33. Nuevas oportunidades

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Arandu venía a diario a verlas durante sus tardes libre, Marquitos estudiaba y jugaba con Jazmín mientras él tomaba tereré con su hermana o con Ana y conversaban de sus vidas. Él se sentía cada vez más cerca de Ana, le gustaba la persona en la que se había convertido, estaba orgulloso de ella y de sus luchas, pues él había luchado igual y ambos habían ganado sus batallas. Hablaban mucho de eso y de los niños, y eso los acercaba bastante.

—Hay un lugar en el centro, una pizzería nueva... ¿Vamos? Yo invito —le preguntó aquella tarde.

—Vamos a decirle a los chicos —dijo Ana.

—No, ellos se pueden quedar con Dani y Panambí... solos vos y yo.

Ana lo miró confundida, no sabía si aceptar o no. Él le gustaba, como siempre... pero ella no quería enamorarse ni creer en nadie. Panambí había entrado a la cocina y había leído los últimos gestos de su hermano. Se acercó a ellos y gesticuló emocionada pidiéndole a Anita que aceptara, que ella cuidaría de los niños. Sabía por todo lo que pasaba su amiga.

Ana terminó aceptando y juntos salieron a cenar. Panambí y Daniel armaron una especie de campamento en el comedor y jugaron con los niños como si fueran un par de chicos más. Ella no pudo evitar pensar que Daniel sería un buenísimo padre y se encontró sintiendo por primera vez aquel llamado de la naturaleza, planteándose la oportunidad de ser madre un día.

—Sos genial con los chicos, con tus pacientes y con mis sobrinos —le dijo Panambí cuando en su cama conversaban una vez que los niños habían ido a dormir.

—Me encantan, son tan tiernos, tan puros. Supongo que por eso me decidí por pediatría.

—Estoy tan orgullosa de vos...

—Y yo de vos. Ya queda menos para el viaje, la vamos a pasar genial.

—¡Sí!, estoy muy emocionada.

—Es tarde y esos dos no vienen. ¿Qué pensás?

—Quién sabe —rio Panambí—. Anita no está con nadie desde que supo que estaba embarazada... ¿Te imaginás?, es como yo cuando me reencontré con vos... ¡Estará muerta de ganas! —bromeó.

—¿Vos ya no estás muerta de ganas? —le preguntó él.

—Ganas de vos, siempre —sonrió de forma pícara—. Pero ahora están los chicos, no podemos hacer nada.

—Esa es la parte que no me gusta de los niños —bromeó Daniel.

Se quedaron allí conversando un poco más hasta que se quedaron dormidos. Daniel solía quedarse a dormir a veces o ella iba a su departamento, así que eso no era nuevo. Incluso había llevado algunas ropas para poder cambiarse o tener algo a mano. A Panambí le encantaba todo aquello y se sentía en las nubes ante la cercanía y los cuidados de Daniel.

Arandu y Ana comieron y conversaron sobre los niños y sus actividades. Después de aquello, él la invitó a caminar un poco. Era fin de semana y el centro estaba un poco más poblado que de costumbre, mientras caminaban en silencio, él la tomó de la mano. Anita sintió que su corazón latía con fuerza y que su estómago se le contraía de ansiedad. Caminaron así hasta que llegaron a un pequeño edificio. Arandu se detuvo y la observó.

—Acá es mi casa... ¿Querés entrar?

Ana se sintió un poco desilusionada, sabía lo que él quería y era normal. Él seguía viéndola como lo que ella fue una vez, por eso la llevaba a su casa. A pesar de aquello asintió, eran adultos y ella no había estado con nadie desde hacía años, quizás eso no era tan malo.

Subieron al tercer piso donde él abrió la puerta. La casa era pequeña pero acogedora, había una pequeña cocina comedor, una sala y dos habitaciones con un baño en medio. A pesar de ser el hogar de dos chicos, la casa estaba ordenada y limpia.

Arandu la invitó a sentarse en el sofá y luego sirvió dos vasos con cerveza. Se sentó a su lado y la observó.

—Yo ya no soy lo que era —gesticuló ella—, decime bien lo que querés que pase acá. ¿Para qué me trajiste a tu casa?

—Ana, solo quería conversar, estar solo contigo... no pienses que yo quiero acostarme con vos.

—Sí, me olvidé... Séque eso no es lo que querés —mencionó ella bajando la vista y recordando. 

 

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Tu música en mi silencio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora