Lo pegué sobre el frío metal del frigorífico, sobre un pequeño calendario que María, mi compañera de piso, había pegado allí. Con un permanente de purpurina verde fosforito, y bien remarcado, se encontraba rodeado el día de hoy, nueve de mayo, mi vigésimo segundo cumpleaños. Por alguna extraña razón a mi mente vino el recuerdo de la última conversación que Samuel y yo habíamos tenido.

*Flashback*

Me encontraba guardando todas las maletas en el maletero del taxi, Samuel a un lado, con la pequeña dormida en sus brazos, mirándome con una mirada neutra, pero el leve temblor de sus manos le delataba.

Cuando intenté coger a la pequeña, una vez que hube terminado de guardar todas mis pertenencias, él se apartó levemente, acunando a la pequeña entre sus brazos, besando su frente y apegándola más a su cuerpo.

-No puedes irte - susurró, y en ese momento juré que en su voz se había podido apreciar un leve tono de dolor -. Yo no puedo simplemente dejarte ir, Guillermo.

-Atrevete a dominarme - le reté, acercándome nuevamente a él, arrebatándole esta vez a la pequeña de los brazos, la cual hizo un leve puchero por el movimiento.

-No puedo - se quejó, intentándose acercar a mi.

- Entonces no hay más que hablar - aseguré, antes de acercarme a besar su mejilla. - Adiós, Samuel. Algún día quizás volvamos a vernos - dije, comenzando a alejarme de él.

Deseando que me retuviera.

-Ojalá - rezó, sin moverse a penas un milímetro de su posición, acariciándose la mejilla con su mano.

*Fin Flashback*

El ruido de la puerta cerrándose de un fuerte portazo, y unas botas resonando por el suelo. María apareció por la puerta de la cocina sosteniendo un montón de bolsas en sus brazos, y sujetando difícilmente una enorme caja con las manos.

-Ayuna, chinito. Necesito ayuda. - demandó, tendiéndome la caja para que la cogiera, e indicándome con la cabeza que la dejara sobre la isla de la cocina.

Sin cuidado alguna lanzó todas sus bolsas al suelo y antes de siquiera darme cuenta, sus brazos ya se encontraban rodeando mis hombros, y sus piernas rodeando mi cintura, en un abrazo que en toda regla era de koala. Beso mi mejilla tantas veces que pensaba que iba a desgastarla, y cuando se hubo cansado, escondió su rostro en mi cuelo.

-Felicidades al hombre de mi vida - dijo, con tono de burla.

No me atreví a reprocharle por aquello. Los tres hermanos de María, y su padre, habían muerto hacia tres años en un accidente automovilístico, y yo había sido el único que había estado ahí para ella. Era una compañera de universidad, y cuando se vio sola y sin un duro, puesto que su familia apenas y tenía lo suficiente para comer, la ofrecí mudarse conmigo y ayudarla a buscar un trabajo.

A día de hoy, tres años después, se podía decir que nos teníamos únicamente a nosotros mismos, con la única excepción de que yo aveces, muy aveces, también tenía a Martín.

Claro está que entre María y yo no había nada romántico. Ella sabía que yo era gay y bueno... ella aun no decidía que horientación sexual tenía.

-Muchas gracias, pequeña, te quiero mucho - aseguré, abrazándola por la cintura fuertemente.

- Yo también quiero un abrazo - la fina voz de Samantha se dejó oir, y María se bajó de mi cuerpo para correr hacia ella y alzarla entre sus brazos.

Atrévete a dominarme {Wigetta} Where stories live. Discover now