Capítulo veintiocho

Magsimula sa umpisa
                                    

-Oh dios mío... - susurré.

En su brazo derecho apenas había un par de cortes, pero igualmente la sangre no dejaba de salir de estos en pequeños hilos de sangre, y un poco más arriba de su clavícula izquierda había una terrible herida de una mordida, que comenzaba a tornarse morada a los alrededores, claro que aquello y apenas podía notarse debido a la sangre tanto seca como húmeda que la rodeaba.

-¿Ni siquiera has pensado en tapar la hemorragia? - pregunté furioso mientras revolvía entre el armario pequeño que había junto al lavabo, en busca de toallas.

Mojé un poco una de las toallas y se la puse sobre la clavícula, presionando levemente mientras que con la otra Rubén se tapaba el brazo derecho.

Unos toques en la puerta, seguidos de su voz.

-Chicos abrir, soy yo.

Abrí la puerta, dejando a la vista a un Samuel tan perfecto como siempre. En sus manos traía una pequeña caja que a decir verdad no supe identificar. Entró al baño y volví a cerrar la puerta. Solo en este momento me alegraba por el simple hecho de que el baño fuera grande y hubiera suficiente hueco para los tres. Samuel levantó a Rubén por las caderas haciendo que mi ceño se frunciera, para luego sentarlo sobre el lavabo y apartar la toalla de su antebrazo.

De la caja, la cual pude apreciar que era un botiquín, sacó algodones y alcohol, limpiando así las heridas de su antebrazo en un silencio para nada incomodo, si no tranquilo.

-¿Porqué has comenzado a cortarte frente a Mangel? - pregunté curioso cuando mi mente empezó a formularse preguntas a si misma.

- De verdad que solo era una tontería. Llevaba mucho tiempo viendo como Mangel tenía aveces un comportamiento algo extraño, y tenía la necesidad de comprobarlo, pero de verdad que confiaba en que solo fuera un recuerdo tonto del que acordarse en un futuro.

-Eres muy tonto, chaval - dije riendo, y provocando también una risa en Samuel.

Pero en el rostro de Rubén no había una sola mueca de risa.

-¿Y si él ahora quiere matarme o comerme porque sabemos su..? ¡Un momento! - gritó, y de un empujón apartó a Samuel de él, que estaba intentando apartarle la toalla manchada de sangre del cuello. - ¡Vosotros lo sabíais!¡También sois eso!

-Tenemos nombre, Rubén. - se quejó Samuel, después de un codazo por mi parte.

-¿Enserio crees que si yo fuera un vampiro, no lo sabrías ya?

Esta era posiblemente la conversación más tonta que seguramente había tenido nunca. Parecía sacada de una mala serie de televisión o de una novela.

-Hay muy pocas probabilidades de que Mangel vuelva a perder el control, solo necesita comer más a menudo. - dije, haciéndole fruncir el ceño.

-Pero realmente él te ama - agregó Samuel.

-No puedo volver a confiar en él. Él es... Él es... Eso. ¿Y si vuelve a atacarme? - dijo inseguro.

-Tu tampoco ayudaste mucho cortándote frente a él. Hay varias maneras para averiguar las cosas. - añadí.

-¿Cuantas veces te he tenido sangrando frente a mi, Guillermo? - preguntó Samuel, dedicándome una mirada serena.

-Desgraciadamente, más de las que a mi me habría gustado - le respondí, y luego miré a Rubén. - Samuel nunca me ha hecho daño, Rubén, y su Mangel te lo ha hecho es porque llevaba tiempo sin alimentarse, pero sabes que no era su intención, ya te lo he dicho. Él te quiere.

Por suerte conseguimos hacerle entender que eso no era algo que hubiera posibilidades de repetirse. Samuel tubo que darle unos puntos en la mordida, y sedarle también. Le dejamos acostado en su cama, con un preocupado Mangel sentado a su lado agarrándole la mano y mirándole expectante, esperando que despertara.

El amor que sentía el vampiro por mi asustadizo amigo era tan exageradamente grande que incluso a mi me llegaba a doler. Y solo pude desear en ese momento que fueran felices.

Para siempre.

*Fin flashback*

Para cuando despejé mi mente el porche del viejo bar ya estaba lleno de viejos o muchachos que habían salido seguramente a pasear. Resignado entré en el bar y le pedí a Tom, un agradable cuarentón que ocupaba la barra desde que yo tenía uso de memoria. Me puso un colacao caliente y doble de azúcar, sin que yo siquiera se lo hubiera llegado a pedir, a pesar de que era eso lo que quería.

-Era buen amigo de tu madre en el instituto. Ella y mi hermana eran algo así como mejores amigas y yo desarrollé un instinto de hermano mayor con ella - me contó cuando me senté en el taburete frente a la barra, y que quité la sudadera mojada, notando como la camiseta, que estaba en el mismo estado, pegándose a mi cuerpo -. Desde que eras bien pequeño tu madre te traía aquí a desayunar mientras ella servía mesas. Y siempre, siempre que tu madre te ponía un colacao, venías corriendo y me decías 'Tommy, ¿me das otro sobre de azúcar'.

No pude evitar reír, pero antes de que pudiese responderle alguien le llamo desde el otro lado de la barra.

-Willy - me llamó, demostrándome que era cierto que me conocía desde pequeño, pues era un apodo que deje de usar con doce años -, si alguna vez necesitas algo, lo que sea, puedes venir a pedírmelo.

Después de diez largos minutos removiendo y dando pequeños sorbos a la taza decidí ir al baño.

Que tonto fui.

No es como si me hubiera ocurrido nada malo, pero hubiera preferido cualquier cosa antes que ver a aquel hombre. Lo recordaba bien. Nunca había hablado con él, ni una palabra, pero sabía quien era y lo que era, así que supongo que tuve motivos suficientes para asustarme cuando cerró la puerta del baño tras de mi.

-No quiero hacerte daño - dijo apresuradamente. - Me llamo Martin, y como se te ocurra compararme con el niñato ese hijo del alcalde, entonces si me voy a enfadar.

Se alejó de mi, pero yo continúe con mi espalda pegada a la pared, sin saber el momento exacto en el que había terminado así.

-Aunque parezca tonto y en realidad no me pertenezca a mi el hecho de que tu sufrieras, me gustaría disculparme por todo lo que mi hermano Michael ha hecho. - dijo, y luego se sacó la sudadera. - Deberías quitarte esa camisa o terminarás enfermando - dijo, tendiéndome su sudadera. - Para ti, yo tengo muchas. Míralo como si fuera un pequeño regalo, aunque un poco cutre.

Casi me sentí mal por haberlo juzgado como su hermano. En realidad era una de esas personas capaces de transmitir simpatía con solo una mirada o una sonrisa. Aunque en el fondo, muy abajo, quizás escarbando un poco, había algo que me decía que no podía confiar plenamente en él, aunque tampoco quería decir que confiara en él, pero ser amable y aceptar una cosa tan simple como una sudadera tampoco iba a ser tan malo, ¿no?

-Gracias - dije mientras me sacaba la mojada camisa y me ponía rápidamente la sudadera, sintiéndome realmente intimidado por la manera en la que sus ojos azules rodaban por mi cuerpo.

-No hay de que - dijo alzando una de sus comisuras en una media sonrisa. - No quiero sonar pervertido, pero debo admitir que ya entiendo un poco el porque mi hermano tiene puestos los ojos en ti. Pero no te preocupes, yo soy un caballero.

En realidad no tenía mucho que decir ante aquello, y por más que intentara darle alguna respuesta no había ni una sola palabra en mi garganta que se dignara a salir.

-Y si quiero conquistar a alguien, lo hago como es debido. - dijo acercándose a mi, y dejando una pregunta en susurro en mi oído antes de salir del baño. -¿Prefieres rosas o bombones?

*Créditos de imagen a la autora*

Atrévete a dominarme {Wigetta} Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon