2.1 Una nueva vida.

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Cogí una bolsa de tortitas para hacer fajitas en la despensa, que todavía estaba media vacía. Abrí la nevera y cogí dos pimientos, cebolla y carne de pollo cortada en tacos. Corté los pimientos y la cebolla en trozos pequeños y salteé todo en una sartén, después lo repartí en varias tortitas. No era una gran cocinera ni lo sería nunca. Como mis padres tardaban demasiado decidí comer yo sola, había colocado todo en su sitio y había gastado energía, tenía mucha hambre. Cuando estaba fregando los platos, llegaron. Les había dejado comida en la nevera, sólo tendría que meterlo en el microondas y esperar a que estuviese caliente. Llegaron llenos hasta arriba de bolsas, casi no se les veía el cuerpo de lo cargados que iban. Mientras que dejaban las bolsas sobre la mesa de la cocina mi madre dijo:

—A las cinco y media tienes que ir a tu nuevo instituto.

—¿Por qué? —de repente empecé a tener calor y sudores fríos.

—Tienes que hablar con el director, es una entrevista. Es algo habitual, lo hacen con todos los alumnos.

Lo hicieran o no todos los alumnos, ir al instituto me ponía muy nerviosa, vería a chicos y chicas, aunque con un poco de suerte cuando anduviéramos por los pasillos todos estarían en clase y no tendría de qué preocuparme hasta el día siguiente. Respiré hondo. Me dirigí a mi habitación a la vez que les decía que les quedaba comida en la nevera. Di un portazo y me senté en la cama.

Estaba caminando por los pasillos sumidos en la oscuridad del instituto oyendo el eco de mis pisadas. Estaba desierto. Todos estaban en clase. Menos mal. Seguí caminando hasta secretaría y esperé a que alguien se diese cuenta de que había llegado. Mi madre había decidido que sería mejor que fuese yo sola a la entrevista, decía que así estaría preparada para entrevistas futuras en las que ella no estaría conmigo. Tonterías, lo que pasaba es que a la misma hora de la entrevista tenía cita para la peluquería. Una señora regordeta, con gafas y pintalabios rojo en los dientes se percató de mi presencia.

—¿En qué te puedo ayudar, chica? —preguntó con una voz más aguda de lo que me esperaba.

—Tengo una entrevista con el director —dije observando sus dientes pintados. Me miró con cara de no comprender—. Soy nueva en el instituto. La entrevista es para aprobar mi matrícula.

—¡Ah, sí! Cielos, ya no me acordaba. Siéntate ahí un momento —dijo señalando un pequeño sillón con aspecto de llevar en el mismo lugar al menos cinco años—. Avisaré de tu llegada.

Asentí con la cabeza y obedecí. Unos minutos después apareció de nuevo la secretaría con su andar particular, dando pasos pequeños muy rápidos repiqueteando con sus tacones. Me dijo que podía entrar y me acompañó hasta la entrada del despacho del director. Me sonrió y me deseó buena suerte. La necesitaría. Di dos golpes suaves en la puerta. Una voz desde el interior me ordenó que pasara. Dentro del despacho, detrás de un escritorio extremadamente grande, lleno de papeles y objetos decorativos, había un hombre corpulento, alto, con gafas y bastante joven aunque tenía el pelo completamente gris. El director dirigió una mano hacia mí mientras se presentaba. Quería estrechar mi mano. Me lamenté. Me sequé el sudor de las palmas de las manos a los pantalones vaqueros disimuladamente. Le tendí la mano. Sonrío levemente. Se había dado cuenta de mi anterior gesto. Me señaló una silla delante del escritorio para que me sentara. Obedecí. Mi corazón empezó a palpitar con más fuerza.

—¿Nerviosa por empezar? —me preguntó mientras buscaba algo entre una pila de papeles.

Encontró el papel que estaba buscando. Sonrió.

Farfullé una respuesta ininteligible. Al ver la cara de desconcierto del director repetí:

—Demasiado.

Empezó a hablar sobre las magníficas instalaciones de las que disponían, el propio centro, un salón de actos, un polideportivo, una cafetería en la que podría estar todos los alumnos del centro a la vez y un campo de fútbol gigante con sus gradas correspondientes. Esto todo lo había dicho él con un brillo de orgullo en sus ojos. Me reí interiormente al verlo tan orgulloso de un instituto. Empezó a hacerme preguntas sin cesar, a las que yo respondía automáticamente, apenas sin pensar. Eran preguntas cortas, por lo general de responder afirmativa o negativamente. Unos quince minutos después de que empezara la entrevista alguien llamó por teléfono al director, este se disculpó y salió del despacho. Empecé a observar la estancia con más detenimiento, había un montón de archivadores, posiblemente con los expedientes de todos los chicos de allí; una estantería, con diccionarios, enciclopedias y libros del que jamás había oído el título; había varios cuadros de temáticas distintas y un sofá gigantesco. Empecé a tararear lo más bajo posible una canción que se me vino a la cabeza. Oí un golpe que provenía de un armario, posteriormente un lamento. ¿Había alguien en el armario? Empecé a acercarme para ver que había en él, pero justo en ese momento el director entró de nuevo en el despacho.

—¿Va todo bien? —preguntó claramente sorprendido al verme prácticamente levantada y mirando hacia uno de los armarios.

—Por supuesto —sonreí.

Tras varios minutos más de preguntas, al fin, el director dijo:

—Me complace decirte que eres oficialmente alumna de este centro.

No estaba tan segura de que eso fuese algo bueno.

Me despedí, con otro apretón de manos, muy a mi pesar. Después me marché suspirando de alivio.

Salí del recinto. Tenía que volver sola a casa, o en autobús o andando. Teniendo en cuenta que no tenía dinero para el autobús tendría que ir caminando. El cielo estaba encapotado, estaba claro que en poco tiempo comenzaría a llover con fuerza. No tenía paraguas pero sí una sudadera con capucha, aunque no me serviría de mucho, así que sólo me quedaba desear que llegara a casa a tiempo. Empecé a caminar observando el lugar por primera vez: era una ciudad antigua, había edificios con la fachada bastante vieja, edificios recién construidos, otros edificios a medio construir, incluso había casas. Mis pasos eran muy torpes, sabía que no tardaría mucho en tropezar. Tenía un don para hacer el ridículo. Era parte de mi encanto natural. No tenía muy claro cómo llegar a casa, lo único que sabía era que tenía que caminar unas cuatro o cinco manzanas, encontrar una farmacia con la típica cruz verde y seguir caminando hasta encontrar un edificio con un tres pintado en su portal. Me decidí a visitar el parque que parecía ser un atajo para llegar a casa. 

Ángeles de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora