Capítulo cincuenta y dos. [FINAL]

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Un pie en el suelo, seguido del otro, un segundo para observarlo todo, y otro para echar a correr. El campus trasero estaba repleto de sillas, lazos y un atril desmontable en el que sin duda muchos soltarían su discurso. Sonreí empezando a buscar entre todas las cabezas.

—¡Hey, señorita Selley! –me giré de golpe para llevarme una grata sorpresa al ver de nuevo al señor Gaffigan.

—Me alegro de ver que está de vuelta.

—Lo mismo digo. –sonrió antes de continuar su camino hacia las sillas de los profesores. Este hombre no habría querido dejarnos solos a propósito en los ensayos de la obra, pero a día de hoy se lo agradecía infinitamente.

Continué buscando entre las cabezas, hasta que otra voz me hizo girarme.

—Kat. –lentamente y con una sonrisa me tiré a sus brazos.

—¡Sam! Cómo te he echado de menos. –dije, pero su sonrisa no apareció. A pesar de estar extrañada, me tomé un minuto para acabar preguntando.– ¿Dónde está? –su silencio empezó a asustarme.– ¿Sam? –nada.– ¿Dónde está Harry?

—Selley, él… él no está.

—¿Qué? –creí haber escuchado mal, y eso esperaba.

—Se ha ido.

—¿Cómo que se ha ido?

—Cogió el graduado y se fue. No dio direcciones, lo hizo a primera hora de la mañana.

—Pero… –el aire dejó de llegar a mis pulmones por un momento.– Oh, mierda.

—¿Qué vas a hacer? ¿Correr hasta el lugar en el que creas que está y pedirle que se quede? –ironizó, sin darse cuenta de lo mucho que yo me estaba tomando esto enserio.

—Si no se lo digo se irá, y quiero ver su cara de arrogante cerca todos los días de mi vida.

—Pero eso es…–no la dejé terminar. Corrí hacia el coche, que seguía aparcado en el camino principal.

—¿Todo arre…? –empezó mi padre, pero lo ignoré.

—Al aeropuerto más cercano. –solté lo primero que se me pasó por la cabeza. A ver cómo encontraba a Harry ahora teniendo que buscar por todo Londres. Suponiendo que no esté ya a tres mil kilómetros de aquí.

—¿Qué? –tanto el chófer como mi padre se quedaron boquiabiertos. Pero mi fulminante mirada los advirtió de que, por una vez, deberían obedecer rápidamente.

¿En qué otro lugar si no podría empezar a buscar? Había posibilidades de que estuviese allí. Aunque fuese para coger un maldito avión que se lo llevase para siempre. Pero allí.

Y entonces lloré. Ya no me molesté en hacerlo en silencio. ¿Cómo había llegado a este extremo? ¿Cuándo había dejado que tirasen mi muro de defensa? Era fuerte y ahora no soy nada.

El aeropuerto estaba cerca, así que tan pronto detuvieron el coche volví a correr, haciendo de mi pelo una cortina para que toda la gente que entraba y salía no se parase a mirar a una niña llorona corriendo. 

No me detuve hasta estar en frente del gran panel, en el que se anunciaban todos los vuelos. «Washington D.C. Puerta 14.» Era el más próximo, empezaría por ese.

La sala casi vacía me facilitó muchísimo recorrer con la mirada cada una de las personas, sin resultado. Él no estaba allí. Salí de la sala antes de que sonase el primer aviso y un cúmulo de personas me lo impidiese.

«Moscú, Rusia. Puerta 7.»

Ese fue el siguiente. Apenas había tres personas y ninguna de ellas era la que yo estaba buscando.

Del cielo al infiernoWhere stories live. Discover now