Pesadillas

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Un suave suspiro de satisfacción acarició su mejilla, robándole el poco aliento que hubiera podido quedarle después de las pesadillas. Recuerdos de fuego y sangre que se permitían el atrevimiento de ahogarla en las horas oscuras, reclamando fragmentos de su alma como pago por su silencio durante el día y atormentándola con cada recoveco de unas memorias que no había elegido tener. Cada detalle no era sino otra daga más a clavar en su corazón roto, retorciéndose en las heridas, liberando la ponzoña que envenenaba cada grieta del frágil cristal que era su mente, carcomiéndolo hasta no dejar nada.

Abrió los ojos para escapar, recibiendo no con menos desagrado pero sí alivio el frío ataque de la madrugada, la perezosa luna allanando las rendijas de las cortinas y las suaves curvas yaciendo a su lado. Se giró hacia ella con suavidad, tomándose un segundo para apreciar el momento. Audrey dormía plácidamente en el umbral del calor que intentaban proporcionar las sábanas que apenas cubrían su cuerpo desnudo, su respiración apenas audible en el inmenso silencio, ajena a las eternas tormentas que jugaban con su cordura. Enredó los dedos en sus rizos, tan artificialmente dorados como cualquier gesto que hubiera podido hacer fuera de aquella habitación, dejando que se deslizaran entre los callos de una vida forzada por el azar. Audrey no podía imaginar el sufrimiento que la acompañaba cada día, no había padecido ni le habían quitado. La dicha que había envuelto su vida no tenía nada que ver con el horror humano que Vivianne había visto desde niña. Sin embargo, hablaba con la seguridad de tener un derecho que no le pertenecía, pero que era difícil negarle. No era la razón por la que compartían aquella noche. Apenas era capaz de recordar cómo la había convencido para que se quedara, arriesgando su posición en su preciada sociedad, esa que sólo les veía como ganado y les ahogaba antes de que pudieran llegar a nacer.

Rozando la tersa piel de su espalda deslizó la tela hasta cubrirla y pasó el brazo alrededor de su torso, ahuecando un sitio para su barbilla en él.

—Te he echado de menos —susurró contra su piel, dejando allí su mejilla y cerrando los ojos con la esperanza de que un sueño reparador siguiera a aquel que era la mujer entre sus brazos.

Audrey se revolvió, molesta por la invasión, y Vivianne dejó escapar un suspiro, apartándose hasta salir completamente de la cama. El espejo le mostró su cuerpo veraz bajo la pálida luz de la luna. Como espinas escalando por su piel, cada cicatriz en su abdomen reflejaba tenues recuerdos que prefería olvidar y que muchas veces dudaba haber vivido; imágenes que a cada sueño se volvían más borrosas, tentándola a creer que estaba loca.

Abrió las cortinas en un vago intento por recuperar la claridad. No le sorprendió la ausencia de las estrellas que tanto echaba de menos ni el horror que recorrió su cuerpo al descubrir un foco sustituyendo al satélite que debía guardar su noche. Al girarse, el complejo delirio en el que Audrey se había convertido con el paso de los años había desaparecido, dejando tras de sí sólo las cadenas a las que la había condenado con su amor cruel, frío e imposible.

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⏰ Última actualización: Feb 14, 2016 ⏰

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