Así pues, debía ponerse en contacto con el F.M.A tan pronto como fuese posible. Dado que necesitaba más de cinco minutos para ello, hacerlo a través de la red en aquel momento no era una opción viable. Debía localizar la base e ir a ella. La cuestión era ¿cómo? Las coordenadas de la base nunca se guardaban en la red por cuestiones de seguridad, y la única persona que podía ayudarla seguramente ni se encontrase en la Tierra, sino en Sílica.

Debía encontrar a su camarada, o al menos llegar hasta Sílica y enviar un mensaje o tratar de establecer contacto a través del comunicador y rezar por que su destinatario se encontrase allí también. Si por algún casual se encontraba en otro universo diferente, el comunicador quedaría descartado y el mensaje llegaría con mucho retardo. Si no recibía señal alguna desde Sílica, Valia se vería forzada a realizar varios saltos dimensionales hasta conseguir dar con su objetivo.

Sintió cómo las piernas dejaban de sostenerla. Una cosa era realizar incursiones periódicas a la Tierra acompañada de una exploradora y otra muy distinta era salir a la Tierra sola, ir hasta la puerta dimensional que comunicaba con Sílica, tratar de establecer comunicación allí y, en caso de fracasar, buscar otra puerta para saltar a otro universo.

—No sé si podré hacerlo —musitó con voz ahogada.

—Debes hacerlo —sentenció la mujer oriental—. De ello depende la vida de tu hija y la del resto de miembros de esta comunidad.

Aquella última frase activó algo en el interior de Valia. Nunca había sido una mujer cobarde, pero todo el mundo que había oído hablar de los soldados de Sílica sentía un miedo visceral hacia ellos, y ella no era menos que el resto. Sin embargo, por encima de aquel miedo se encontraba su hija. Haría lo que fuese por ella, y si debía morir en el intento, lo haría. ¿Acaso Ciro no había dicho lo mismo días atrás? ¿Qué clase de madre sería dejando que otros arriesgasen la vida por su hija mientras ella observaba desde la zona segura? La vergüenza y el rechazo hacía sí misma acució su determinación. Iría, costase lo que costase.

—Está bien —terminó diciendo—, pero necesito cargar en mi pulsera varias bases de datos y tardaré entre cinco y diez minutos. No duraré ni un suspiro allí fuera sin ayuda.

Umiko permaneció en silencio unos segundos, en los cuales Valia supuso que estaba echando cuentas de cuánto tiempo tendrían para dar por finalizada aquella conversación sin que alguien las descubriese.

—Chicos —exclamó de repente la antigua directora de sección, provocando el respingo de su acompañante—, necesito diez minutos más, ¿es posible? —La mujer esperó la respuesta desde el otro lado del auricular que Valia no podía ver pero intuía que estaba usando—. Está bien, gracias. Habilitadme el ordenador de la celda número uno por favor, y encendedme las luces por Dios.

Acto seguido los focos de leds iluminaron la estancia con aquella luz blanquecina que Valia conocía tan bien y que estaba empezando a aborrecer. El ordenador de la celda iluminó su pantalla cristalina, dándoles la bienvenida con el logo de TESYS.

No perdió un solo segundo. En cuanto el sistema se hubo iniciado, Valia accedió a la nube fantasma que desde hacía muchos años empleaba para almacenar todos los datos relacionados con sus diferentes investigaciones. Se trataba de una herramienta verdaderamente útil, puesto que además de la recopilación de datos, permitía el envío de documentos y mensajes a otros miembros de su unidad de trabajo, entre otras cosas. Se trataba de un sistema seguro cuyo acceso requería la introducción de una contraseña y dos autenticaciones biométricas; y por supuesto no dejaba rastro alguno en la red del Cubo.

—Dispones de siete minutos, ni uno más. Espero que sea suficiente —anunció Umiko.

La aludida asintió como única respuesta mientras tecleaba la contraseña que le demandaba el sistema.

Mara (I)Where stories live. Discover now