Capítulo 3.- Edmund y el ropero.

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Durante los días siguientes Lucy se sintió muy desdichada. Podría haberse reconciliado fácilmente


con los demás , en cualquier momento, si hubiera aceptado que todo había sido sólo una broma


para pasar el tiempo. Sin embargo, Lucy decía siempre la verdad y sabía que estaba en lo cierto. No


podía decir ahora una cosa por otra.


Ellos , que pensaban que ella había mentido tontamente, la hicieron sentirse muy infeliz. Los


tres mayores, sin intención; pero Edmund era muy rencoroso y en esta ocasión lo demostró. La


molestó incansablemente; a cada momento le preguntaba si había encontrado otros países en los


aparadores o en los otros armarios de la casa. Lo peor de todo era que esos días fueron muy entretenidos para los niños, pero no para Lucy. El tiempo estaba maravilloso; pasaban de la mañana

a la noche fuera de la casa, se bañaban, pescaban, se subían a los árboles, descubrían nidos de


pájaros y se tendían a la sombra. Lucy no pudo gozar de nada, y las cosas siguieron así hasta que llovió nuevamente.

Ese día, cuando llegó la tarde sin ninguna señal de cambio en el tiempo, decidieron jugar a las escondidas. A Susan le correspondió primero buscar a los demás. Tan pronto se


dispersaron para esconderse, Lucy corrió hasta el ropero, aunque no pretendía ocultarse allí. Sólo

quería dar una mirada dentro de él. Estaba comenzando a dudar si Narnia, el Fauno y todo lo demás

había sido un sueño. La casa era tan grande, complicada y llena de escondites, que pensó que tendría tiempo suficiente para dar una mirada en el interior del armario y buscar luego cualquier lugar para ocultarse en otra parte. Pero justo en el momento en que abría la puerta, sintió pasos en el corredor.

No le quedó más que saltar dentro del guardarropa y sujetar la puerta tras ella, sin cerrarla del todo,


pues sabía que era muy tonto encerrarse en un armario, incluso si se trataba de un armario mágico.


Los pasos que Lucy había oído eran los de Edmund. El niño entró en el cuarto en el momento preciso en que ella se introducía en el ropero. De inmediato decidió hacer lo mismo, no porque fuera un buen lugar para esconderse, sino porque podría seguir molestándola con su país imaginario.


Abrió la puerta. Estaba oscuro, olía a naftalina, y allí estaban los abrigos colgados, pero no había un solo rastro de Lucy.


«Cree que es Susan la que viene a buscarla -se dijo Edmund-; por eso se queda tan quieta.»

Sin más, saltó adentro y cerró la puerta, olvidando que hacer eso era una verdadera locura. En la


oscuridad empezó a buscar a Lucy y se sorprendió de no encontrarla de inmediato, como había pensado.

Decidió abrir la puerta para que entrara un poco de luz. Pero tampoco pudo hallarla. Todo esto no le gustó nada y empezó a saltar nerviosamente hacia todos lados. Al fin gritó conbdesesperación:


-¡Lucy! ¡Lu! ¿Dónde te has metido? Sé que estás aquí.

No hubo respuesta. Edmund advirtió que su propia voz tenía un curioso sonido. No había sido el


que se espera dentro de un armario cerrado, sino un sonido al aire libre. También se dio cuenta que


el ambiente estaba extrañamente frío. Entonces vio una luz.

Las Crónicas de Narnia I (Peter Pevensie)Where stories live. Discover now