Cuento Nº 2: El efecto tortuga

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  Ilustración: Fraga, México 


¡Pero la puta madre! ¡Otra vez la bruja te cocinó estos aguachentos fideos con la salsa de hongos de todos los días! Con esos hongos babosos que crecen en cada rincón de la Base, y que cualquiera —hasta vos mismo— puede recoger sin esfuerzo. No hay caso, Arnaldo, la situación con la bruja no da para más. Encima te sentís un pelotudo sin las bolas bien puestas como para decir basta. Y... ¡estás cómodo!

Te escondés tras la pena. La propia pena. Pero le decís a quien quiera escucharte que, en realidad, por la que sentís pena es por ella. Por tu esposa. Por Gladys. Repetís hasta el hartazgo que es ella la que se aferra a la relación, la que no te permite dejarla, la que si llegaras a decidir irte, no cejará hasta lograr la reconciliación.

Mentiras. Son puras mentiras, y vos lo sabés perfectamente. Pero no podés evitar decirlas. Y encima la mayor parte del tiempo te creés que tu verdad es la verdad. Claro, nunca le hacés caso a las caras de tus oyentes, a esas muecas de falso entendimiento que de seguro ocultan desprecio. Porque te desprecian, Arnaldo, a ver si te enterás.

—... y voy a volver tarde —la oís decir.

Recién ahí caés: ella había estado hablando antes, pero no le habías prestado atención, ensimismado en esa agridulce autocompasión que te angustia, que te corroe.

—Perdón, Gladys, no te escuché.

—¡Siempre en las nubes, vos! Te decía que me reúno en el club con Clarita y Nené. Que voy a volver tarde. No me esperés despierto.

—Está bien. Acordate que el traje tiene una fisura.

—Quedate tranqui. Ya lo arreglé.

Terminada la comida, ella se acuesta en el baño mientras vos empotrás la mesa al techo y convertís las sillas en gel para acomodarte mejor frente al GvH. Hoy se juega un River - Boca, y la transmisión es simultánea. Sí: aquí, en este asteroide flotando en el culo de la galaxia, vas a poder disfrutar del súperclásico en un auténtico GvH recién importado. Cómodo Arnaldo: con esa comodidad que da el dinero ajeno.

Gladys sale del baño, arreglada y lista para salir. ¿Le decís que está hermosa? ¿Siquiera amagás un mimo, una caricia? ¿Al menos le pasás la mano por ese culo, envidia de la mitad de la Base? Qué va. Sólo un "que la pases bien", y a volver al partido.

Ella se te queda mirando un rato, luego menea la cabeza y se enfunda en el traje para el exterior. De pronto entra un mensaje: el Emporio los reubicará. Volverán a la Tierra, así vos también podrás trabajar. Sí, a trabajar, porque en la Base te habían despedido. Por inservible. Aunque tu versión de los hechos cambie día a día.

—¡Arnaldo, qué suerte! Volveremos a respirar aire natural.

Ella pierde mucho por el traslado, pero igual se alegra. Por vos se alegra. Pero vos... vos no tenés cura:

—¿Viste, Gladys? Los hijos de puta saben que la chingaron conmigo y quieren cubrirse. Pero no me voy a quedar callado, no señor. Ya van a ver.

Ella deja de abrazarte, te ha soltado de golpe. Se pone el casco y sale sin hablar. Vos te quedás viendo el partido. Y, de a poco, la verdad, la única verdad, va surgiendo. Te ahoga, te supera. Tanto, que tenés que ir en búsqueda de la botella. Y de las lágrimas.

Después de un mes de papeleos, vos y ella toman el transporte local hasta Atlántica vii. Cuando trasbordan a la base espacial, en órbita, podés ver el planeta terraformado, propiedad del Emporio. Te imaginás los lujos, la diversión, el trato diferenciado en ese, el mayor centro turístico de la galaxia. ¡El trato diferenciado, Arnaldo! ¡Lo que más deseás en el mundo! El respeto que nunca lográs por vos mismo, ¿no?

El Loco de la Colina y otros cuentosWhere stories live. Discover now