salir un día con su madre. Y que, cada vez que Chittaphon le preguntaba a su abuela cuándo sería ese día, ella le tuviese que responder una ligera mentira para complacerlo y convencerlo.

—¿Te puedo contar una historia? Pero jurarás que sólo la sabrás tú, yo y nadie más.

Chittaphon asintió con la cabeza y la miró emocionado por lo que le tendría que decir.

—Existía hace tiempo, mucho mucho tiempo atrás...

—¿Antes que tú nacieras?

La abuela sonrió. —Mucho antes de eso.

El niño se sorprendió y la anciana rió por tal reacción.

"Hace mucho tiempo existían cuatro bellas mujeres en un planeta fuera de ésta galaxia; Inverna, Verona, Primara y Ótona. Su nación se dividía en cuatro grandes ciudades, dónde cada una de ellas lideraba a una."

"Las mujeres tenían muy buen corazón y eran hermosas físicamente, pero también poseían el don que les había regalado Dios por igual a las cuatro; el de conceder deseos. Las líderes estaban en tal cargo en sus ciudades para cumplir a la gente sus necesidades o sus mayores anhelos, siempre cuándo fuesen bondadosos y buenos."

"Un día llegó al trono de Primara un hombre humilde; caminaba a pies descalzos, cojeaba de una pierna y traía consigo un bella cala de la primavera que yacía en su ciudad hace siglos. La cala era hermosa, y parecía mucho más blanca de lo que era en las pobres manos sucias del ciudadano."

"Primara preguntó al hombre qué era lo que necesitaba. El hombre con honestidad respondió: "Necesito recuperar a mi familia"; y posó la cala en los pies de la líder. Primara rogó al ciudadano que le diese más detalles. El hombre le confesó que todos estaban muertos -su esposa, y sus dos hijos-, que todo había sido culpa de él por no recuperar su trabajo a tiempo y no les había podido cumplir en lo mínimo que necesitaban. Primara viendo la bondad en sus ojos, intentó concederle su deseo; pero algo no se lo permitió."

"Días después, Primara solicitó a Verona su ayuda; y no pudieron. Y así lo hizo también con Inverna; pero otra vez no dió el resultado que esperaban. Primara comenzó a darse por vencida, nada funcionaba y ya le empezaba a frustrar ver al hombre esperando todos los días en la puerta del palacio, y ella con tristeza decirle pasada la noche que lo seguiría intentando. Siendo ya las once, cuando ya confirmaria al buen hombre que no habia nada que hacer, vió iluminarse el cielo. Una voz les dijo claramente cómo solucionar el problema: las cuatro debían juntarse y juntas podrían conceder el deseo de el vagabundo."

"Esa misma noche, Primara llamó a las otras líderes, informandoles la situación. Llegaron diez minutos después, justo a las 11:10. Salieron al patio donde la incandescente luz de la luna y las estrellas iluminaba sus rostros. Primara indicó al hombre que se sentara frente a ellas, y ordenó a su compañeras que se hiciese lo que se debía hacer. Se demoraron un minuto y después todo se volvió brillante y lleno de magia."

Chittaphon miraba a la mujer siguiendo lo que decía. Estaba realmente concentrado y cuándo la anciana terminó de hablar, se puso de rodillas apoyándose en las rodillas de la mujer.

—¿Qué sucedió? ¿Lo lograron o no? ¿O aún asi no funcionó? —insistía el niño y la abuela lo miraba divertida.

—Claro que lo lograron. El hombre recuperó su familia, cosa que él creía imposible —la señora revolvió con una mano los cabellos de su nieto.

El niño seguía pensando sobre lo dicho por su abuela y miraba a la nada.

—Abue, ¿para qué me cuentas esto?

La anciana suspiró y le dió una leve sonrisa. —¿Que pasa si, tal vez, tu deseo anhelado se pudiese cumplir? ¿Si a las 11:11 -como las cuatro líderes- lo pides y se cumple?

—¿Crees en eso, abuela?

La abuela levantó y dejó caer los hombros. —No lo he intentado. Pero si tú lo crees, ¿por qué no podría ser verdad?

—Pero ellas eran cuatro. Yo sólo soy uno, y tampoco tengo ningún don.

—Tienes el don de ser un buen niño, no hay mejor y más poderoso don que ese. Las cuatro mujeres representan tus cuatro emociones: el calor de tu amor, la esperanza de que una flor florezca, la felicidad ante la tormenta, y la bondad ante las flores caídas de los árboles. ¿Tienes esas emociones? —el niño afirmó—. Entonces tienes lo necesario.

Se quedaron en silencio por un buen momento, hasta que la abuela se paró del sofá. —Debo darle la cena a tu madre.

Su nieto se puso de pie segundos después que su abuela, y se quedó mirando el reloj. —Son las 11:07.

La abuela lo miró disimulando su pena. Su nieto en serio quería pedir aquel deseo, y por milésima vez, lo había convencido de que había una posibilidad.

—¿Qué esperas, Chittaphon? Sal al patio y en cuatro minutos puedes pedirlo.

Chittaphon sonrió radiante. Estaba feliz de poder desear algo y que esto se le cumpliese.

Corrió al patio irradiando emoción, y esperó hasta las 11:11pm para suplicar a las estrellas su gran anhelo. Se lo sabía de memoria, y yacía sentado en el pasto, frente a frente con el cielo estrellado; repitiendose una y otra vez en su mente lo que iba a pedir e imaginándose una vida completa con su madre sana.

11:11 [ taeten. ] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora