Los momentos que más le encantaban eran aquellos, la tarde empezaba a caer y la brisa marina soplaba.

Lo que no podía evitarse era el calor, el sofocante calor del verano; pero bueno, Scarlet era muy tolerante al calor.

Volvió su vista al frente, su larga trenza rubia casi parecía que volaba y sus brillantes ojos esmeraldas brillaban con emoción y desafío; esquivaba a las personas que se le cruzaban con mucha elegancia y sutileza, no quería dañar a personas inocentes.

Ahora la calle se iba haciendo cuesta abajo, más fácil se lo ponían, cada vez iba más y más rápido, se tuvo que sujetar la bufanda negra que iba en su cuello con una de sus manos para que no se fuera volando. Porque dicha bufanda era su objeto más preciado y si llegase a pasarle algo no sabría qué haría, suponía un gran peso sobre sus hombros, como si ya de por sí llevase una soga al cuello, una soga perpetua desde las sombras.

Aunque adorara fastidiar a los soldados FEP, tendría que dejar el juego tonto, ya empezaba a cansarse, disminuyó la velocidad y, con el impulso de sus piernas dio un gran salto y al mismo tiempo robó una gran tela marrón con complicados bordados.

Se lo colocó alrededor del cuerpo y se mezcló con la gente.

***

Iba absorta en sus pensamientos sin percatarse de que una mujer había tropezado y la enorme cesta que llevaba con ella se había desprendido de sus frágiles manos, Scarlet tropezó de la manera más torpe posible —sus largas piernas se enredaron con las asas de la cesta— y cayó al suelo rodando, intento levantarse a toda prisa, pero para su desgracia se había hecho una torcedura de tobillo derecho.

Aquello había sido lo suficientemente torpe para avergonzarse, incluso cuando sabía que se curaría rápido.

No era capaz de creer que se hubiese caído de esa manera tan vergonzosa, era humillante para ella. Apretó los dientes con rabia, no podía ser más torpe si quisiese, de todos modos se incorporó lo suficiente y ayudó a la señora, mientras que los soldados la pasaban de largo, al menos había servido para algo.

La anciana le dedicó una gran sonrisa.

—Muchas gracias, hija ¿Puedo compensarte de algún modo?

—No.

Se levantó y dejó a aquella anciana, ya la había pagado al librarla de los soldados; chirrió los dientes ante la torcedura.

Suspiró.

Miró hacia al cielo, debía buscar un lugar de alojamiento pronto ya que no tardaría en anochecer. Volvió a pasar con disimulo por los puestos de comida y con agilidad pudo conseguir el suficiente alimento para la noche junto con algo de dinero, sus años en las calles habían ayudado a perfeccionar el arte del robo, nadie pareció percatarse de cómo sus manos se introducían en los bolsillos y mucho menos cuando se llevaba las pertenencias.

Ajustó la tela aún más sobre su cabeza y cubrió un poco más su boca, hizo una lista mental: conseguir alojamiento; algo más de dinero; y un baño, porque huelo como una puerca, pensó.

En el bullicio de las calles recapitulaba mentalmente el mapa de la ciudad en busca de algún lugar para dormir ajeno a las miradas, una posada u hostal no era una opción, sería un blanco fácil.

Entonces una voz grave y risueña soltó una risotada a lo lejos. Scarlet vio cómo a lo lejos había un hombre rubio que hablaba con la dependienta de un puesto de fruta, ella solo intentaba recoger y al parecer ese hombre se lo impedía; arrugó la nariz, el olor que desprendía el hombre le resultaba inquietantemente familiar.

Crónicas Elementales 1: Fuego Escarlata © [ACTUALMENTE REEDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora