—¡Eh, muchacho!

Rodrigo se llevó tal susto que estuvo a punto de soltar al bebé, pero afortunadamente recuperó enseguida la compostura y procuró mantenerlo escondido bajo la capa mientras giraba la cabeza. Un hombre bajito y sonriente lo observaba desde el asiento de un carro. Lo primero que llamó la atención de Rodrigo fue la blanca barbita de chivo y la nariz aguileña, que unidos a su brillante calva daban al recién llegado un aspecto casi cómico. Sus ojos, redondos y pequeños, mostraban una mezcla de sorpresa y curiosidad.

—No deberías andar solo por estos caminos, chico —le dijo sin dar muestras de haber escuchado los llantos del bebé, a pesar de que eran tan fuertes y agudos que sería imposible no reparar en ellos —. ¿Por qué no me dices a dónde te diriges? Tal vez pueda ahorrarte una buena caminata.

—No, no... —respondió Rodrigo, sin saber realmente qué decir —. En realidad... yo me quedo aquí.

—Es un lugar interesante, desde luego —dijo el hombre, observando los bosques que se extendían a un lado y a otro del camino —. Yo tenía esperanzas de alcanzar una posada antes de que cayera la noche, pero ahora que lo dices, este lugar es mucho mejor. Un techo de estrellas y un colchón de musgo... ¿Qué más se puede pedir? Hasta puede que encontremos algunos grillos para cenar.

Sin pensárselo dos veces, el hombre bajó del carro y guió a los caballos hasta un lado del camino. Rodrigo lo observaba perplejo, sin saber muy bien qué pensar. ¿Le estaba tomando el pelo, o tal vez se trataba de un trastornado? Pensándolo bien, esto último sería una suerte, porque si ese hombre no estaba en sus cabales seguramente no intentaría entregarlos al emperador.

—Mi nombre es Tarsin —dijo el hombre, acercándose a Rodrigo —. No, no, mejor no me des la mano, no se te vaya a caer esa criatura y se ponga a chillar aún más.

—Yo soy Rodrigo —respondió él. Después de todo, no veía ningún peligro en decir su verdadero nombre. Seguramente ni siquiera Arakaz lo conocía.

—¿Te interesa ganar algún dinero, Rodrigo? —le preguntó, clavando sobre él unos ojos brillantes y codiciosos.

—No necesito dinero —respondió él, un tanto perplejo.

—Ah, claro —Tarsin esbozó una mueca burlona —. Se me olvidaba que te gusta dormir a la intemperie y alimentarte de insectos y raíces.

El hombrecillo se calló, como esperando alguna réplica por parte de Rodrigo, pero él no sabía muy bien qué decir. Entonces se le ocurrió que después de todo tal vez sí que necesitaría dinero si quería sobrevivir en aquel mundo extraño.

—¿Cómo puedo conseguir dinero? —le preguntó.

—Muy fácil, querido amigo —respondió Tarsin, bordeando su carro hacia la parte trasera —. Ven, acércate sin miedo, chico, que no te voy a morder. ¿Sabes jugar a los triles?

—No, no conozco ese juego —respondió.

—No importa —dijo Tarsin, sacando una mesita y tres vasos —. Lo único que necesitas es un poco de agilidad visual. Bueno, eso... y una monedita para empezar a apostar.

—Pero yo no tengo ninguna moneda —explicó Rodrigo.

—Me lo temía —dijo Tarsin, sin ocultar su decepción —. Es una pena, porque un chico joven y con buena vista como tú podría ganar mucho dinero. ¿Quieres hacer una prueba de todas formas, aunque no te apuestes nada?

—Pues... bueno —accedió Rodrigo, todavía sin comprender lo que pretendía ese personaje tan extraño.

—Muy bien —dijo Tarsin, recuperando el brillo de su mirada mientras colocaba una bolita debajo de uno de los vasos — Has visto bien dónde he puesto la bolita, ¿verdad? Pues presta atención e intenta no perderla de vista.

Rodrigo Zacara y el Asedio del DragónWhere stories live. Discover now