6. Pánico

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Amaneció nublado, algo que Casandra celebró con una de sus más am­plias sonrisas. El viento soplaba del este, seco aunque fresco, lo suficiente para que ella suspirara aliviada. Estaba tan animada que incluso retó a sus compañeros a carreras a caballo. Descubrió que Tempestad galopaba más rápido que su anterior montura, tanto que adelantó a todos pese a que ella fuese una pésima jinete. Emitió gritos de júbilo, se sentía más libre, viva y poderosa de lo que jamás se hubiera sentido. A pesar de los problemas, adoraba aquel lado de la Frontera. No, adoraba lo que podía hacer en él.

Pararon a media mañana, pero Casandra ya sabía que no se trataba de un descanso, no por lo menos para ella, no hasta que aprendiera a luchar y defenderse como era debido. Estiró las piernas y se recolocó la columna vertebral con sonoros crujidos, vigilando por el rabillo del ojo cómo Diego volvía a sacar la pistola de dardos Z-12. Suspiró, se quitó la sudadera de protegida de los FOBOS, quedándose con la camiseta negra salpicada de supuesta sangre.

–Ya sabes lo que tienes que hacer –dijo el Capitán.

–No, pero supongo que tendré que improvisar.

La vitalidad la invadía, nada de apatía aquel día, pero aquello no signifi­caba que tuviera ganas de cantar, saltar por el campo y convertir su vida en un feliz musical de anuncio de compresas, prefería utilizar su energía en pelear contra un pistolero, contra un sicario si hacía falta. No comprendía por qué se sentía así, no era lo habitual en ella; quizás fuera por las nubes grises que cubrían el cielo por primera vez en días, porque Tempestad fuese el mejor de los caballos que tenían o porque estuviera descubriendo que su escolta era la mar de interesante. Daba igual, tenía que arrancar el brazo de Diego, retorcer la pistola... Uy, no, eso no.

Casandra lo miró a los ojos marrones rodeados de arrugas y se puso la máscara de indiferencia que habitualmente llevaba, era como si fuera un duelo de esgrima y se hubiera bajado la careta. Durante dos segundos dejó que le apuntara al pecho, para, a continuación, apartarle el brazo con deci­sión, presionarle en el dorso de la mano para obligarlo a soltar el arma y retorcerle el brazo. Poco le faltó para derribarlo, sus movimientos habían sido buenos, aprendidos inconscientemente de las películas de acción, pero necesitaba fuerza para tirar al suelo a un hombre que le sacaba dos cabezas.

–Podrías haber hecho frente al borracho –le aseguró Diego y ella tuvo que morderse la lengua para no restregarle lo de su alcoholismo–. Vayamos a por algo más difícil.

"Así que se ha dejado. Tenía que habérmelo supuesto".

–¿Algo como un atracador? –propuso devolviéndole el arma.

–Por ejemplo –una leve sonrisa tiró de las comisuras de Diego.

"Le caigo bien", se dijo Casandra orgullosa.

"Le cae bien", pensó Amanda, apoyada contra el árbol que les daba som­bra, tras el que planeaba esconderse si la pistola acababa apuntando hacia ella en el forcejeo; no le apetecía recibir una Z–12, ya lo había hecho una vez y no había sido agradable. "Tratándose de un hombre como Diego... ¿cómo lo habrá conseguido?" La respuesta era clara: siendo tan bestia como él.

"Hoy está muy activa, incluso sonríe de vez en cuando, será verdad que le gusta el clima húmedo y encapotado", asumió Amanda levantando la vista al cielo gris. Las nubes pasaban rápido, parecía que tendrían tormenta. Casandra logró desarmar a Diego de nuevo y trató de reducirlo, pero él aca­bó sujetándola del cuello con el brazo derecho.

–¿No ibas a enseñarle a luchar, Víctor? –le gruñó sin soltar el cepo–. Pues no ha servido de nada, continúa siendo una inútil.

Amanda pudo ver el cambio de expresión en los ojos de la adolescente, de la frustración a la oscura rabia.

Lirio de Sangre - 1 - Odisea (6 capítulos)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora