A veces pienso, pienso en la vida. Pienso en que me sirve todo. En que me sirve estudiar, tener amigos, tener familia, hacer deporte, sacar buenas notas, trabajar, casarme, tener hijos. Todo esto es inútil, no tiene ningún sentido común, todo acabará algún día, y no creo que por haber cumplido todas las tareas como ser humano te den un premio o recompensa. Pero aún así, aún siendo todos conscientes de este saber, lo cumplimos. Nacemos, estudiamos, sufrimos por amores, trabajamos como unos desgraciados, nos casamos y tenemos hijos que tendrán que pasar por lo mismo, y luego. ¿Luego qué? Luego nada.
Aparte de todas estas actividades que nos vemos obligados a hacer por la sociedad hay otras que nuestro mismo instinto nos pide hacer. Ser buena persona, caer bien a la gente, intentar tener amigos. Nadie nos obliga, pero todos lo hacemos también. Pero aunque esto suene sencillo, no todo se consigue con sonreír a la gente y ser amables con todos. Siempre hay quejas, celos de otras personas de tu entorno. Siempre habrá algo que nos pondrá difícil las cosas. Nunca, nada es sencillo. Si en algún momento de tu vida piensas que por fin, por fin eres feliz, caes. Ahí es cuando caes desde lo más alto de la montaña que tanto te había costado escalar, que con tanto esfuerzo habías conseguido alcanzar. Y te haces daño, el mayor daño que un ser vivo puede sufrir, el del rechazo, el de la derrota, el de sentirse solo. Y ahí es cuando tiras la toalla, no aguantas más y te derrumbas junto con tu maravilloso mundo. Ahí es cuando ya te cansas.
