—Déjame ver si entendí —Axel habla de nuevo y me saca de mi ensimismamiento—, ¿llegas de la escuela y no sales de casa?

—Básicamente... —digo, con aire despreocupado, sin apartar la vista de la pantalla del ordenador.

Un gemido cargado de frustración brota de sus labios, al tiempo que dice—: ¡Quiero salir de estas cuatro paredes asfixiantes!

—Nada te lo impide —canturreo ligeramente.

— ¡Eres la más desconsiderada de las anfitrionas!, ¡cualquiera en tu lugar llevaría a sus invitados a conocer la ciudad!

Me giro en la silla de escritorio para quedar de frente a la figura de su imponente cuerpo acostada sobre mi cama.

—No voy a llevarte a ningún lado —suelto, con determinación—. No después de lo que le hiciste a la profesora de álgebra.

Un suspiro cargado de fastidio brota de sus labios, al tiempo que rueda los ojos al cielo.

— ¡Le hice un favor!

— ¡La encontraron masturbándose en el baño porque tú la provocaste!

— ¡Ella estaba tan tensa! —Exclama él—, ¡lo menos que podía darle era un buen rato!

— ¡Casi la echan por tu culpa!

— ¡Oh, cállate! —Exclama, con indignación—, ¡estoy seguro que el director se la tiró después de verla tocándose!, ¡es obvio que se atraen!

Un escalofrío de pura repulsión me recorre la espina dorsal en el momento en el que la desagradable imagen del hombre medio calvo de cabello blanco y piel colgante que dirige la escuela, invada mis pensamientos.

— ¡El tipo es casado! —Chillo, con incredulidad.

— ¡Me importa una mierda!, ¡la mujer necesitaba un polvo!, ¡ya deja de gritarme! —Iguala mi tono.

— ¡No te estoy gritando!


El silencio se apodera del ambiente en ese momento y, de pronto, una carcajada seca y corta brota de mi garganta. Axel me mira con irritación, pero sé que quiere echarse a reír también. Lo sé por el modo en el que sus labios se curvan ligeramente hacia arriba.

—Eres odioso —mascullo, pero no he dejado de sonreír.

Un suspiro brota de sus labios y sacude la cabeza.

—Odio admitirlo, pero comienzo a entender porqué Mikhail está tan interesado en ti...

Mi corazón se salta un latido.

— ¿Ah, sí?

Él asiente.

—No eres tan desagradable y luces como una damisela en apuros —suspira—. El tipo tiene complejo de defensor No hay nada que le guste más que cuidar de las personas indefensas. Justo como tú.

—No soy indefensa —objeto, con indignación—. Además, eso no suena propio de un demonio. No se supone que ustedes se preocupen por nadie. Quiero decir, son demonios, ¿no es cierto?

Arquea una ceja.

—A estas alturas deberías haberte dado cuenta de que los demonios también tenemos buenas intenciones.

—Pero Mikhail no cuida de mí porque tenga buenas intenciones, sino porque le ordenaron hacerlo —refuto, y mis propias palabras me hieren, pero me las arreglo para no hacerlo notar demasiado. Ni siquiera sé por qué se siente tan mal decirlo en voz alta.

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