—Ya hemos llegado— anunció Tristan—. Esta es la sucursal Montreal de nuestra ciudad. Una importante empresa de investigación y avances tecnológicos.

—Ya era hora. Tengo los pies destrozados— protestó Styan mientras se sentaba en el suelo—. Creo que nunca había andado tanto.

Llevábamos cerca de una hora caminando. Llegó un momento en el que se me pasó por la cabeza la idea de que no nos estaba llevando a ningún sitio.

—Os habría llevado en autobús, pero, con los gat... quiero decir, los Naewat, no nos habrían dejado entrar. En estos momentos valéis menos que los perros.

—Bah, ya estamos acostumbrados— protestó la Naewat.

—Está bien, Dana. Hacen eso porque saben que somos superiores— sonrió Dareh. En circunstancias normales me habría ofendido, pero tenía razón.

No se me había ocurrido pensar que hasta ahora no sabía el nombre de la Naewat. Era Dana. La observé unos instantes y me quedé embelesada con su perfección. Era alta, atlética, su piel, luminosa y lisa, era de un bonito tono melocotón, mientras que su pelo blanco, tan suave y liso como la seda, caía hasta la cintura. Los rasgos de su cara, tan delicados y redondeados, le daban una apariencia dulce, aunque, claro, nada distaba más de la realidad, pues como siempre, sus ojos estaban oscurecidos con el odio que realmente sentía por nosotros.

—¿Tengo monos en la cara?— su pregunta me sacó de mis pensamientos.

—N-no. Lo siento.

Ahora podía entender el por qué de su actitud. Siempre fríos, siempre desconfiados... habían sufrido mucho a lo largo de la historia desde que habían llegado a la Tierra. Muchas generaciones de sufrimiento acumulados en una mirada.

Miramos de nuevo el edificio. Era una enorme torre de vidrio tintado. Parecía un espejo gigante. Tendría aproximadamente unos diez pisos de altura. Nunca había visto una construcción tan alta, pero según los libros de historia, antes de la guerra existieron edificios con más de ciento sesenta pisos. ¿Cómo lo harían para que no se volcaran?

La pulcritud mezclada con la grandeza de aquella construcción, contrastaba con la pobreza y mediocridad de la plaza en la que se encontraba ubicada. Había algunos árboles poco cuidados, y suciedad por todas partes. Aquella sucursal era como una pieza de puzzle que no encajaba con las de alrededor.

El edificio tenía un símbolo enorme en la parte más alta. Una especie de corona de laureles rodeando una letra eme. Lo cierto era que me sonaba de algo, pero en aquel momento no supe identificar de qué.

—Voy a entrar a investigar.— informó Tristan—. Quiero que vosotros esperéis aquí hasta que salga y os diga qué hacer. No sé si mi hermano está ahí dentro y no quiero que corra peligro.

—No quiero que vayas solo— replicó Styan—. Iremos contigo.

—¿Te tengo que recordar que ésta— señaló el edificio— es la gente que quiere usar una mutación bactereológica para destruirlos a ellos? —señaló a los Naewat

Styan resopló resignado.

—En principio vamos a evitar confrontaciones innecesarias. Esperad aquí —sentenció Salazar dándonos la espalda y emprendiendo la marcha hacia el edificio.

Nos sentamos en la acera todos, a excepción de Dareh, que se quedó en pie de brazos cruzados, observando la edificación. Me acerqué con sigilo, y me paré detrás de él. Pensé que no se había dado cuenta de que estaba ahí, y cuando iba a abrir la boca para decir algo, se giró y me miró.

—Eres tan sigilosa como un mono con pandereta— murmuró mientras devolvía la vista al edificio.

Fruncí el ceño a modo de protesta, pero no contesté. Me paré a su lado. Todavía tenía muy fresco el recuerdo de aquella visión que habíamos tenido juntos. ¿Por qué había pasado?

Engel (En edición)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن