Cuando él me mira.

320 9 5
                                    

Soy lo que se conoce como una lisiada en el amor.

Todo empezó cuando él llegó, con sus sonrisas fáciles y sus bonitos modales que me hicieron levantar la mirada de mi cubículo para verlo de pie platicando con mi jefe como si fueran amigos de años. Yo ni siquiera puedo verlo más de treinta segundos a los ojos y el novato lo hace reír cada tres segundos.

Miré hacia los demás, todos mantenían la misma expresión de intriga que yo, aunque las mujeres parecían más interesadas, de una manera muy..., particular.

Fue entonces que la catástrofe pasó: él me miró y me sonrió, ante lo cual hice la cosa más madura que se me ocurrió en ese momento, fingí que no lo había visto y regresé como si nada a trabajar en mi computadora.

¡Pero claro que había pasado algo! Estaba jalándome los cabellos imaginariamente. ¿Por qué me comportaba como una idiota siempre que algo así me pasaba? Ojalá pudiera ir hacia ese chico y decirle: "oye, lamento ser grosera, no es que no me agrades, es que soy muy rara".

Solté un suspiro.

Pero me dije que aquello era lo mejor. ¿Qué pasaría si él se acercaba? ¿Qué pasa si habla muy rápido? ¿Y si me pregunta cosas? ¿Cosas..., sobre mí? Yo no puedo lidiar con esa presión. Definitivamente fue lo mejor.

Sonreí con positivismo, yo estaba mejor así, con mis números, más segura sin juegos de adivinanzas, sin coqueteo estúpido que no lleva a ninguna parte, sin las mariposas, sin las mejillas sonrojadas, sin... Todo eso que solo te confunde y te aleja de lo que es realmente importante.

Cómo todo humano debo alimentarme, así que fui al comedor de la oficina con mis infaltables tuppers y un buen libro –de romance-, dispuesta a pasar un momento de paz porque todos ya volvían a sus puestos. Pero ahí estaba él, con una galleta Oreo colgándole de los labios.

—Oh, hola —se alejó la galleta mordida de los labios y me dedicó otra de sus simples -fantásticas- sonrisas, sin importarle que tuviera restos en las comisuras y que probablemente se le quedarían en la barba... —Soy Edmund —de una zancada me alcanzó y extendió su mano. —Soy nuevo. —¿Soy yo, o sus ojos tienen un brillo especial?

—Sara, mucho gusto —apreté su mano con delicadeza pero él lo hizo con mucha confianza. Oh dios, por favor, que no se dé cuenta que estoy sudando demasiado.

—El gusto es mío —separamos nuestras palmas, entonces miré el paquete de Oreo que tenía en la otra mano y él recorrió mi mirada. —¿Gustas? —me ofreció las galletas y una parálisis se apropió de mí, pero como pude extendí la mano y tomé una.

—Gracias —murmuré. Permanecí con la galleta en la mano como si no fuera mía, como si solo se la estuviera cuidando a alguien.

Nos quedamos en silencio, un incómodo silencio.

¿Qué hacer ahora?

Salir corriendo como la mujer madura que soy.

—Bueno, me voy —Edmund miró mi tupper y alzó una ceja.

—Pensé que ibas a comer.

—No, solo venía a..., tirar los restos —miré con lástima mi pollo en salsa de tomate.

Él parecía que no iba a irse, entonces tuve que caminar hacia el bote de basura más cercano y despedirme de mi comida.

Cuando terminé con mi matanza le dirigí una pequeña sonrisa y salí de ahí antes de que él dijera algo más.

Así que el resto del día tuve hambre porque lo único que había comido era una miserable galleta Oreo.

Decir que esa fue la única experiencia "del tercer tipo" que experimenté sería mentir. De alguna manera él se las arreglaba para aparecer en todos los lugares donde estaba, siempre rondaba por mi cubículo, y cuando llegaba a la oficina él lo hacía también. Comencé a esconderme, a huir deliberadamente porque todo aquello que me abrumaba de esa manera debía ser eliminado de mi vida.

Cuando él me mira.Where stories live. Discover now