— ¿Te encuentras bien? ¿Te has hecho daño? — un hombre de profunda voz y acento alemán se dirige a mí. Mi vista permanece baja, observándome. Lo mismo ocurre con la suya. — Mademoiselle...¿Va bien? — tartamudea dulce e inseguro, estirando su mano hacia mí.

Je vais bien... Estoy bien. — dudo antes de aceptar su ayuda. Agarro su mano y torpemente me levanto. — Debo irme.

— Estás sangrando. — su voz se profundiza y lentamente se acerca. Todavía sujetando mi mano la observa. Hay sangre en ella. En ambas de mis manos y rodillas.

— Estoy bien. — repito antes de deshacerme de su agarre. Retrocedo un par de pasos. — Debo irme.

— No puedes irte así, estás herida. Deja que vaya por algo para curarte. — sus ojos permanecen fijos es mi rodilla antes de devolverle la mirada a los míos.

— No... — aterrada por llegar tarde intento cortarlo, no puedo entretenerme, pero su ceño se frunce y me tropiezo al intentar alejarme. El me sostiene con sus brazos impidiendo una segunda caída. Me ayuda a sentarme en una silla y se coloca de cuclillas frente a mí.

— Si no dejas que te ayude no llegarás a dónde quiera que vayas con tanta prisa. — sus ojos se posan sobre los míos, me penetran, me invaden. Sé que tiene razón, pero mi interior continúa gritándome que siga adelante. Las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos, la desesperación se ha vuelto a apoderar de mí y automáticamente mi cuerpo reproduce el dolor que tantas veces he experimentado, el mismo que experimentaré cuando llegue a casa. Siento el tacto de sus manos sobre las mías y cómo un acto reflejo las retiro aterrada. — No te preocupes, yo puedo llevarte, llegarás a tiempo. — el joven se da cuenta de mi tormento, se pone de pie y me extiende su mano, pero no la acepto, tan sólo que quedo parada frente a él intentando encontrar una excusa para marcharme sin ser maleducada.

— Esto servirá. — me siento cohibida por alguna razón. Llevo mis manos al pañuelo de mi cuello y lo desato. — Solo tengo mal una rodilla. — se da cuenta de mis intenciones y deja salir un leve suspiro antes de mirarme a los ojos.

— Bien. Siéntate, será más fácil. — me ofrece su asiento. Lo observo mientras se agacha, su cuerpo es delgado y fuerte y su aspecto desaliñado, como si se acabara de levantar. Una fina barba de tres días recorre su mandíbula y su boca y un par de gafas de cristal cuelgan del cuello de su camiseta. Sus manos parecen rudas, pero su tacto contra mi piel es delicado y suave. Coloca el pañuelo sobre mi herida, en silencio, pero puedo escuchar como sus ojos hablan. Me mira con cautela, como si fuera algo etéreo, como si nunca hubiera visto nada igual. Su pulgar hace círculos en mi rodilla mientras nuestras miradas permanecen unidas, formándose una.

— Debo irme. — apenas puedo escucharme. Su mano, al igual que su mirada, regresan al pañuelo. Se asegura de que el nudo está bien hecho y se pone de pie.

— Deja que te lleve. — sus palabras me golpean con fuerza, pues me duele tener que negarme de nuevo, a pesar de que sólo pretende ayudar.

— Lo siento, debo irme. — retrocedo varios pasos sin apartar mi mirada de él, me quedo inmóvil durante unos segundos en busca de un pensamiento que nunca llega antes de darme la vuelta y salir corriendo. — Merci. — le doy las gracias desde la distancia, apurando mis pasos una vez más.

Intento olvidar lo que ha pasado y continuar con mi camino, pero todo se tropieza en mi mente. Mis pasos ahora son más torpes, pues el dolor de mi rodilla empieza a notarse. Nueve menos cinco, ya estoy aquí, puedo ver el portal. Me abalanzo sobre la puerta adornada con barrotes negros en la parte superior y la empujo con todas mis fuerzas. Seis pisos y estaré en casa. Primera planta, segunda, tercera... Ya falta poco. Cuarta, quinta, sexta. Las puertas del ascensor se abren y me apuro hasta llegar a la puerta C. Llamo la timbre, pero nadie contesta. Tal vez esté dormido. Meto la mano en el pequeño tiesto al lado de la puerta y saco la llave de repuesto, la meto en la cerradura y abro la puerta.

La obra de BrigetteWhere stories live. Discover now