Nathan sonrió y acercándose a su amigo lo rodeó por los hombros.

            —¡Has estado magnifico! —gritó jovial—. ¿Has visto como han huido en cuanto te has puesto un poco serio? ¡Yeah! ¡Ese es mi chico!

            Steve intentó inútilmente de desprenderse de su brazo.

            —¡Suéltame! —chilló furioso.

            Nathan lo ignoró y, sin apartar el brazo que le rodeaba los hombros, comenzó a revolverle el pelo con el puño de la otra mano.

            —¡Estuviste impresionante! ¡Qué guapo estas cuando pones esa mirada de asesino! ¡Te temen, tío!

            —¡He dicho que me dejes en paz!

            Steve intentó darle un puñetazo, pero Nathan se apartó a tiempo.

            —Tampoco hace falta que te pongas así —se quejó inocentemente—. Si no querías que alabara tu trabajo tan solo tenías que haberlo dicho.

            —No me sigas —soltó Steve enfadado.

            Nathan lo miró atentamente, sin borrar un solo instante la sonrisa traviesa de sus labios.

            —Ya sabes que eso es imposible —dijo ladeando la cabeza.

            Steve retomó el camino sin girarse a comprobar si Nathan lo seguía o no.

            —¿Qué voy a hacer contigo? —susurró Nathan.

            Nathan miró a su alrededor, comprobando que todo volvía a la normalidad. Era la primera vez que algo así sucedía; claro que nada de lo que había ocurrido esa noche había sido muy normal. ¿Desde cuándo los ángeles huían de esa manera? Además, tenían la batalla ganada de antemano. Se giró para mirar la oscura silueta de Steve alejándose y corrió para alcanzarle. Debía informar a Alexander lo antes posible.

            En el preciso instante en que alcanzaba a Steve, Nathan sintió la sensación de que no se encontraban solos. Se giró sobresaltado, esperando encontrarse con una trampa de los ángeles y, antes de que tuviera tiempo de reaccionar o pensar una forma de ataque, vio la figura de Rebeca apoyada en la pared de uno de los centros comerciales. Steve también se detuvo y contempló a la mujer sin demostrar ningún tipo de sorpresa. Posiblemente no la sentiría, ya que para él, Rebeca era una desconocida.

            —Señora..., ¿Qué hace aquí?

            —Estaba dando un paseo —dijo la mujer acercándose a ellos.

            —¿Un paseo? —preguntó Nathan extrañado—. Ha sucedido algo muy raro..., señora. Nos han acorralado justo ahí...

            —Lo sé, Nathan. He llegado justo a tiempo para ver como huían. Supongo que habéis sido unos dignos portadores del título Cazador, ¿no es así?

            —No..., no ha dado tiempo de...

            Ni siquiera habían pretendido atacarles.

            —Está bien, no te preocupes más, Nathan —dijo Rebeca con su típica voz grave y tranquila—. Estoy segura que hicisteis todo lo que estuvo en vuestras manos —Se giró para mirar a Steve, quien había permanecido en silencio, como si lo sucedido le importarse tan poco como estaba sucediendo con Rebeca. Nathan suspiró derrotado. Al fin y al cabo, tan sólo era un Cazador inferior, tal vez sólo le estaba dando demasiadas vueltas a algo sin importancia—. Tú debes de ser Steve. He oído hablar mucho de ti.

Cazadores de ángelesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora