Desde hacía tiempo que Ciro había notado el interés que sentía Aera hacia su compañero de pelotón. Nunca había mencionado nada al respecto, pero no era necesario. Bastaba ver cómo su amiga reprimía su parte más rebelde cuando se dirigía a él, aunque eso no quitaba que cuando no estaba de acuerdo con algo, se encargaba de que todo el mundo lo supiese.

Sylvan por su parte no parecía molesto con la situación. Dejaba que Aera se contonease a su antojo y él solía mirarla con una medio sonrisa que Ciro nunca supo descifrar. Tal vez el hecho de ser el segundo al mando en el pelotón le obligaba a ser más prudente; tal vez se tratase de las órdenes de Trax. Más de una vez había escuchado a su capitán decir que no quería líos en su pelotón, y que si se enteraba de que alguien sobrepasaba los límites informaría a la sección de mando. Fuera como fuese, Ciro sabía que los intereses amorosos de Aera, al igual que los suyos, caían en saco roto. Nadie en la sección de exploradores debía planificar su vida mas allá de unas semanas. Las probabilidades de morir en el exterior eran altas, y nadie quería formar una familia bajo esa premisa. La sección de mando les daba total libertad para relacionarse con quienes ellos quisieran, pero los miembros del pelotón EX:A-2 sabían que era mejor reducir las interacciones con otras personas al mínimo. En su trabajo no había tiempo para esas cosas.

***

Llevaban caminando media hora a través de la selva, que había resultado ser menos impenetrable de lo que aparentaba en un inicio. La brisa marina que minutos atrás les había parecido tan agradable se había convertido en un aire pesado y cargado de humedad. Ciro notaba el uniforme pegado a su cuerpo; varias gotas de sudor resbalaban por su rostro, nublándole la vista. Aera se encontraba en las mismas condiciones que él, y podía escuchar su respiración forzada a través de la máscara de gas. Además, el hecho de tener que transportar a Sylvan la obligaba a caminar de espaldas al resto, así que en varias ocasiones trastabilló hasta casi caer al suelo.

—Déjame que lo lleve yo un rato —se ofreció Varik cuando Aera tropezó por quinta vez.

La exploradora le contestó con un tajante "no", y Ciro se vio obligado a ahogar una risa para que Trax no le echase la bronca de nuevo por hablar. Entre los rasgos más característicos de Aera, destacaban la cabezonería y el sarcasmo. Años atrás, aquella cabezonería había llevado a la chica a decir y hacer cosas que alguien con dos dedos de frente no habría sido capaz, pero tras varios meses bajo la tutela de Trax, los brotes de irracionalidad habían comenzado a desaparecer para dejar paso a una furia contenida que Ciro podía detectar siempre que la joven torcía sus labios para mordérselos en un intento de controlarse.

Aera había entrado a la sección de exploradores por la misma razón que Ciro: la delincuencia. El explorador la recordaba orgullosa y rebelde, pero sobre todo obstinada. Quizás aquellas similitudes entre ambos habían hecho que, de todos los componentes del pelotón EX:A-2, ellos dos fueran los más compenetrados. Iri y Sylvan también eran buenos amigos, pero no habían alcanzado la afinidad que Aera y Ciro tenían entre sí. Aera solía decir que en otra vida habían sido hermanos gemelos, a lo que Ciro solía contestar poniendo los ojos en blanco y dándole la espalda.

El joven tenía que reconocer que, tras dos años de convivencia obligada con tanta gente en un espacio delimitado por cuatro paredes, su carácter había ido moldeándose, al igual que lo había hecho el de su amiga. Aun así, cuando se sentía atacado o acorralado notaba aquella pequeña llama en su interior que luchaba por convertirse en un terrible fuego y arrasar con cualquier cosa que se cruzase en su camino. Ciro no quería que aquella llama se extinguiese; a fin de cuentas formaba parte de él y de su forma de ser. Sin embargo, también era consciente de que debía mantenerla a raya si no quería problemas de mayor índole, como había ocurrido en el pasado.

—Alto.

El pelotón entero dio un respingo cuando la monótona voz del soldado inundó el aire. El explorador alzó la mirada para comprobar qué era lo que había provocado aquel repentino frenazo. Ante sus ojos, algo parecido a una caseta metálica de color verde asomaba entre los frondosos matorrales. Los límites de ésta se desdibujaban bajo lianas, musgo y multitud de hongos. Tampoco se apreciaban ventanas o algún tipo de abertura que permitiese la entrada de luz solar, a excepción de la propia puerta, la cual parecía contar con un dispositivo de reconocimiento facial para poder ser abierta.

—¿De qué va todo esto? —murmuró Iri por el intercomunicador.

—Silencio —ordenó Trax.

El soldado avanzando unos pasos hasta ponerse a la altura de la cámara. Al cabo de unos segundos, el sistema de seguridad emitió un sonido de aprobación para a continuación desbloquear el cierre de la puerta.

—¿Cómo leches puede un sistema de reconocimiento facial detectar una cara con un casco encima?

Esta vez la pregunta la formuló Ciro, pero su capitán no se molestó en hacerlo callar. La puerta acababa de abrirse y todos estaban demasiado nerviosos como para contestarle.

A punta de fusil atravesaron el umbral. En cuanto Trax puso el pie dentro de la caseta, unas luces tenues iluminaron toda la estancia, desvelando el interior de ésta. Se trataba de un habitáculo de medianas proporciones, con lo que parecía una pequeña cocina en una de las esquinas, una cama estrecha, una mesa con un par de sillas y una puerta al fondo, donde Ciro dedujo que habría un baño. También había un par de estanterías sobre las que descansaban diversos objetos, casi ninguno de ellos identificables por el explorador.

Antes de que alguien pudiese articular palabra, una bola blanca salió disparada desde debajo de la cama hacia el soldado. Varik y Liria dieron un respingo, asustados.

—Estate quieto —murmuró el asediado a modo de saludo.

Ciro consiguió enfocar la mirada hacia aquello que había chocado contra las piernas del soldado y no pudo evitar emitir una exclamación.

—¿Es un... zorro? —preguntó Ikino, tímida.

—Lo dices como si fuese imposible.

El soldado se agachó para coger al animal del suelo.

—No entiendo una mierda de lo que está pasando y no entiendo qué es lo que quieres de nosotros, pero nos gustaría recuperar a nuestro amigo, que recuerdo está técnicamente muerto. —El tono frío y cortante de Aera les hizo volver a la realidad.

El soldado cerró la puerta tras él, volvió a dejar al zorro en el suelo, depositó el arma en una pequeña mesilla que tenía a su lado y sin mediar palabra se llevó las manos a la cabeza para tirar del casco que hasta ahora mantenía su rostro cubierto. El elemento protector emitió un ligero sonido cuando se separó del traje, dejando a la vista a su portador. Lo primero que pudo apreciar Ciro fue una cascada de rizos castaños cayendo por los hombros del soldado. A continuación se percató de que unos ojos oscuros le escudriñaban, divertidos. Focalizando la mirada, se dio de bruces con una mujer de mediana edad que parecía estar disfrutando de aquel momento de incertidumbre y asombro.

—Me llamo Evey —dijo señalándose el pecho—, y él es Pix —prosiguió—. Se supone que debería decir "bienvenidos", pero ni de coña lo sois.

Mara (I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora