3. El heredero de Arakaz

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—Deberías contárselo a alguien, antes de que revientes —sugirió Óliver a Rodrigo, al cabo de un rato.

—¿Qué quieres que les diga? —respondió Rodrigo, sin poder evitar levantar la voz—. ¿Que soy descendiente de su maldito emperador, que lleva siglos sometiendo a Karintia? ¿O que yo ocuparé su lugar en caso de que consigan vencerlo? Tienes razón. Tal vez deba decírselo para que acaben conmigo antes de que eso ocurra.

—Bueno, no te pongas tan dramático. ¿Qué tiene de malo ser el sucesor de Arakaz? Nadie dice que tengas que ser como él. Tú le das una patada en el trasero, le quitas su espada, ocupas su trono y luego empiezas a gobernar Karintia como es debido.

—¡Para ti siempre es todo muy fácil! —se quejó Rodrigo.

—Y tú te ahogas en un vaso de agua, pero para eso me tienes a mí—respondió Óliver—. No hace falta que me lo agradezcas. Me conformo con que me hagas ministro de hacienda cuando seas emperador.

—¿Y si me vuelvo como él? —estalló Rodrigo, soltando por fin su mayor temor—. ¿Y si llevo la crueldad dentro de mí? ¡Mi sangre desciende de la suya!

—Hombre, si estás preocupado por eso, seguro que Noa puede hacerte una transfusión de un poco de su sangre. Seguro que así te vuelves manso como un corderito.

—¡Qué tontería! —respondió Rodrigo, sin poder evitar una sonrisa.

—Pues igual que pensar que por llevar la misma sangre que Arakaz te vas a volver como él —objetó Óliver.

—No es que piense eso, pero creo que se te olvida el final de la profecía. Dice que el enfrentamiento definitivo será entre el heredero del rey y yo. Que yo sepa, el único rey que ha existido en Karintia ha sido el rey Garad.

—Vale, ya sé que el rey Garad era muy majo y todo eso, pero ¿quién te dice que no tiene un heredero de lo más capullo? Hasta en las mejores familias puede salir una oveja negra. Mi abuela solía decírmelo mucho, no sé por qué.

Rodrigo se paró, miró a Óliver fingiendo sorpresa y de pronto los dos se echaron a reír.

—¿Ves como es más fácil si se hablan las cosas? —le dijo Óliver—. Tienes que contárselo a Darion y a las chicas. Estoy seguro de que no va a cambiar su opinión sobre ti. A fin de cuentas hemos luchado juntos contra Arakaz. Eso es lo que cuenta.

—¿Qué es lo que tienes que contarnos? —preguntó Darion desde el rellano de la escalera. Sin darse cuenta habían llegado hasta la planta de los dormitorios. Rodrigo se quedó boquiabierto sin saber qué decir, pero Óliver lo miró e hizo un ademán con la cabeza, animándole a hablar.

—Vamos a buscar a las chicas —accedió por fin Rodrigo—. Creo que no podré soportar contar esto más de una vez.

—Están en su dormitorio —dijo Darion—. ¿Te ocurre algo? Tienes muy mala cara.

—Ahora os lo cuento todo —dijo Rodrigo, llamando a la puerta del dormitorio de las chicas.

—Ah, ¡hola chicos! —dijo Vega, abriendo la puerta—. Podéis pasar si queréis. Sólo estamos nosotras tres.

Los chicos entraron en la habitación y se sentaron en una litera, al lado de Aixa y Noa, que parecían encantadas de ver al hurón de Óliver.

—¡Hola pequeño! —dijo Vega, cogiendo al animalito entre sus brazos—. Supongo que es el hurón de Balkar, ¿verdad? ¿Para qué lo habéis traído?

—Adara me ha encargado que me ocupe de él —explicó Óliver.

—¡Pobrecillo! —bromeó Aixa—. Apuesto a que ni siquiera sabes lo que comen los hurones.

Rodrigo Zacara y el Asedio del DragónWhere stories live. Discover now