Capítulo 28

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En cuanto pasamos la atmósfera, llegar a tierra fue un paseo. La nave se posó suavemente y Dana abrió las compuertas. Un extraño olor me forzó a cubrirme la nariz con las manos.

—¿Qué es ese olor repugnante?— pregunté.

—Huele como a perro muerto— dijo Tristan cubriéndose la mitad de la cara con su chaqueta.

—No lo sé— contestó Hurit —, pero no creo que sea nada bueno. No os separéis, ¿de acuerdo?

Todos asentimos. Estábamos demasiado impresionados y asustados para adentrarnos en aquella literal jungla de asfalto. Las calles, tal y como las había visto en mi sueño, estaban vacías. Las plantas crecían salvajes por todas partes. Me llamó la atención un árbol que había crecido atravesando un coche y cuyas ramas salían por las ventanillas del mismo. ¿Cuánto tiempo llevaría parado allí aquel coche?

—¡Au!— me quejé al pincharme los pies descalzos con los matorrales y las piedras que había por el suelo.

—Si quieres, puedo llevarte en brazos— se ofreció Hurit. Estaba a punto de rechazar su ofrecimiento, cuando me tomó en brazos sin esperar mi respuesta.

—¡Déjame! Puedo andar sola— pataleé e intenté zafarme, pero me sostuvo con fuerza. Por mucho que forcejeara, no servía de nada.

—Tristan, ¿te ubicas?— preguntó Dana mientras daba una ojeada rápida alrededor. El aludido escudriñó los alrededores con la mirada.

—No... oh, espera. —dijo al ver un edificio en ruina—¿Esto es...?

—Según las coordenadas, esta es la plaza en la que antiguamente se erigía la sede de la Montreal— dijo mientras señalaba las ruinas. .

—Sí...— susurró Tristan— ¿Qué diablos ha pasado aquí?

—Más de cien años— bromeó Styan.

—La Montreal fue tomada y desmantelada hace unos años, por eso, los que sobrevivieron, se establecieron en las ciudades orbitales. Ahora son, incluso, más poderosos que antes. Se han dedicado a traficar con ADN para mejorar la progenie de las familias adineradas, proveyéndolos de grandes dones y talentos— informó Hurit.

—¿Estás diciendo que venden nuestro ADN?— pregunté espantada.

—De hecho, no. Os venden a vosotros para convertiros en esposos y esposas y engendrar hijos con vuestro ADN. Pagan una fortuna —aclaró con naturalidad. Yo sentí náuseas.

—¿Iban a venderme?

Hurit me miró frunciendo el ceño y luego negó con la cabeza.

—No. A ti no. Tú eras única. No había nadie más con el don de la clarividencia. Necesitaban más sujetos como tú, así que esperaban que fueras más madura para extraer óvulos de tu interior y generar más individuos.

—Basta. Es asqueroso— me cubrí la cara avergonzada.

—¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Styan frunciendo el ceño.

—Conseguimos piratear sus redes y descubrimos todos sus secretos. Digamos que Ada era su joya de la corona. Planeaban vender sus óvulos por muchísimo dinero.

—Ah, Hurit, por favor, basta ya— protestó Dana con cara de asco. Agradecí su interrupción.

Él se rió y me guiñó un ojo.

—¿Dónde están los demás?— preguntó la Naewat mirando alrededor.

Todos la imitamos y descubrimos unas marcas en una de las viejas paredes.

Engel (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora