2.2 Una nueva vida.

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Solté un pequeño grito al ver algo detrás de mí. Me llevé la mano al pecho y comprobé que estaba hiperventilando.

Vale, sí había algo detrás. Bueno, para ser precisos era un alguien no un algo. Era la misma persona que me había encontrado en la gasolinera. Con la misma ropa. Con la misma sonrisa. Estaba empezándome a asustar seriamente.

—¿Por qué me persigues? —pregunté gritando.

La persona se acercó un poco más a mí, pero al ver que yo estaba decidida a salir corriendo se detuvo.

—¿Pero quién eres? ¿Por qué estabas en la gasolinera a cientos de quilómetros de aquí observándome? ¿Por qué estás ahora aquí? ¿Qué quieres? —Tantas preguntas sólo demostraban que estaba a punto de perder la cabeza.

Emití un sonido similar a un grito. Empecé a correr y no me sentí segura hasta salir del parque. Me paré a recuperar el aliento. No solía correr tanto en tan poco tiempo. Me senté, apoyada a la pared de un edificio antiguo, sin dejar de respirar con mucha fuerza. Rodeé mis rodillas con mis brazos para esconder mi cara entre ellas. Me tragué las ganas de llorar que sentía y me quedé quieta, sin hacer nada, solo llenando y vaciando mis pulmones de aire.

Empezó a llover.

Lo que faltaba. Me levanté para regresar a casa de una buena vez. Pero antes, tenía que liberar la ira que sentía de algún modo así que grité.

—Esto solo me pasa a mí, ¡maldita sea! —hablé sola.

—¿Estás bien? —preguntó alguien a mis espaldas.

Me giré y observé como un chico con la piel morena y bastante alto me miraba con un gesto de preocupación en su cara.

—Perfectamente —mentí. Le dediqué una mirada de rabia que no se merecía, dado que solamente pretendía ayudarme, pero en ese momento estaba muy alterada para actuar como era debido.

—¿Seguro? —preguntó ladeando la cabeza. Asentí y seguí caminando—. Espera, espera, no te vayas, no puedo dejar que te marches así, parece que te ha pasado un camión por encima, déjame invitarte a un café, o algo.

Una invitación muy tentadora, pero la decliné. Esta vez no volvió a insistir.

Llegué a la entrada de mi edificio. Pulsé el botón del telefonillo y esperé a que alguien me abriese la puerta. Detrás de mí oí risas femeninas. Eran las mismas chicas del parque, pero esta vez se reían con más fuerza, estaban mirando hacia mí.

—¿Pero a vosotras que os pasa? ¿Acaso os he hecho algo? —pregunté levantando una ceja.

Se sorprendieron. Por lo visto no pensaban que una chica tan bajita, solitaria y con aspecto de ser débil o lo que quedaba de ella, les hablase así. Se quedaron mirando para mí, algunas con la boca abierta otras simplemente observándome asombradas. Cuando una de ellas me iba a hablar el portón del edificio se abrió. Les sonreí y me despedí animadamente de ellas, como si fuese su amiga. No solía hacer ese tipo de cosas.

—¿Dónde has estado todo este tiempo? —preguntó mi padre que ya había llegado de su nuevo trabajo como doctor en el hospital de la ciudad.

Suspiré de nuevo.

—He ido a la entrevista. Después fui a dar un paseo por el parque —hice una pausa pensando en qué le podía decir, en lugar de lo que había pasado en realidad, no quería preocuparlo más de lo necesario— y me quedé dormida en el banco, me despertó la lluvia —mentí.

La mentira no pareció convencerlo del todo pero no preguntó más. Me dijo que me diese una ducha, que no podía ir al día siguiente con ese aspecto al instituto. Casi se me había olvidado.

Encontré a mi madre en la cocina. Me hizo preguntas similares a las de mi padre. Respondí exactamente lo mismo. A diferencia de él, ella me creyó, no puso en duda ni una de las palabras que salieron de mi boca.

No estaban preocupados, ni lo más mínimo, solo sentían curiosidad por saber dónde había estado en las últimas horas. La única vez que noté que se preocupaban realmente de mí fue cuando me rompí dos costillas al caer de la bicicleta, hacía poco tiempo que había aprendido a andar en bicicleta sin ruedas de apoyo. No fue buena idea dar un paseo por el bosque, la rueda delantera tropezó con una piedra lo que hizo que se parara de golpe y yo saliese despedida. Me golpeé contra una roca. Me rompí dos costillas del costado derecho. Cuando mi madre me encontró apoyada en la roca, sangrando, llorando. Gritó y se acercó a mí corriendo. Tenía los ojos bañados en lágrimas, pensaba que me había pasado algo más grave que la rotura de dos costillas. Me llevaron al hospital. Cuando salí del hospital toda la preocupación que había visto en los ojos de ambos desapareció.

Después de ducharme me encerré en mi habitación, no había cenado, todo lo que me había pasado me había quitado el apetito por completo. Me senté en un pequeño sofá que tenía colocado de cara a la ventana. No sé por qué había colocado el sofá hacia la ventana, ya que las vistas no eran demasiado buenas, apenas se veían unos cuentos edificios y tiendas.

Puse la radio para escuchar un poco de música, me relajaba y en esos momentos lo necesitaba más que nunca. Observé las luces de neón mezcladas con la oscuridad de la noche, la gente caminando con sus paraguas bajo la lluvia. Empecé a entrecerrar los ojos, me estaba entrando el sueño. No había pensado que me fuese a dormir con tanta facilidad teniendo en cuenta que estaba muy nerviosa. No me quería dormir. No quería tener más pesadillas, estaba harta de ellas. Luché contra el sueño que se estaba apoderando de mí, pero no lo conseguí, pronto me quedé dormida sin remedio.

Estaba en medio de una gran carretera. Los rayos de sol que se colaban entre los edificios.  La claridad me molestaba en los ojos. La ciudad estaba desierta, las personas habían desaparecido, los animales, los coches estaban abandonados en el medio de cualquier lugar. Parecía que la gente había huido de allí. Miré hacia mi derecha y vi a un chico desconocido tan confuso como lo estaba yo. Un coche se paró delante de nosotros dos. De él salieron seis personas. Nos iban a atrapar. Antes de que tuviésemos tiempo de huir, todos fueron derechos a por el chico.

—Nadie nos podrá separar. Te encontraré, te lo juro. Te encontraré por muy lejos que estés, por mucho tiempo que me lleve. Te encontraré —dijo el chico desconocido antes de que aquellas seis personas vestidas completamente de negro y con máscaras blancas lo metiesen en el coche, a la fuerza.

Se lo llevaban lejos de mí, eso sin duda, porque el uno sin el otro no éramos nada, pero juntos éramos poderosos, casi invencibles, o, al menos, eso había dicho él justo antes de que llegaran. No recordaba quién era, a lo mejor alguna vez habíamos cruzado nuestras miradas por la calle, a lo mejor estábamos en el mismo instituto, a lo mejor éramos amigos o quizás hermanos. No recordaba quién era aquel chico desconocido que me estaba hablando, que me había jurado que me encontraría costase lo que costase. No entendía que estaba pasando así que decidí alejarme de allí lo antes posible, sin mirar hacia atrás ni un momento. No fue buena idea, cuando me metí por un callejón un coche se paró en la salida, tapándola, para evitar que saliese. Retrocedí para salir por donde había entrado. Otro coche se interpuso entra la libertad y yo. Alguien salió del interior del primer coche, con la misma ropa que las personas que habían secuestrado al chico. Esta vez se dirigían hacia mí. Ahora que ya habían conseguido al chico querían atraparme a mí. No les daré el gusto. Empecé a correr lo más rápido que mis piernas me permitían, pero no era suficiente para alejarme de ellos, teniendo en cuenta que estaba atrapada en un callejón sin salida. Intenté saltar por encima de uno de los coches, pero uno de ellos me agarró del brazo.  Aunque no consiguió atraparme hizo que vacilara. Tropecé, aunque no caí. Esta vez un hombre logró atraparme. Me metieron en el coche. Empezó a circular por la carretera con total normalidad. Empecé a forcejear, pero tres personas me estaban sujetando con mucha fuerza, no lograría soltarme. Alguien acercó a mi cara un pañuelo. Me taparon la nariz y la boca con él. Cloroformo, como no, me querían dormir. Poco a poco, empecé a parpadear cada vez más lento, cada vez tenía más y más sueño. No conseguí mantener los ojos abiertos más tiempo. Le dediqué un último pensamiento al chico desconocido, le prometí, aunque no me oyera, que yo también lo buscaría, que lucharía por volver a verlo. Costase lo que costase.

Después, me dormí.

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora