Capitulo 1 Caos en Nueva Delhi

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Me llamo Diego García, tengo 23 años, estudio Ingeniería Mecánica Electricista, en la Universidad Nacional de Córdoba. Vivo con otros dos estudiantes en una humilde pensión en Alta Córdoba. Soy hijo único pero huérfano; mis padres murieron en un accidente automovilístico hace tres años. Heredé (junto a los abogados que me “ayudaron” en el juicio sucesorio) los ahorros de toda sus vidas. Esto me permitió comprar un par de propiedades que me proporcionan una pequeña renta con la cual pago la pensión, y obtengo  el sustento para alimentos, vestimenta, gastos de estudio y algo de esparcimiento.

Acabo de llegar de un parcial particularmente duro, abro la puerta del departamento y veo a mis compañeros de pensión pegados literalmente al televisor. CNN transmite en vivo desde Nueva Delhi. La ciudad es un caos, la gente corre, luego se arrastra por las veredas y finalmente cae fulminada. La periodista está totalmente desesperada, a sus espaldas la gente cae de rodillas, algunas personas se abrazan llorando, otras imploran ayuda, otras huyen para desplomarse unos metros mas adelante. La mujer, micrófono en mano, está intentando decir algo pero de pronto la imagen se mueve violentamente; no hace falta explicación, la cámara ha caído y por unos segundos sigue filmando desde el piso una calle de la ciudad.

Nos miramos aterrorizados, muchos canales se hacen eco de la noticia, las imágenes anteriores se repiten incansablemente, algunos comentaristas norteamericanos ya ensayan hipótesis de guerra bacteriológica, terrorismo fundamentalista, está claro que nadie sabe nada.

Es imposible hablar por teléfono, mis compañeros intentan comunicarse con sus familias, las líneas telefónicas están congestionadas, finalmente Juan, mi mejor amigo, saca unas porciones de pizza de la heladera que sobraron de la cena de ayer y nos sentamos los tres  frente al televisor.  India es un desastre de proporciones bíblicas, son las 3 de la mañana, y en sólo cinco horas se reportan más casos en China, Pakistán y Burma. Nos vamos a dormir con un inmenso pesar en nuestros corazones.

Ha pasado una semana, El planeta es la imagen del Apocalipsis, prosperan por doquier sectas religiosas que aseguran el fin del mundo y ofrecen la salvación mediante oraciones y donaciones; los gobiernos no saben que hacer, las bolsas de valores todos los países colapsan, toda la gente intenta vender sus bienes, la gente se desespera por viajar para reunirse con sus familiares. Ayer despedí a mis amigos, Julio volvió a Mendoza junto a otros mendocinos en el auto de uno de ellos, Juan consiguió finalmente pasaje a Salta en ómnibus después de pagar un inmenso sobreprecio. Nos abrazamos tristes, con la sensación de que no nos volveremos a ver. He quedado solo en la pensión. El locatario vino a verme ayer desesperado, para pedirme que le adelantara el mes de alquiler, felizmente había retirado todos mis fondos de la caja de ahorro a principio de mes por lo que, accedo a regañadientes. La universidad ha cerrado, los bancos han cerrado, los cajeros automáticos han sido víctima de asaltos, el ejército se ha hecho cargo de la seguridad como en casi todos los países del mundo. Supermercados saqueados o custodiados por la policía, toque de queda, todo parece una pesadilla. He hecho mis compras como siempre el primer día de mes por lo que sólo tengo alimento para unos veinte días.

Estoy solo frente al televisor, CNN anuncia millones de muertes en Asia, África, Oceanía, Europa y América.

 Todos los esfuerzos por detener la epidemia fracasan, las máscaras para respirar se cotizan a valores increíbles a pesar de su probada inutilidad; los médicos descubrieron que el virus tiene la habilidad de mutar y atacar a través de la piel, y de la ingesta de alimentos y agua. Curiosamente sólo afecta a los seres humanos y a alguna variedad de primates. El resto del reino animal observa atónito la desaparición del rey de la creación. Me quedo dormido frente al televisor.

Los gritos me despiertan, la señal de ajuste todavía está prendida en el televisor. Miro por la ventana que da a la calle y las imágenes de la India se vuelven realidad. No sé qué hacer, bajo a la calle, son las 8:30, intento ayudar a una mujer que estira su mano y grita, no alcanzo a tomar su mano cuando se desploma, sus ojos aún abiertos me miran sorprendidos, su piel se vuelve morada, busco auxilio sabiendo que nada puede salvarla. Me quedo un tiempo mirándola, los ojos se le han vuelto opacos, alrededor todo es un pandemonio, la gente corre, grita y finalmente cae. Me sobrepongo, vuelvo a mi departamento, cierro con llave y me acuesto en la cama. He decidido que mi muerte sea privada, mirando al techo de mi habitación, mis recuerdos recorren toda mi vida, mis padres, mi primera novia, mis amigos; las lágrimas empañan mi visión, la adrenalina de los momentos recientemente vividos, el miedo y la angustia provocan un raro efecto, los ojos se me cierran y me duermo.

Me levanto sobresaltado, he tenido una terrible pesadilla, mis padres estaban vivos y extendían sus manos pidiendo ayuda, yo no podía moverme sólo podía llorar.

Miro mi reloj y me sorprendo, son las 6 de la tarde. Que ha pasado?, me levanto de la cama y veo al televisor que continúa con la señal de ajuste, lo apago y el silencio me asusta, sólo el ruido de una alarma lejana rompe el silencio de muerte…. Estoy solo.

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