—Sí, cariño, eso creo. Pero no estarás mucho tiempo lejos de nosotros, iremos a verte en cuanto podamos.

—Yo pensaba que él se mudaría aquí, como Nicolás hizo al emparejarse con Julia... —dije con voz triste, mientras jugueteaba nerviosamente con las puntas de algunos de mis mechones de pelo.

—Eric es el Gobernador, ¿recuerdas? —puntualizó poniéndose en pie y tendiéndome una mano—. Las cosas en su situación son distintas... Acabarás entendiéndolo todo. Ahora levanta y vamos a darnos prisa, que tenemos mucho que hacer.

***

Un BMW 530d negro que tenía las ventanillas tintadas de negro, apareció por el camino de entrada de la parcela de mis padres. Yo observaba desde la ventana de mi dormitorio, y vi como bajaban del coche dos tipos vestidos con trajes negros. Parecían dos matones, con sus gafas de sol, el pelo bien peinado y engominado hacia atrás. Uno de ellos abrió su chaqueta para colocarse mejor la cinturilla de sus pantalones y pude ver, de refilón, que llevaba una funda para pistolas; sin duda, iban armados.

Con resignación, salí a recibirlos a la entrada del recibidor; mis padres estaban ya allí. Comprobé que ellos solamente llevaban consigo, un pequeño equipaje de mano. También comprobé que ya estaban acicalados y que lucían muy bien. Llevaban puesto sus mejores atuendos, digno de una gran gala, en este caso, de una indeseada boda. Abrieron la puerta a los dos secuaces de Eric y ellos, sin decir nada, entraron y cogieron mis dos pesadas maletas cómo si no pesaran nada, y la llevaron al maletero del coche. Les seguimos y antes de entrar en el vehículo, le eché una última mirada a la casa, quizás mis sospechas fueran ciertas y sería la última vez que la viera...

***

Durante todo el trayecto de camino a la guarida de mi prometido, sostuve en mis manos las de mi madre. Nos agarrábamos fuertemente, cómo si nos fuera la vida en ello. No sabíamos durante cuánto tiempo íbamos a estar separadas, así que, queríamos aprovechar hasta el último momento para estar unidas.

Habían transcurrido apenas media hora cuando el coche se desvió de la carretera general y entró en un camino asfaltado. Tan solo habíamos recorrido medio kilómetro cuando divisamos un muro de varios metros de largo y altísimos que rodeaba la propiedad. Por la parte de arriba tenían alambres con pinchos para mayor protección.

Enseguida nos topamos con una imponente puerta de acero, de dos hojas e igual de alta que el muro amarillo. Nos detuvimos, y el conductor pulsó un mando y desde el telefonillo se oyó una voz aguda:

—Identifíquese.

Ahora el conductor bajó su ventanilla y asomó su cara y la puso delante de la cámara. En ningún momento dijo nada.

—Adelante —dijo de nuevo la voz misteriosa.

El chófer volvió a pulsar el mando que todavía tenía en su mano derecha y las puertas procedieron a abrirse lentamente. Recorrimos otros quinientos metros cuando vimos entre los árboles la forma de una gran mansión blanca. Tenía tres plantas de alto y un enorme porche cubierto de un techo sujeto por dos gruesos pilares.

Le dimos la vuelta al edificio y por la parte de atrás había una enorme puerta que daban al garaje. Esta vez el conductor no tuvo que pulsar ningún mando, pues la puerta se abrió sola al mismo tiempo que nos acercábamos a ella. Me fijé que todo el perímetro estaba minado de cámaras; sin duda, nos esperaban.

El garaje estaba repleto de todo tipo de vehículos y todos ellos de lujo. Vivían bien estos vampiros, supuse por lo que pude ver.

Segundos después de que el conductor estacionara el auto, bajamos del mismo; en todo momento seguimos con el silencio que nos estuvo acompañando en todo el viaje.

Saga La Era De Los Vampiros, Libro I: Dulce CautiverioWhere stories live. Discover now