Nunca había sido partidaria del hecho de que TESYS liderase lo poco que quedaba de la civilización terrestre, pero comprendía que era la vía más fácil y acertada. La empresa había sido la única capaz de poner un poco de orden en aquel caos de supervivientes, y sin duda se había ganado a pulso el derecho a gobernar, a pesar de que sus miembros no tenían ni la más remota idea de política. Además, los terrícolas no admitirían un gobierno impuesto por un organismo externo, y menos aún cuando ellos mismos tenían control absoluto sobre el universo paralelo que habían descubierto. ¿Por qué iban a dejar decidir a unos forasteros por ellos? No, Evey conocía muy bien la mentalidad terrícola. Mas valía lo malo conocido que lo bueno por conocer.

Al igual que conocía aquel refrán, conocía aquella historia. Se trataba de un proceso cíclico, repetitivo, que surgía de la nada por generación espontánea pero que acababa ramificándose e infectando todo lo que se encontraba a su alrededor. Era un déjà vu constante arraigado a toda civilización: un grupo organizado se hacía con el poder sin ánimo de lucro y acababa corrompido y desgastado por las mentiras. Tal vez fuese por la forma de ser de los humanos, por encontrarse en la punta de la pirámide evolutiva, por ser inquietos y curiosos o por querer ser más que el resto. Era esa avaricia sin remedio lo que a Evey le ponía enferma, aunque tampoco se le iba la vida en ello; a fin de cuentas, ese tipo de problemas eran los que le daban de comer.

Clic.

La mujer abrió los ojos y forzó al murmullo de pensamientos a quedarse arrinconado en una de las esquinas de su cerebro. Lo había oído con perfecta claridad. Frenando en seco, Evey giró sobre sus talones y contempló alarmada al pelotón que la seguía.

—¡Joder! —farfulló Aera al chocarse contra Varik—. ¿Qué cojones haces?

—Eh, tranquila.

¿Quién había sido? Todos parecían seguir su trayectoria sin desviaciones. ¿Todos? No, todos no. Había alguien que se había movido demasiado a la izquierda.

—Tío, ¿tú lo ves normal pararse así, de repente?

Demasiado a la izquierda.

—Me paro porque todos nos hemos parado, pero tú debías ir mirando a las musarañas y no te has enterado.

A la izquierda.

Ikino.

La exploradora apenas se había separado medio metro de las huellas de sus compañeros, lo suficiente para activar uno de los millones de sensores existentes en aquel océano de dunas de carburo de silicio.

La rabia sacudió los cimientos de Evey como si de un huracán tocando tierra se tratase. Lo sabía, en el fondo lo sabía. Lo había sabido desde el primer día que la vio en aquel salón abandonado, con su largo y lustroso pelo provocando por fuera del casco. Tenía que haber cortado por lo sano en ese momento; ahora era demasiado tarde. Si anteriormente había una mínima posibilidad de despistar a los soldados con el uso de una puerta dimensional no autorizada, ésta había quedado reducida a la nada tras la activación del sensor a escasos kilómetros del lugar. Sólo les quedaba correr hasta alcanzar el refugio de Ockly antes de que los soldados diesen con ellos.

—¿Musarañas? Tío, iba mirando el suelo para no cagarla. ¿Te mueves, o qué?

Lo sabía y se había dejado llevar por las emociones y no por la razón. ¿Qué la había ocurrido? ¿Estaría haciéndose vieja? Sacó la pistola de plasma de su cinturón y la cargó al máximo. Aquella arma de última generación era capaz de hacer un agujero de varios centímetros de profundidad en casi cualquier superficie, y tan sólo necesitaba un par de segundos de carga.

Ayudándose de su otra mano para no fallar, Evey apuntó a la cabeza de Ikino.

—Traidora —siseó.

Mara (I)Where stories live. Discover now