Capítulo 2

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Si no recuerdas la más ligera locura en que el amor te hizo caer, no has amado.

William Shakespeare

Eran las tres de la tarde, debido al calor nadie circulaba por las calles y no había ningún negocio abierto a excepción de la tienda de antigüedades.

Taly ya no aguantaba el encierro en su casa, así que había convencido a su madre de que la dejara en la tienda de antigüedades, había prometido portarse bien y no hacer ningún esfuerzo que repercutiera en la curación de su pie. Aún tenía un apretado vendaje que casi la inmovilizaba y seguía con la indicación de un antiinflamatorio por día , pero seguir en "estado de reposo" la trastornaba.

La frase estado de reposo era sumamente desalentadora, le evocaban a una muerta o bien a una masa en estado de reposo mientras se levaba para convertirse en galletas. Ella no quería ni estar muerta ni ser galletas, así que necesitaba algo de normalidad, aunque "normalidad" consistiera en ser la única trabajando en todo el pueblo.

Necesitaba aire, mejor dicho aire familiar, un lugar donde ser ella misma. Ese lugar era la tienda que había heredado de su tía abuela dos años antes, su refugio en el mundo.

Tenía un título universitario en arqueología, pero lo cierto era que no ejercía actualmente, de hecho su madre seguía recriminándole que hubiese elegido aquella carrera en lugar de ser una respetable abogada o doctora. Y Susana seguía bromeando acerca de que prefería las cosas muertas hace mil años a los vivos, "aunque no la admitas también eres una romántica "solía decirle mientras ella la miraba resentida.

Lo cierto era que luego de heredar la tienda, había decidido dedicarse a ella y había descubierto que eso la hacía feliz. Ocasionalmente escribía algún artículo, o daba algunas clases sobre arqueología pero no lo hacía a tiempo completo .Lo que no implicaba que hubiese abandonado su profesión, de hecho en un mes habría un Seminario en la capital y esperaba estar totalmente recuperada para poder asistir.

Además allí estaba rodeada de objetos preciosos, con contenían un testimonio de la Historia.

Por lo pronto se ocuparía del inventario de la tienda, lo tenía pendiente y estar frente a la computadora no implicaba ningún esfuerzo, ni tampoco ningún peligro potencial para la mejoría de su esguince, sólo soportar el calor que la agobiaba aun con la ropa fina que llevaba puesta.

Se recogió el cabello atándolo en un nudo detrás de la nuca, se había olvidado llevar un broche para sujetarlo, se quitó el único zapato que llevaba puesto en el pie sano, puso música clásica a bajo volumen y se dispuso a trabajar.

Aquello era lo más cercano a la felicidad perfecta, tranquilidad, suave melodía y tiempo para sí misma.

El auto de alquiler se detuvo mientras atravesaba el pueblo, se bajó levantó el capó y trató de averiguar que andaba mal.

Nada, al menos nada que él pudiera identificar.

Subió y volvió a intentar hacerlo arrancar, primero sintió un ruido seco y luego un silencio mortal. Parecía ser el último aliento del motor. Cuando tuviera la oportunidad iba a apretar el cuello del responsable de la agencia de alquiler. Era una suerte que el auto se hubiese arruinado en medio del pueblo y no en la solitaria ruta, al menos allí podría conseguir ayuda.

Bajó nuevamente y entonces se dio cuenta.

No había nadie, lo cual era lógico se dijo a sí mismo al percibir el calor abrasante de la siesta, no había comercios abiertos, ni nadie que pasara por las calles.

Nadie.

¿Dónde se metía todo el mundo a esa hora?

El pensamiento de quedarse estancado allí lo enojó por lo que le dio una patada al maldito auto, luego sonrió arrepentido. Él no tenía esas reacciones infantiles, él se dedicaba a resolver problemas con la mente fría. Tal vez el calor y el cansancio habían hecho mella en su sentido común.

No creo en las novelas de amorWhere stories live. Discover now