Capítulo 1

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He hecho lo que ningún soldado Mogeko había hecho antes.
Había retado a mi propio rey al que le jure lealtad. A pesar de que había perdido esa batalla, mi honor se recuperó, al saber que nunca más estaría mancillado por un rey como él.
Si, lo se, un buen caballero siempre le es leal a su rey...
¿Pero como le puedo ser un buen caballero si ni siquiera él es un buen rey?

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El reino de Mogeko ya no era un gran reino cómo antes. Sus inmensas tierras, su gran población contenta por su vida y las increíbles riquezas que consiguieron con el paso del tiempo y con esfuerzo se perdieron gracias a un rey que lo convirtió todo en una pesadilla: el rey Mogeko.

Nadie sabía su nombre verdadero, y parecía que no iba a tener la intención de decirlo. Solo quería que lo llamarán por ese nombre, para reconocer aún más que él era el soberano de aquellas tierras.

El rey Mogeko... No trajo nada bueno desde que llegó. Solo pensaba en divertirse, y en seguir teniendo el poder. Obviamente, no le hacía ningún caso al pueblo, a pesar de que pasaba por muchas penurias. Aparte, también estaba Moge-ko, su cruel hija, que para divertirse torturaba a cualquier ser viviente que veía delante de ella, fuera animal o persona. Todos, incluso los soldados Mogekos, le tenían mucho miedo a esta niña macabra con cara de ángel. Pero el rey no hacía nada para evitarlo. Por estas cosas fue por las que no le pude guardar total lealtad al rey.

Ahora os hablaré de los soldados Mogekos.

Los soldados Mogekos son las únicas fijas del rey que luchan con él, ya que él sabe bien como controlarlos. Estos soldados son algo especiales, ya que se forman a partir de una transformación. Yo sufrí la mayoría de las fases, pero me negué a llegar hasta el final.

Primero: todos los recuerdos que hayas tenido de tu vida anterior al castillo Mogeko son olvidados poco a poco por el simple hecho de entrar en este. Yo ya no recuerdo nada de mi familia, o de mis amigos si los tuve, ni siquiera supe como había llegado hasta aquí. Todo eso quedó anulado de mi memoria.

Segundo: Tus orejas se caían (si, como lo habéis oído, se caían) y se sustituan por otras que te crecían arriba, similares a las de un gato, y con forma de cono. Era extraño, pero podías oír a través de ellas mejor que con las otras.

Tercero: Todos los pelos de tu cuerpo se hacían amarillos. Y si ya eran amarillos, pues ya estaba completa la transformación. También se te formaba una fina cola.

Y así es como se convertían unas personas normales en soldados Mogekos. Yo no pasé por todas las transformaciones. Perdí mis recuerdos, pero mis orejas no se formaron totalmente, ya que solo tenía una y media, y mi pelo verde seguía teniendo ese mismo color. ¿Y como es que yo no me transformé en un soldado Mogeko?

Porque no me rendí ante el rey. No dejé que esa poderosa influencia me controlará. Por que yo tenía la suficiente voluntad sobre mi mismo. Porque sabía que no era un muñeco que me pudiese controlar.

Viendo que la transformación no tenía efecto sobre mi, el rey me mando encarcelar en las celdas del castillo. Ahora para el rey solo era un Mogeko defectuoso, igual que todos los demás que no se dejaban llevar por su control. Me ató las manos y los pies con una cuerda para que no pudiese salir, y me dejo allí tirado. Sabía desde el mismo momento que entre allí que iba a morir. Perdí toda la esperanza de sobrevivir. Pero al menos me sentía orgulloso de no haberme doblegado ante su poder.

Sin embargo...

Todo cambió con aquella chica.

Su pelo negro estaba recogido por unas largas trenzas. El flequillo le tapaba solo el ojo derecho, permitiendo ver solo un ojo de color negro. Estaba vestida con harapos y su cuerpo estaba sucio y lleno de pequeñas heridas. Así era la chica a la que llevaron en la misma celda que la mía.

-¡Pronto disfrutaremos de ti, Yonaka!- exclamó uno de los soldados Mogekos muy alegre.

La primera vez que la vi pensé en lo desafortunada que era esa chica. Uno de los grandes pasatiempos de los Mogekos, aparte de comer prosciutto, su alabada comida que incluso la consideraban un dios, y armar caos allí por donde estén, es violar a chicas jóvenes y guapas. Y ella tenía todos los puntos para convertirse en la siguiente esclava sexual de aquellos enfermos.

Me apené por ella. Al fin de al cabo, solo era una pobre chica que tenía la mala suerte de haber entrado en aquel castillo. Seguramente fue por ello que le acabé hablando.

-¿Que hace una chica como tú por aquí?- le pregunté.

Ella me miró sorprendida, y ya sabía porque. No creo que mucha gente en ese castillo se hubiera dirigido así con ella.

-Yo... Solo soy una humilde campesina que busca la cura para la enfermedad de su hermano... Y me dijeron que en este pueblo podía haberla... Pensé que, entrando en el castillo, la encontraría... Pero no la vi por ningún lado...- respondió con voz triste.

-Pues estoy seguro de que te mintieron. Aquí no vas a encontrar nada de eso.- le dije directamente.

Ella me miró sorprendida y anonadada por mi respuesta. Luego, la tristeza la inundó.

-Vaya...-

Después de eso, se formó un pequeño silencio.

-Lo mejor que puedes hacer ahora es salir de aquí. Aunque no te va a ser muy posible...-

Pero ella no estaba tan pesimista cómo yo.

-Entonces saldré de este sitio. Y tú vendrás conmigo.-

Antes de que pudiera decir algo más, vi que en sus manos sostenía un cuchillo. Con el, cortó la cuerda que me ataba las manos y los pies. La miré impresionado. De verdad... ¿Ella me quería salvar?

-Me llamo Yonaka. ¿Como se llama usted, joven caballero?-

Me impresionó lo bien que hablaba, a pesar de ser solo una campesina. Pero, para mis ojos, aquella era una princesa de familia nombre. Una princesa que me había salvado de la muerte y que me había traído esperanza. Me arrodillé ante ella y la miré con una sonrisa.

-Me puede llamar Mogeko Defectuoso, señorita Yonaka.-

Continuará...

En contra del rey #COOFWhere stories live. Discover now