2- Las lágrimas del gaucho.

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Aclaración: las fotos que intercalo en el cuento son de mi bisabuela María, la madre de mi abuelo paterno Elbio. Me dejó toda su colección de fotografías y postales antiguas de Uruguay de fines del siglo XIX y principios del XX, que son un regalo para la vista. 


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Permitidme que entone un lamento

Que cante y llore episodios:

Las tragedias de los momentos...

¡Cuán cerca está el amor del odio! [...]

¡Cuán cerca está la lealtad de la traición!

El lamento de los libres, del payador Joaquín (Ansina) Lenzina.

1820.

—Y se me mueren, nomás, los sueños de libertad también se me mueren —murmuró Severino Machado, moviendo filosóficamente la cabeza, con los ojos castaños penetrando en la noche—. Me traicionan de nuevo, ¡qué se le va a hacer!

  El hombre chupó la bombilla del mate buscando allí el consuelo, sin inmutarse por el líquido amargo que se le deslizaba por la garganta como si fuese una catarata de lava ardiente. Una asfixiante brisa hacía bailar los eucaliptos de la orilla del arroyo, dándole la bienvenida en esa densa, perpleja y enmarañada oscuridad veraniega. Un poco más lejos los cascarudos voladores, miles de bichazos que surcaban como misiles el agobiante aire tropical, culminaban su esplendoroso trayecto en los hediondos montes que decoraban las bases de las luces de mercurio encendidas, montes edificados con los cadáveres de sus intrépidos hermanos.

—¿Por qué no hago nada? —se preguntó en voz alta, perplejo—. ¿Por qué me resigno a que me lo roben todo sin pelear?

  ¿Por qué iba a ser? Porque él no era igual de ambicioso. Simplemente una persona sencilla, a la que no le interesaba comprarse un coche de segunda mano, una moto o una casita con electricidad. ¿Para qué los quería si contaba con su inseparable pingo[1], su trenzuda china, el horizonte ilimitado y las estrellas titilando, amo y señor de todo el espacio que abarcaba su vista?... Y ahora venía el latifundista de la zona para acaparar también lo suyo.

  Hasta hacía muy poco, a los gauchos modernos que habían nacido en el Lunarejo, como él, luego de la esquila solo les quedaban los sueños. Soñar, soñar y soñar con aquella especie extinta de indómitos hombres despreocupados de las ataduras, los gauchos auténticos de épocas añoradas, arrasadas por el progreso y el alambrado. La tristeza de Severino se debía a que, quizá, por culpa del terrateniente se viera obligado a dejar la campaña e instalarse en el pueblito, Tranqueras, porque sus sueños de libertad morían traspasados por el facón[2] envidioso del latifundista que le negaba a los pobres el derecho a los sueños. La realidad, igual que una chuza[3] de lanza certera, se ensañaba contra él y lo mantenía desvelado frente al arroyuelo.

Y la vida sigue...(Desafíos, cuentos y microrrelatos).Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz